sábado, 8 de diciembre de 2007

Ylla. Piedra del buen porvenir

REVISTA DE CIENCIA Y CULTURA
Ylla
Piedra del buen porvenir




I
08 de diciembre de 2007






ÍNDICE


DE LOS EDITORES


CIENCIAS SOCIALES


Santos Gonzales Saba
ESLABONES PERDIDOS DEL PERÚ ANTIGUO

DEDICATORIA
AGRADECIMIENTO

I. ETAPAS DE LA HISTORIA
1. La prehistoria del Perú
2. Etapas de la Historia
3. Huellas prehistóricas

II. LEYENDAS SOBRE EL ORIGEN
1. El origen legendario de los hombres
2. El Collao: matriz gentilicia
3. Pachacamac
4. Uiracocha
NOTAS
ANEXO


CIENCIAS NATURALES

Francisco Martínez Salas:
LOS SUPERADORES DE EINSTEIN

1. ¿Qué es la realidad?
2. La materia no existe sin el espíritu
3. El mundo de la mecánica cuántica
4. Los superadores de Einstein
5. Una sugerencia, a modo de conclusión
NOTAS


CIENCIAS DEL PENSAMIENTO


Pricila León Pretel:
“CRISIS DE LOS PARADIGMAS”

1. El origen de la crisis
2. El centro de la crisis teórica
3. Problemas y soluciones fundamentales




ARTE

Isabel Vega Cosío:
SANMARQUINOS EN ACCIÓN
1. El ingreso











Ylla. Piedra del buen porvenir... En lo más remoto de nuestra antigüedad, el hombre habitó estas tierras desde un estado muy primitivo, teniendo a la piedra como uno de los elementos fundamentales de su vida... Es común encontrar piedras en la superficie de la tierra. Lo notable es encontrar piedras singulares y en lugares inusitados.

Los antiguos observaron en las vísceras de ciertos animales marinos la existencia de algunas piedras. Notaron lo mismo en ciertos animales de la tierra. En éstos, las piedras tenían una consistencia especial, semejante a la de los cálculos humanos... Observaron también puntos brillantes surcando el firmamento: “son las piedras del rayo”, decían. Siguiendo la dirección de tales aerolitos, los buscaban en la tierra y, una vez ubicados, los tenían como objetos muy significativos en sus vidas. Al igual que los otros tipos de piedras, los tomaron como cuerpos sagrados, portadores de bienes futuros y generadores de abundancia y de fertilidad. A mayor distinción de estas Ylla, se creía más en su efectividad. Por extensión, Ylla denotaba a otros objetos semejantes, con idéntico poder y características peculiares. Una piedra semejante a una llama, por ejemplo, cuidaría del rebaño y favorecería su crecimiento y reproducción... Ylla también –dice una leyenda– fue el nombre del “primer cronista”, inventor de los quipus...
Los tiempos han cambiado. La Ylla que reposa generosamente en sus manos no es una piedra sagrada, tan sólo es una materia mundana, cuyo modesto propósito es convertirse en portadora de las contribuciones que los estudiosos de todos los tiempos pueden ofrecer: en las ciencias que tratan sobre la sociedad, en las ciencias que escrutan la naturaleza, en las ciencias que estudian el pensamiento, en el arte y en todo aquel campo que la atención humana pueda elevar. La misión general de esta Ylla es acompañarnos en el desarrollo de una comprensión integral de la realidad. En su ideal más elevado, Ylla quiere ser una revista que contribuya al mejor advenimiento de nuestro porvenir...
A la altura de la época en que vivimos, cuando la economía y la política siguen una línea internacional de acción, y cuando la ciencia, las ideas y hasta las emociones adquieren inmediatamente una envergadura mundial, en este tiempo –decimos– no es dable que un ser pensante quede al margen –o a la zaga– de tal movimiento gigantesco. Ylla procurará convertirse, también, en uno de los instrumentos que actualmente contribuyen a engarzarnos con dicho proceso. Proceso en el que procuraremos, con Ud., encontrar muchas Ylla.
LOS EDITORES











Santos Gonzales Saba
ESLABONES PERDIDOS DEL PERÚ ANTIGUO











FÉLIX
CONCEPCIÓN
SEMPITERNAS Y

GRANDIOSAS LUMINARIAS



























































La mente de un solo lector vale un universo;
llenarla de conocimiento es una misión infinita.
Con todo mi aprecio,
agradezco la atención que me brinda usted
y el apoyo invalorable de mis hermanos
Víctor Salvador Vidalón Vera,
José Daniel Urviola Corzo,
Miguel Ángel Sara.












Uno de los temas que los peruanos aprendemos desde temprana edad es el de nuestros orígenes. Dos leyendas son las que habitualmente se difunden al respecto: la de Manco Cápac y la de los hermanos Ayar; por mencionar a los personajes centrales. Sin embargo, estas leyendas son la expresión formal de hechos más profundos, que están aún por desentrañar. Hechos muy antiguos, que encierran numerosas leyendas y que enriquecen nuestra herencia cultural.
Por desgracia, la gran carencia de nuestra sociedad, de gran parte de nuestra gente, es la falta de identificación con sus raíces culturales. Pervive, aún, una mentalidad que desprecia lo pasado, como origen; ignorando los valores que nos conducen al presente.
En una época en la que todos los países –quiéranlo o no, de una manera conciente o por inercia– confluyen, en todos los órdenes, en un engarzamiento internacional, se hace imperiosamente necesaria la definición de las identidades. Más aún si tenemos en cuenta que este movimiento, en perspectiva, tiende a la universalización; en la que, si no media la definición de nuestra identidad, no pasaremos de ser una generación desapercibida para la historia.
Perú es, todavía, una nación en formación. Su identidad está aún forjándose. Los peruanos no podemos insertarnos eficazmente en el movimiento mundial sin haber definido nuestra personalidad. Para esto, debemos comenzar por conocer nuestro “yo profundo”: reconocer nuestras raíces e, identificándonos con ellas, afrontar todas las condiciones del presente. De otro modo, constituiremos una sociedad que marchará a la deriva, arrastrada simplemente por la corriente.
El siguiente texto –que continuará en sus Capítulos sucesivos– procura despertar el interés de toda persona que ve en la identificación con sus raíces históricas el mejor modo de encarar las condiciones del presente, y del futuro. En relación con esto, plantea una reinterpretación de las leyendas antiguas, tocando “eslabones” que van desde la aparición de los hombres en nuestro continente hasta la llegada de los Ynga al Qosqo.
Con seguridad, el autor se verá sumamente complacido en sus propósitos si, con lo presente, contribuye en el proceso de advenimiento de nuestra definición nacional; identidad que, así como no puede dejar de nutrirse de las raíces del pasado, tampoco debe dejar de fortalecerse con los aportes valiosos que nos presenta el desarrollo cultural de la humanidad.











I
ETAPAS DE LA HISTORIA
1. La prehistoria del Perú


Sabemos que hace cuatro millones de años comenzó la diferenciación de los hombres de los animales. Aparecimos como homínidos en proceso de evolución; proceso en el que, gracias a la actividad del trabajo y a la inteligencia desplegada, se han logrado resultados que nos presentan como hoy somos; resultado que, en el tiempo, no dejará de ser transitorio.
Aunque los hombres surgieron con una condición de vida que poco los diferenciaba de los animales, representaban, ya, el gran cambio de cualidad en el desarrollo de la naturaleza. Con todo, aparecieron con un estado de vida muy primitivo: eran hombres salvajes, en el sentido histórico del término.
Todo indica que la era del salvajismo abarcó la mayor parte del tiempo que tiene la humanidad.
Las dos invenciones más importantes de la primera etapa del salvajismo fueron el forjamiento de instrumentos adecuados –hechos básicamente de piedra– para afrontar las necesidades de subsistencia y la creación de la palabra articulada –con lo que se dejó atrás la comunicación por ruidos y gestos.
El hombre estaba en el primer peldaño de la escala social: en el estadio inferior del salvajismo.
El mundo que habitaron los primeros hombres era completamente distinto del actual. Dominaba el panorama la naturaleza pura y plena. Al principio, los hombres no hacían más que recoger los productos que, espontáneamente, ésta les brindaba, tomándolos de un modo pacífico o luchando contra los seres que les hacían frente. Para ésto, llegaron a idear instrumentos y armas.
Desde un comienzo el hombre manifestó, como una de sus características inherentes y esenciales, la aptitud de aprehender la realidad, para subordinarla o para correlacionarse de un modo armónico con ella. En este afán alcanzó, en sus difíciles primeros pasos, dos grandes triunfos sobre la naturaleza: el dominio del fuego y el dominio de las actividades de pesca. Se elevaba, con esto, al estadio medio del salvajismo.
Con la producción del fuego el hombre reproducía un elemento de la naturaleza que le era inmediatamente necesario, y le dio uso múltiple en su vida. Gracias al fuego creó la actividad básica de la cocina, con lo que mejoró su proceso de digestión. Todo esto favoreció tanto la evolución de su organismo y de su mente como su rápida diferenciación del resto de los seres vivos.
Con la variedad de su empleo, el fuego llegó a convertirse en un elemento tan importante en la vida que, sin él, habrían sido absolutamente imposibles las migraciones del hombre por el mundo. Llegó a ser tal el reconocimiento que los antiguos tuvieron del fuego que lo convirtieron en un ente supremo.
Por otro lado, con la actividad de la pesca el hombre extendía su área de trabajo sobre la naturaleza. Su alimentación se hizo más rica y variada, favoreciéndose el proceso de su evolución orgánica, mental y social.
Es más, el dominio de la pesca fue lo que, de una manera decidida, permitió a los hombres dejar sus primeras moradas –situadas, seguramente, en selvas y lugares tropicales– para migrar hacia otros lares.
En efecto, la pesca –a diferencia de la recolección– tiene la particularidad de poder realizarse en todo tiempo, en cualquier estación y en lugares no necesariamente tropicales. Basta con seguir los mares, los lagos y los ríos para proveerse de este tipo de sustento.
Los lagos permitían a los hombres asentarse en lugares donde se concentraba su recurso básico de vida. Los ríos los llevaban por lugares desconocidos y de geografía nunca vistas. El mar les permitía seguir y conocer los grandes bordes continentales. De este modo, el hombre se independizaba de vivir en un medio geográfico fijo.
La vida en el mar también posibilitó el desarrollo, de un modo más complejo, del conocimiento humano. Para orientarse, los hombres tuvieron que ligar sus actividades con la observación de los cuerpos celestes. Y aquí llegaron a notar, de una manera particular, la influencia que éstos –y en especial la luna– ejercían sobre su actividad básica. La compenetración con la tierra les exigía el conocimiento del espacio celeste, y se inició el proceso, varias veces milenario, que hoy continúa la Astronomía. Adentrándose en el mar, también fueron conociendo las corrientes que existían, y que a la postre los llevarían hacia otros continentes.
Impulsados por marcados fenómenos naturales, y por la capacidad de adaptación que lograban, los hombres fueron extendiéndose por el orbe. Sin duda, en la vastedad de los continentes de Europa y de Asia –que, por lo demás, conforman una sola masa– encontraron muchos sitios aptos para habitar.
Sus desplazamientos también los llevaron hacia América, en diversas “oleadas”. Todo indica que fue el Océano Pacífico el camino preferido que siguieron para llegar a este continente; bien por el lado de Bering o bien siguiendo los vientos y las corrientes que surcan al Océano, principalmente por su lado meridional. Una vez en estas tierras, el sentido de sus posesiones siguió predominantemente la dirección de norte a sur.
El hombre llegó a América todavía en una condición de vida salvaje. Aquí, sin embargo, por la realidad natural con que se encontró, comenzó a forjar una sociedad y una cultura con características propias.
Llegados a América del Sur, recorrieron las costas del Océano Pacífico y los contornos pantanosos de un mar existente al este: el Mar Interior o Intercontinental Sudamericano.



Hombres con un enorme conocimiento de la naturaleza, y con una profunda identificación con ella, encontraron, en el espacio que hoy conforma el Perú, una realidad valiosa.
En el mar, por la presencia conjunta de aguas frías y calientes, hallaron una variedad abundante de especies marinas, tanto en la fauna como en la flora. En la tierra peruana existen 84 ambientes aptos para desarrollar la vida, de los 105 existentes a nivel mundial; además de 28 tipos de clima, de los 32 existentes en el mundo. Todo ello distribuido en tres regiones naturales: costa, sierra y selva.
El hecho de correlacionarse con el conjunto objetivo esbozado explicaría, en buena parte, la base reflexiva y el notable nivel mental que alcanzaron nuestros antepasados.
En nuestra prehistoria, la costa estaba plagada de bosques, pantanos y manglares. Los nevados de nuestros Andes constituían una inmensa fuente generadora de agua: gracias a ellos se forman y corren los ríos que se dirigen hacia el Pacífico y hacia el Atlántico. La selva, con su vegetación, ríos, pantanos y animales, se presentaba como una inmensa posibilidad de vida para nuestros ancestros.
A su vez, los diferentes niveles que presenta nuestra geografía son la base del surgimiento y mantenimiento de múltiples especies en su flora y en su fauna.
Ante tal suma de condiciones, la mayoría de los grupos humanos primitivos optó por asentarse en esta gran zona.
Siguiendo la costa y los ríos mantuvieron como actividad principal a la pesca, recorriendo, prácticamente, todo nuestro litoral. Por desgracia, muchas de las huellas de la existencia de estos hombres han quedado bajo el mar. Por aquellos tiempos, las aguas del Océano Pacífico se encontraban más lejanas que en el presente: retiradas, aproximadamente, 10 kilómetros, en relación al perfil de nuestra costa actual; sobre todo en la parte norte. En su evolución, el mar ha cubierto, pues, muchos lugares habitados por los primigenios pescadores. Esto hace más difícil nuestro conocimiento sobre los mismos, pero al mismo tiempo plantea un reto de investigación muy atractivo.
No se ha profundizado en la investigación, estudio y conocimiento de muestras concretas sobre la presencia de aquellos antiguos habitantes de la costa, pero sí existen valiosas aproximaciones. Por lo mismo, el trabajo de la Historia en este campo –apoyada necesariamente por recursos y tecnologías de otras áreas– se torna más interesante.
No puede decirse que, en general, se han descubierto los restos del habitante más antiguo del Perú. Los límites hasta hoy fijados, tarde o temprano –como lo fueron los anteriores–, serán superados. Con la investigación y la tecnología, el conocimiento de nuestra historia gana cada vez más en extensión y en profundidad1.
En Cupisnique (al norte de La Libertad) se han descubierto los restos más antiguos de materiales usados por los hombres primitivos de la costa: 12 000 años.
Hombres de quienes han quedado muestras de sus instrumentos de trabajo desde Chiclayo hasta Ica. Eran básicamente pescadores. La lorna y el coco formaban su dieta principal. Además, se alimentaban de lagartijas, roedores y aves del lugar. Los proyectiles que utilizaban, en la pesca y en la caza, eran de piedra. Desarrollaban sus faenas con un sistema y organización comunitarios. Análogo carácter debieron tener sus facetas de trato social. Vivían formando pequeños grupos humanos. Eran nómades, por excelencia.
Tras consolidarse en los llanos, nuestros ancestros se internaron en la Cordillera de los Andes; habitándola poco a poco.
La cueva de Guitarreros –situada en el Callejón de Huaylas, Ancash, a 2 580 metros sobre el nivel del mar– presenta, hasta ahora, las muestras más antiguas del hombre en la sierra: aproximadamente, 11 700 años. Durante cinco mil años, pequeños grupos comunales habitaron sucesivamente la cueva; dejándonos como testimonio de su existencia las puntas de piedra que utilizaban en sus faenas. Aquí, los hombres se muestran como recolectores, que aprovechaban la vegetación existente hacia el final de los períodos de lluvia; también como cazadores de cérvidos, camélidos, zorros, vizcachas, cuyes y aves.
Alrededor de 9 000 años atrás, la última glaciación llegó a su fin. Los hielos de las cumbres andinas comienzan a retirarse, concentrándose en los niveles más elevados. Esto permite un mayor espacio terrestre para las migraciones y posesiones humanas en la sierra. Por este mismo período, las lluvias se hacen más frecuentes en los Andes y, por lo mismo, sus valles y cerros se cubren de verdor. La vida vegetal crece en cantidad y en calidad. Todo ello hace que la sierra se torne más atractiva para vivir.
Las comunidades habían concurrido ya en dicho proceso. Se asientan en los Andes y comienzan a dominarlos. Ejemplo: ascienden hasta Lauricocha, Huánuco, situado a 4 000 metros sobre el nivel del mar. Aquí es en donde se han encontrado los restos óseos más antiguos, hasta hoy conocidos, de los hombres primitivos del Perú: con 11 000 años de pasado.
No se sabe exactamente el nombre de todas las comunidades que allí habitaron; mucho menos se conoce al detalle los nexos internos y externos con que se desenvolvieron. Mas, por las características de vida que nos muestran, estamos ante hombres que se hallan, por lo menos, en el estadio medio del salvajismo.
Por los lugares que ocuparon, y la dirección que indican sus pasos, es muy probable que se tratara de hombres uari; o de los ancestros de esta gran comunidad. En todo caso, los uari pudieron ser uno de los grupos que allí dejó sus huellas. La costa norte (especialmente el norte chico), el Callejón de Huaylas, Huánuco, Junin y Ayacucho fueron lugares habitados por los uari; desde donde ejercieron –desde muy antiguo, y hasta la llegada de los españoles– una marcada influencia.
En la selva está aún por descubrirse los restos humanos más antiguos. Lo inhóspito del lugar y las variaciones terrestres que ha sufrido tornan muy difícil y, a la vez, muy atractiva la investigación en dicha región. Cuéntese, para el caso, con la costumbre de algunas comunidades selváticas de introducir a su muerto en el interior de un árbol, para avizorar lo intrincado de esta búsqueda.
En un comienzo, quizá, los primeros hombres que llegaron a Sudamérica se orientaron a buscar esa zona por la antigua costumbre de habitar en selvas y lugares tropicales, pero se encontraron con que, aquí, no había un terreno sólido, pues la selva, como la conocemos hoy, no existía.
Hasta hace cincuenta millones de años existía allí un mar superficial, denominado Mar Interior o Intercontinental Sudamericano. Durante el proceso en el que se elevó la Cordillera de los Andes, ésta propició desplazamientos de tierra hacia el oriente (por acción de los vientos, de las lluvias, de los aluviones, etc.); masas que fueron cubriendo, poco a poco, a dicho Mar Interior.
Todavía, hace doce mil años atrás –es decir, cuando los antiguos americanos exploraban, con mayor intensidad, los confines del subcontinente– la región era, básicamente, un gran pantano. Recién hace cinco mil años –es decir, cuando las comunidades más avanzadas del antiguo Perú estaban llegando a la fase de la cerámica, y buscaban asentarse en lugares más propicios para la agricultura– puede decirse que terminó de conformarse la actual Amazonía.
Nuestros antepasados debieron contemplar diversos momentos de la evolución de dicho Mar Interior. Incluso, es probable que el conocimiento de dicho mar –o de los restos pantanosos del mismo– condicionara los límites de sus poblaciones, lo que se habría expresado en la corta extensión que tuvo el Antisuyo.
El magistral mapa de Sudamérica, que Guaman Poma dibuja en los folios 983 y 984 de su Nueva Crónica2, permite comprobar que nuestros antepasados tuvieron conocimiento del Mar Interior Sudamericano, lo que nos da una referencia más sobre la antigüedad del hombre en estas tierras.
Por lo visto, la Selva fue la morada de las comunidades que mantuvieron una condición de vida más atrasada, en relación a las comunidades que habitaron en la Costa y en la Sierra. También fue lugar de refugio y/o de destierro de las comunidades que tuvieron algún percance bélico. Recuérdese que, incluso, la gran resistencia de los Ynga contra los españoles tuvo como bastión inexpugnable la zona selvática de Vilcabamba.
Pero tampoco puede negarse la posibilidad de que grupos humanos que habitaron en la Selva migraran después hacia la Sierra y la Costa, dando lugar a comunidades que lograron niveles de vida más avanzados de los que tuvieron en sus antiguos territorios. Según Julio César Tello Rojas fueron los legendarios Arawacs quienes migraron de la Amazonía y se instalaron en el Callejón de Huaylas, originando a los Chavín.
Es muy probable que las diferencias que el tiempo había marcado entre las comunidades de la Costa, de la Sierra y de la Selva (en el lenguaje, en las costumbres, en los modos de vivir y de producir) las distanciara. Pero sería el reconocimiento, en último análisis, de un vínculo común en sus orígenes lo que les permitiría entablar, a la larga, determinadas formas de correlación social.
Sea en la Costa, en la Sierra o en la Selva, nuestros predecesores encontraban una realidad que les presentaba condiciones múltiples, nuevas posibilidades, nuevos retos y nuevas necesidades para sus vidas. Los animales, los vegetales, la geografía, la atmósfera de las regiones los inpulsan a modificar sus condiciones de vivir. Inciden en sus actividades en tierra. La caza y la labranza en pequeños trozos de tierra destacan como actividades de trabajo. Se inicia el camino hacia la domesticación de las plantas y de los animales.
En la Sierra, se registra la presencia de la oca, del ají, del olluco, del pacay y del frijol con una antigüedad aproximada de 10 000 años. Entre los 8 000 y 4 500 años aparecen en la costa la calabaza, el pallar, el palto, el maní, la yuca, el zapallo, el algodón y la achira. Mientras que, de otro lado, en los lugares altoandinos, hace 8 000 a 9 000 años los hombres comienzan a dedicarse, sobre todo, a la caza de camélidos, especialmente de la llama.
El continuo enfrentamiento con los animales los llevó a perfeccionar sus instrumentos de caza. Para esto, ya no sólo empleaban la piedra; comenzaron a crear elementos de origen vegetal. Hicieron flechas, lanzas, dardos, cerbatanas, porras, etc.; provenientes del tronco o de las ramas de los árboles.
En este punto, merece señalarse el papel cumplido por el árbol chonta (Guilielma Ciliata): palmera que supera los 5 metros de altura, existente en la Selva y en la Sierra, de una consistencia durísima, de la que se pueden fabricar lanzas y flechas, e, incluso, puede ser utilizada en la construcción de viviendas. Su médula, de otro lado, es una sustancia que alivia el hambre de quien, desprovisto de víveres, se adentra en lo profundo de la Amazonía. Árbol que cumple, pues, un benigno papel multilateral para los hombres, y que los antiguos no le dejarían de reconocer.
Es muy probable también que, por esta época, los antiguos inventaran el ayllu (ayllo o rihui): “Bolillas assidas de cuerdas pára trauar los pies en la guerra, y para caçar fieras, a aves y tirar a trauar pies y alas” (Holguín).
Por aquellos tiempos, hombres y mujeres participaban en dichas actividades; es decir, la familia en pleno era cazadora y guerrera. El ayllu era el arma capital en estos menesteres sustanciales. Y es muy probable que, en esta época, los grupos humanos más avanzados desarrollaran la forma gentilicia en su organización, denominando a ésta con el nombre del instrumento que centralizaba los ámbitos generales y fundamentales de sus vidas: Ayllu.
Gracias a estas nuevas modalidades en sus formas de trabajo y de sustento, los hombres habían elevado su condición general de vida, presentándose en el estadio superior del salvajismo.
Con el correr del tiempo, las comunidades inciden, sobre todo, en la actividad del cultivo. Se van haciendo sedentarias. Dejan las cuevas y comienzan a construir formas incipientes de viviendas; con piedras, troncos, ramas y barro.
El moldeamiento del barro introduce a las comunidades en el camino de la alfarería. Al entramado que realizan con plantas silvestres, agregan el uso del algodón y aparecen las primeras formas de la textilería. La creciente variedad de elementos para la alimentación, y el uso que para esto se hacía del fuego, condicionan la necesidad de su mejor presentación para ingerirlos, lo que conlleva al desarrollo de la cerámica. Ésta se inició, pues, básicamente, con la creación de objetos destinados a satisfacer la necesidad de la mejor cocción de los alimentos.
Los hombres se dan cuenta del grandioso poder de creación que tienen sus manos y representan esta consideración de un modo monumental: Kotosh (Huánuco; hace ± 4 000 años). Aquí se representan a dos antebrazos cruzados, trabajados en terracota, en donde las manos –sobre todo la derecha– aparecen dominantes, por encima del barro y de la piedra.
Con esta nueva suma de fundamentos, los antiguos mejoraron sustancialmente su condición de vida, elevándose a una nueva era en su historia. Pasan de la época del salvajismo a la de la barbarie, en su estadio inferior.
A partir de este momento, la evolución social de los antiguos peruanos se hizo más rápida. De la labranza en pequeños trozos libres pasaron al cultivo en tierras cercadas (huertos): la horticultura. Se descubre el maíz (aproximadamente, hace 4 000 a 6 000 años). Se intensifica el cultivo de otras plantas (papa, camote, yuca, algodón, frijol, chirimoya, etc.). Se domestica a la llama y al cuy.
Con todo ello, la pesca y la caza dejan de ser las actividades prioritarias para el sustento de los hombres, y se asume al cultivo del maíz y de las otras plantas como la actividad principal.
La vida de los hombres es plenamente sedentaria. En relación con los grados en que evoluciona la forma de la producción material, se concentran grupos humanos con numerosa población. Se inventan la chaquitaclla (de uso similar a la lampa) y el telar. Se desarrollan la alfarería, la textilería y la cerámica, con lo que la vida de los hombres asume formas más elevadas. Se llega, pues, al cultivo en grandes áreas, por medio del riego, y al trabajo especializado del adobe y de la piedra; actividades en las que se alcanza un perfeccionamiento notable. Con esto, se ingresa al estadio medio de la barbarie.
Las comunidades que mejor conocemos –desde Chavín hasta los Ynga– se encuentran en esta fase del desarrollo; surgida, aproximadamente, hace 3 000 años y finalizada con la llegada de los españoles. Ninguna de las comunidades que habitó estas tierras llegó al estadio superior de la barbarie ni, mucho menos, alcanzó la era de la civilización.
Tales son, en general, las fases características que jalonan el marco de nuestra prehistoria.
Cabe la posibilidad de que, en el tiempo, pervivieran paralelamente las formas de sociedad más avanzadas con las anteriores. Así fue la realidad que, incluso, encontraron los españoles: comunidades avanzadas en la sierra y en la costa, y atrasadas en la selva. Sin embargo, entre ellas mantenían algún tipo de nexo social; que influiría, de uno u otro modo, en sus constituciones internas.
En tiempos más remotos pudo suceder análoga situación. O pudo presentarse, también, alguna migración de comunidades de otros lugares a nuestras tierras, que trajo grupos con un nivel de desarrollo superior, y que aquí sentaron cultura; influyendo sobre las rezagadas.
En todos los casos, la teoría apenas hurga por los contornos de las huellas de nuestro pasado. Hay aún un inmenso campo por trabajar. Y aunque la desidia oficial y el latrocinio vulgar obran en contra, la riqueza histórica por descubrir bien merece el esfuerzo que se le dedique.







2. Etapas de la Historia




“Nuestra etnografía fue iniciada por investigadores
europeos y viciada desde sus principios por una mala
inteligencia de los hechos. Los pocos americanos que se
han dedicado a esta disciplina han seguido el mismo
camino e intensificado los errores originales de
interpretación hasta que la fábula ha arrollado el campo
de la disciplina. Si es posible comenzar de nuevo y
recuperar lo perdido no lo pretendo determinar. Pero
vale la pena el esfuerzo.” (Lewis Henry Morgan)


Las ideas aquí expuestas no son “innovaciones” ni, mucho menos, por primera vez se apuntan. En realidad, se basan en una teoría que el genial etnólogo norteamericano L. H. Morgan funda en los siguientes términos:
“La tesis de la degradación del género humano, para explicar la existencia de salvajes y bárbaros, ya no es sostenible. Apareció como corolario de la cosmogonía mosaica y fue admitida en razón de una supuesta necesidad que no existe ya. Como teoría no solamente es insuficiente para explicar la existencia de salvajes, sino que también carece de base en los hechos de la experiencia humana…
Los gérmenes de las instituciones principales y artes de la vida se desarrollaron mientras el hombre era aún salvaje. En gran parte, la experiencia de los períodos subsiguientes de barbarie y de civilización, han sido alterados con el mayor desenvolvimiento de estos conceptos primitivos. Dondequiera que se pueda distinguir una vinculación, en continentes diferentes, entre una institución presente y un germen universal, queda implícita la derivación de los pueblos mismos de un tronco originario común.
La dilucidación de estas diversas categorías de hechos será facilitada por la fijación de cierto número de períodos étnicos, cada uno representativo de una distinta condición de sociedad y distinguible por un modo de vida peculiar. Los términos «Edad de Piedra», de «Bronce» y de «Hierro», introducidos por arqueólogos daneses, han sido sumamente útiles para ciertos propósitos, y seguirán siéndolo para la clasificación de objetos de arte antiguo, pero el progreso del saber ha impuesto la necesidad de otras subdivisiones diferentes. Los objetos de piedra no quedaron del todo arrumbados con la introducción de herramientas de hierro, ni con las de bronce. La invención del procedimiento de fundir el hierro mineral creó un período étnico, pero difícilmente podríamos fijar otro de la producción del bronce. Además, como el período de los implementos de piedra se prolonga sobre los del bronce y del hierro, y desde que el bronce también se prolonga sobre el del hierro, no son susceptibles de una separación que dejara a uno y otro independiente y distinto.
Es probable que las artes de subsistencia hayan influido sobre la condición del hombre y sean las que en última instancia ofrezcan bases más satisfactorias para estas divisiones.
La investigación no ha progresado lo suficiente en este sentido para proporcionar los datos necesarios. Con los actuales conocimientos, los resultados principales pueden ser obtenidos mediante la selección de invenciones o descubrimientos paralelos, que suministren suficientes comprobaciones de progreso, como para definir el comienzo de sucesivos períodos étnicos. Aun cuando sean aceptados solamente como probables, estos períodos serán convenientes y útiles. Se verá que cada uno de los que van a ser indicados abarca una cultura distinta y representa un modo particular de vida.
El período del salvajismo, todavía poco conocido, puede ser dividido provisionalmente en tres subperíodos. Estos podrán ser designados, respectivamente, el inferior, el medio y el superior, y la condición de la sociedad en cada uno, respectivamente, puede distinguirse como el «estadio» inferior, medio y superior del salvajismo.
De igual manera, el período de la barbarie se divide, naturalmente, en tres subperíodos, que se llamarán, respectivamente, el inferior, el medio y el superior; y la condición de la sociedad en cada uno se distinguirá como el «estadio» inferior, medio y superior de la barbarie.”3
Tenemos, hoy, que los momentos de progreso de la humanidad están jalonados, esencialmente, por el modo como los hombres obtienen y producen su sustento.
De otro lado, en función de las “formas de gobierno”, Morgan distingue dos grandes eras en la historia de la humanidad:
“Mi propósito es presentar algunas pruebas del progreso humano a lo largo de estas diversas líneas y a través de períodos étnicos sucesivos, según se halla revelado por invenciones y descubrimientos y por el crecimiento de las ideas de gobierno, de familia y de propiedad.
Como premisa puede establecerse que toda forma de gobierno encuadra en dos planes generales, empleando el vocablo «plan» en su sentido científico. En sus bases, los dos son fundamentalmente distintos. El primero, en el orden cronológico, se funda sobre personas y sobre relaciones puramente personales, y se puede distinguir como una sociedad (societas). La gens es la unidad de esta organización, dando, como sucesivas etapas de integración, en el período arcaico, la gens, la fratria, la tribu y la confederación de tribus, las que constituían un pueblo o nación (populus). En un período posterior, la unión de tribus en un mismo territorio, ya como nación, reemplazó a la confederación de tribus que ocupaban áreas independientes. Tal fue la organización sustancialmente universal de la sociedad antigua, a través de largos siglos, después de la aparición de la gens; y se mantuvo entre los griegos y romanos después de sobrevenir la civilización. El segundo se funda sobre el territorio y la propiedad y puede ser considerado como un estado (civitas).
La villa o barrio circunscrito por mojones, con las propiedades que contiene, es la base o unidad de la última, y la sociedad política es el resultado. La sociedad política está organizada sobre áreas territoriales y se ocupa tanto de la propiedad como de las personas, mediante relaciones territoriales. Las etapas sucesivas de integración son la villa o barrio, que es la unidad de organización; el departamento o provincia, que es la reunión de villas o barrios, y el dominio o territorio nacional, que es la reunión o incorporación de departamentos o provincias, el pueblo de cada uno de los cuales está organizado en un cuerpo político. Los griegos y romanos tuvieron que esforzarse hasta el límite de sus respectivas capacidades, después que hubieron alcanzado la civilización, para inventar la villa y el barrio o cuartel de la ciudad e inaugurar así el segundo plan de gobierno, que perdura entre las naciones civilizadas hasta el día de hoy. En la sociedad antigua este plan territorial era desconocido. Cuando sobrevino, quedó fijada la línea de demarcación entre la sociedad antigua y la moderna, distinción que se reconocerá en estas páginas.
Se hace notar que las distintas etapas de este progreso se hallan bien conservadas, teniendo como modelo las instituciones domésticas de los bárbaros y aun de los antepasados salvajes del hombre, apoyándose en la organización de la sociedad sobre la base del sexo, luego sobre la del parentesco y, finalmente, sobre la del territorio, en las formas sucesivas del matrimonio y de la familia. Creando así sistemas de consanguinidad, a través de la vida doméstica y de la arquitectura y a través de progresos en las prácticas referentes a la propiedad y a la herencia de la misma...
Se puede observar, finalmente, que la experiencia del género humano ha sido casi uniforme; que las necesidades humanas bajo condiciones similares han sido esencialmente las mismas, y que las evoluciones del principio mental han sido uniformes en virtud de la identidad específica del cerebro en todas las razas humanas. Ésta, sin embargo, es sólo una parte de la explicación de la uniformidad de los resultados.” (Ob. cit., págs. 79-81.)
Las categorías y conceptos aquí formulados no son, pues, atributo exclusivo de las sociedades europeas o de la norteamericana; son parte integrante de una teoría científica sobre la realidad social que, por lo mismo, tiene un alcance general.
La sociedad –sostiene esta teoría– pasa por dos grandes formas en su evolución: la sociedad antigua y la sociedad moderna.
A su vez, cada uno de estos dos grandes momentos contiene diferentes etapas.
La sociedad primitiva comprende las etapas históricas del salvajismo y de la barbarie (con sus respectivos niveles inferior, medio y superior). Mientras que la civilización conoce las sociedades esclavista, feudal, capitalista y socialista.
La primera gran era de la sociedad –es decir, la primitiva– corresponde a la prehistoria; mientras que la época histórica se inicia con la sociedad esclavista, a partir de la invención y uso del alfabeto fonético y de la instauración de un régimen estatal.
Ninguna de las comunidades americanas alcanzó, por sus propios medios, a la era de la civilización. Incluso los Ynga –que constituyeron la forma social más avanzada en Sudamérica– no pasaron del estadio medio de la barbarie. No alcanzaron al estadio superior de la barbarie, pues no llegaron a emplear el hierro en sus actividades productivas. Mucho menos alcanzaron la era que hoy vive la humanidad. De aquí que, en el sentido científico del término, es absolutamente erróneo referirse a la sociedad de los Ynga como una “civilización”.
Del mismo modo, no se puede clasificar a la sociedad de los Ynga como un “Imperio”; mucho menos se debe ver en ella “reyes”, “esclavos”, etc. Primero: porque estos conceptos son de tipo político, basados en el papel que cumple un Estado sobre otras naciones. Segundo: porque tales características sociales fueron inauguradas por las sociedades esclavistas. Tercero: porque aquellos son conceptos aparecidos en la era de la civilización. Y cuarto: porque los Ynga, sencillamente, no alcanzaron las condiciones antes planteadas.
En las sociedades primitivas encontramos las semillas, las primeras manifestaciones de muchas de las grandezas, y de las pequeñeces, que luego desarrollará la civilización. Pero no hay que confundir uno con otro nivel de la evolución social. La relación entre ellos es como la del día con la noche, incluyendo el momento de transformación.
Tampoco debe subestimarse la capacidad material y mental de los hombres primitivos, en sus diferentes fases. El principio de la inteligencia alumbra a la humanidad desde la cuna. Sin él no habríamos llegado a la fase actual, ni se nos abriría la gama de posibilidades de desarrollo social hacia el infinito.
La inteligencia que, alimentándose de un animal calcinado por el fuego, tras un incendio forestal ocasionado por un rayo, descubre la actividad de cocinar, es la misma inteligencia que luego veremos operando cerebros en la antigua Paracas, tras observar los cambios de actitudes y transtornos físicos que sufrían los guerreros por los golpes en la cabeza.
Y más aún, el nivel empírico y racional alcanzado por las observaciones estelares de los antiguos supera largamente al del hombre común de la actualidad. Ejemplo: el hasta hoy respetado horóscopo chino; plasmación formal del nexo que el hombre trata de descubrir entre su ser y el movimiento de los cuerpos celestes. Por el lado de los antiguos peruanos: en sus tiempos descubrieron las existencia de las constelaciones oscuras o negras; conocimiento al que recién ha llegado la Astronomía moderna, con su rico bagaje de recursos técnicos.
No se desestime ni se menosprecie, pues, el nivel mental y material que lograron los antiguos; hombres, al fin y al cabo, al igual que nosotros, que llegaron siempre a elevar sus logros a los máximos pináculos que la realidad les condicionaba.
Tomar una valoración contraria no es sólo darle la espalda a los hechos, sino también yacer enceguecido por el lamentable desprecio que dejara en herencia la mentalidad colonialista.
Con la concepción general aquí planteada es que abordaremos algunos aspectos de nuestro pasado, materializados en las leyendas que recogen varios cronistas o que rescatan los estudiosos de estos tiempos.
Se dice que el quehacer del historiador gira en torno de las fuentes escritas de los hombres. Nuestros antepasados no lograron la escritura alfabética, pero sí plasmaron su realidad en diversas fuentes.
Para el historiador, lo esencial es lograr un cuadro certero de los hechos sociales, sean estos históricos o prehistóricos. Y aunque no entremos en los campos específicos de la arqueología y de la antropología antiguas, no por ello dejamos de interpretar los resultados y los descubrimientos de éstas.
Cabe destacar aquí que la misión del historiador no se circunscribe a evaluar los hechos del pasado. Historia es también lo que vivimos en la época actual. Historia es lo que seguirán haciendo los hombres. La mira del historiador comprende al presente, y considera las tendencias que seguirá la sociedad en un curso marcado por leyes. En el texto presente, se tocará ciertas huellas de nuestro pasado prehistórico, tomando como acceso inmediato de conocimiento a las leyendas que las contienen. Para ello –subrayo–, se las interpretará siguiendo la concepción general de la historia que aquí se ha planteado.








3. Huellas prehistóricas




Aunque existen hipótesis que plantean la aparición independiente de los hombres en el continente americano, hasta el presente no hay pruebas concretas que fundamenten dicho aserto.
En el Perú, los restos humanos más antiguos, hasta hoy encontrados, están por los 11 000 años. Sin embargo, en determinadas leyendas existen evidencias que apuntan una presencia humana más lejana en el tiempo.
“En el valle de Waylas hubo un cataclismo. Después de los terremotos vinieron los aluviones con tal ferocidad que toda la tierra del sector oriental, fue barrida hacia los abismos del mar. La corteza descarnada, se quedó solamente con afiladas rocas, que se extendían hasta el infinito. Todas eran de un intenso color azul.
Tan elevadas eran esas crestas que la luna todas las noches al hacer su recorrido chocaba con ellas. En esos choques las cumbres se contagiaban de la nieve del astro nocturno. Después de muchos siglos, quedaron totalmente nevadas. Y de ellas nacieron los ríos, que llenaron de bosques y pastos a la tierra.”4
Es evidente que en ésta, como en toda leyenda, se plasman muchos rasgos fantásticos, aunque no por ello carentes de significación. Por ejemplo: el vínculo entre las cumbres y la luna revela el poder creador de ésta. La luna crea en la naturaleza: la nieve, los ríos y, a la larga, los pastos que alimentarán a los animales y a los hombres. Ciclo vital que revela el papel preponderante que tenía el grupo femenino (representado por la luna) entre las comunidades que dieron origen a esta leyenda.
Es indudable, también, que los antiguos trataron de explicar muchos fenómenos geográficos con la participación, en sus leyendas, de ciertos personajes humanos que, en circunstancias señaladas, les daban origen. Los hombres no habían presenciado tales hechos, pero la trama creada en las leyendas se correspondía tan armoniosamente con los resultados observados que quienes las escuchaban las creían absolutamente. He aquí parte del encanto que contienen las leyendas5.
Los hombres no pudieron presenciar el cataclismo o los cataclismos con los que surgió la Cordillera ancashina de los Andes, pero sí pudieron contemplarla a determinada distancia (en el espacio y en el tiempo), pasando los avatares que esto conllevaba.
Antes de existir la Cordillera de los Andes, el terreno de Sudamérica era llano.
Es más, en tiempos inmemoriales todos los continentes se hallaban reunidos en un supercontinente: Pangaea; que estaba rodeado por un solo mar: Pantalasa.
Allí, Sudamérica y África casi se tocaban. Las primeras plantas con flores (angiospermas) –además de las coníferas, que ya existían–, los grandes reptiles que aparecían –además de los peces–, y las primeras aves que surcaban el firmamento, constituían toda la vida en el planeta. Esto ocurría hace 200 millones de años.
Por entonces, el supercontinente comenzó a “romperse”, pasándose a una época de movimiento de sus masas (deriva de los continentes), por acción de las placas terráqueas que las condicionan. Ciclo geológico llamado de tectónica de placas, que perdura hasta el presente.
Pues bien, hasta allí el terreno sudamericano era plano. Pero 190 millones de años ha se fracturó internamente la tierra, entre el borde occidental de Sudamérica y la cuenca del Océano Pacífico. Esto determinó una nueva forma de relación entre las presiones que ejercían entre sí las placas tectónicas. Por reacción al sumergimiento de la litosfera, se pliegan rocas sedimentarias que comienzan a elevarse con dirección este, como resultado de las fuerzas tectónicas. Comienza así a formarse la Cordillera de los Andes, en primer lugar en su lado occidental y, luego, por sus lados central y oriental (aproximadamente, hace 100 millones de años).
Sudamérica y África se encaminaron definitivamente a su separación, dando lugar al Atlántico Sur.
Y hace 15 millones de años comienzan a desarrollarse las erupciones volcánicas en la zona sur de la Cordillera de los Andes, que serían igualmente fuente de posteriores leyendas.
La humanidad no ha podido contemplar todo este movimiento. Los hombres comenzaron a formarse recién hace, aproximadamente, 4 millones de años. Pero los antiguos de esta parte del mundo sí pudieron observar determinados momentos de dicho proceso; proceso que aún no ha terminado.
Los antiguos debieron reflexionar sobre los fenómenos terráqueos que observaban. Por más primitivos que fueran, la facultad del raciocinio les era inherente. Trazarían una idea sobre la evolución y el movimiento de las cadenas andinas; sobre los cerros, los volcanes, las piedras y la tierra. En lo que no llegaban a comprender, elevarían sus ideas hacia la mitología, hacia la leyenda, hacia la fantasía basada en su realidad. Transformarían todo esto en una visión del mundo, y en un modo de vivirlo.
En su consideración por lo subterráneo y lo volcánico, por la piedra y por el humo, por la tierra, por el viento, por las fuerzas de la naturaleza, crearon representaciones concretas que, en buena parte, los llevarían hasta el nivel de lo sobrenatural.
La leyenda sobre el levantamiento de los cerros en el valle de Huaylas –en lo que vendría a ser la Cordillera Blanca– debe ser reflejo de algún movimiento violento de las masas terráqueas en dicho lugar, como parte del proceso evolutivo de los Andes. En otro caso, la leyenda podría reflejar un movimiento telúrico similar al que se produjo en Ancash, en 1 970, en el que un desprendimiento de hielo proveniente del nevado Huascarán literalmente sepultó a la ciudad de Yungay.
¿Exactamente en qué lugar y cuándo sucedió el movimiento que nos transmite la leyenda? Es cosa que la Geología nos sabrá responder. Y esta antigüedad nos dará más luz sobre la antigüedad del hombre en nuestras tierras.
Lo especial de la leyenda apuntada es que nos lleva hacia lugares muy señalados en nuestra historia antigua.
Ancash, la zona del Callejón de Huaylas, las Cordillera Blanca y Negra, entre otros lugares aledaños, aparecen con mucha frecuencia en las leyendas, como pilares mayores de nuestra antigüedad. En estos lugares dominaban los uari, quienes, incluso, llegaron a considerarse como los fundadores de la humanidad.
“En un principio, en una edad sin remembranzas, sin ayeres ni mañanas, cuando aún no habían nostalgias de otros tiempos y cuando nadie conservaba la tejedumbre de sus recuerdos, el hombre pastaba sobre la tierra arrancándole a la sierpe y al auquénido el bocado que le era necesario.
El hombre vivía entre el zarpazo a mansalva y el golpe de la bestia, entre el colmillo hambriento y la yerba envenenada, entre el tumulto de las garras borrascosas y tormentas constrictoras, entre la raíz ofidia y la nube electrizante. Vivía salvaje y fiero, como fiero y salvaje el puma de los montes.
Vivía así, burilando su humanidad con trabajo, liberando con estruendo su ancestro animal, su atávico de bruto. A fuerza de pujanza conformaba su razón, su entendimiento, su mortal inteligencia.
Era la metamorfosis de la bestia, la conversión del simio, el nacimiento del ser, el surgimiento de la conciencia, el cambio, la evolución, el crecimiento. Era el ascenso al hombre.
Fue entonces Wari, dios nacido del vientre de la tierra, el que enseñó al hombre la palabra. El fue nombrando las cosas y los seres.
Rumi, llamó a la piedra; urpi, a la paloma; warmi, a la mujer; pacha, al tiempo; illariy, al amanecer. Puso nombre a todo cuanto la pobre humanidad desconocía. Elevó al hombre a la dimensión del hombre.
Wari, al que llamaron también Wari Wiracocha, surgió no se sabe cuándo, surgió del centro de la tierra, del mundo de la profundidad y de las sombras, del urbu pacha poblado de misterios.
Desde una pacarina, desde una gruta hecha de silencios y ecos en espera, guió a Wari una vicuña blanca a la que llamaban también Wari.
Lo condujo hasta los Andes milenarios y de allí, hasta el océano y juntos transitaron por el día y por la noche, por el espacio y la nevada, por el sol y la llovizna. Fueron siempre señalando esencias, nombres, ilusiones, destinos y esperanzas.
Recién entonces, el hombre fue conociendo cuanto Wari bautizaba y nombraba, aprendió de la fragancia de las flores, de la dureza de la piedra, de la angustia de las hojas, de la razón de la hormiga, de la tristeza de la alondra, de la nobleza del árbol y del canto de la puna.
Aprendió también, del color de la mañana, de la espera indolora, de la urgencia de la carne y lo injusto del despojo. Nada negó Wari al hombre. Todo fue conociendo por igual: la maldad y el odio y aún la ingrata frecuencia del olvido, o la constante perseverancia del hastío.
Al tiempo, Wari enseñó que el hombre debe vivir con el hombre y la bestia con la bestia y dispuso, así, cada cosa y cada ser de acuerdo a su valor.
Inventó gobierno para diez, del mismo modo que para cincuenta, cien o diez mil. Hizo la ley y luego la obediencia.
Hacia el final de su vida y, tras dejar a la vicuña correr su libertad entre la puna y el cielo, Wari se fue a buscar su paqarina y se perdió para siempre en algún lugar de los Andes.”6
Con una prosa alegórica muy peculiar, Hurtado de Mendoza señala la presencia de los uari desde la edad más primitiva de los hombres. Prácticamente los presenta desde el pie de la escala; cuando el hombre era recolector y luchaba, inerme, contra los elementos de la naturaleza; cuando se inventa la palabra articulada, cuando se vivía el estadio inferior del salvajismo.
Uari surge, aquí, desde las entrañas de la tierra, para consolidar al hombre en su primer estadio cultural. Cumple, así, un papel análogo al de Uiracocha. Pero Uari no es lo mismo que Uiracocha. Uari es un tótem de la tierra. Uiracocha es un tótem de las aguas. Uari es la representación fantástica de los hombres que se han internado en los Andes y contemplan, admirados, la fuerza de la Cordillera. Uiracocha es la representación grandiosa de los hombres que, desde el mar, se dedican a la pesca.
Es muy probable que, en la mente de los hombres, Uari surja ante la observación de grandes movimientos telúricos (y volcánicos) ocurridos en el proceso de elevamiento y conformación de la Cordillera de los Andes. Tal poder –que brotaba desde el interior de la tierra– no podía ser del todo comprendido ni explicado por aquellos hombres sencillos; de aquí que tuvieran que recurrir al artificio de crear a la huaca Uari, pero con una clara connotación humana, pues los antiguos consideraban ya la supremacía de los hombres sobre el resto de la naturaleza. El reconocimiento de los grandes logros alcanzados en el estadio inferior del salvajismo no podían ser dejados de lado; y Uari también los representa.
Por otro lado, Uiracocha –en el sentido general de las leyendas que destacan a Uari– no alcanzaba la misma connotación en tanto fenómeno de la naturaleza. Uiracocha se vincula con la pesca y el mar: facetas que los antiguos dominaban desde antes de llegar a estas tierras. A Uiracocha se le vincula, también, con el Océano Pacífico.
Yauri Montero indica la presencia de los Uari en la zona de Huaylas, señalando su posterior migración hacia el oriente de los Andes.
Es muy probable que, en el fondo, los descendientes de Uari y los descendientes de Uiracocha procedieran de un tronco común. Prueba ésto el hecho de que, a la larga, los Uari reconocieran a Uiracocha como el tótem primordial. La diferencia entre ellos se planteó, entonces, en torno de los niveles distintos de comprensión y de valoración que hacían sobre una u otra faceta de la naturaleza.
Uari representa a la tierra. Uiracocha representa al mar. Uno y otro son, pues, complementarios. Y, a pesar de las diferencias que crearon entre las comunidades que los destacaron, ninguna de éstas dejó de ver, en último análisis, al ídolo de procedencia marina como el verdadero centro generatriz. La diferencia, pues, aunque palpable en efectos prácticos, no creó un antagonismo polar entre las comunidades antiguas.
Los mismos uari reconocían el lugar prioritario que tenía Uiracocha; es decir, reconocían el valor fundamental del tótem del océano. Por lo que debe ser que, los grupos seguidores de Uari como los grupos seguidores de Uiracocha se reconocían, al final de cuentas, como hermanos, como provenientes de la misma fuente generatriz.
Señala también la leyenda que una vicuña blanca guió a Uari hasta los Andes. Debe referirse, así, el paso de los hombres de las tierras llanas hacia la sierra, siguiendo a los rebaños de vicuñas. Por aquellos tiempos el hombre era cazador. Luego, cuando domesticaron a la vicuña, los uari siguieron reconociéndola como el camélido más significativo de sus vidas. Llamaron Uari a la vicuña blanca que guiaba sus destinos. Es muy probable, pues, que este camélido comenzara a ser considerado de un modo especial cuando los hombres se dedicaron preferentemente a su caza, y llegaría a su reconocimiento como tótem cuando se pasó a la etapa de su domesticación.
Como dice la leyenda, los uari penetraron hacia el oriente de los Andes...
¿Habrá sido posible que, viniendo de la costa, una de nuestras raíces históricas haya seguido el curso del río Santa, o –como dice la leyenda– a los rebaños de camélidos, para ingresar, por esta zona, a la Cordillera de los Andes?... Se instalarían en el Callejón de Huaylas, habitando en cuevas, como la de Guitarreros.
Mas su vocación exploradora, y los cataclismos naturales en la zona, los llevarían a penetrar aún más en los Andes. Poblarían Huari, Huantar y Chavín. Se internarían aún más en la Cordillera Occidental, llegando a lo que hoy conocemos como La Unión. Habitarían en Lauricocha y pasarían, después, a la Cordillera Central, llegando a Huánuco, al pie del río Huallaga. Trabajarían en los valles de Huánuco y Tingo María, encontrándose con una cadena andina de poca elevación, la Cordillera Azul u Oriental, tras la cual descubrieron la gran Pampa del Sacramento; pampa inmediatamente fecundada, ante sus ojos, por el río Pachitea…
Contando otros lugares, ¿habrá sido éste el curso migratorio que siguió uno de los ramales matrices de nuestra antigüedad?… En cualquier caso, los antropólogos, arqueólogos, historiadores y hasta los geólogos tenemos, aquí, una riquísima veta por explorar... ¿Podremos los hombres de ciencia extraer esos valores, para elevar nuestra cultura, o serán los saqueadores inescrupulosos del pasado, contando con la inercia oficial, quienes seguirán ganando la partida?
Volvamos a lo nuestro. Con seguridad, los uari explorarían todas las cadenas de los Andes. Se internarían por la Cordillera Central, concentrándose en Ayacucho: lugar históricamente característico de su posesión. Pero los uari continuaron más allá. Llegaron a la Meseta del Collao y pasaron hasta lugares pertenecientes a los actuales países de Chile, Bolivia, Argentina, Paraguay y Brasil.
La toponimia actual muestra algunas huellas del paso de los uari.
Al sur de Santiago de Chile encontramos un sitio andino denominado Yungay.
Al borde sur-oriental del lago Titicaca tenemos al poblado boliviano de Huarina.
En Bolivia, nuevamente al borde sur-oriental de un lago, esta vez el Poopó, tenemos a otro lugar denominado Huari.
El nombre del río Pilcomayo –que, partiendo de Bolivia, sirve de límite entre Argentina y Paraguay– tiene un eminente origen quechua, lo que reportaría la presencia de la raíz uari en la zona del Gran Chaco.
Al sur de Paraguay tenemos, precisamente, a un río denominado Tebicuary…
De pasada, me pregunto: ¿el mismo nombre del río Paraguay no reflejará –en una forma simplificada por los españoles– una lejana fusión entre los pobladores del río Paraná y los uari?…
Al este del río Paraguay tenemos a una localidad llamada Paraguarí7…
De otro lado, anotaré que el mismo río Paraguay en el territorio de Brasil se denomina Paraguai, y uno de los ríos brasileños con los que inmediatamente se vincula es el Taquarí.
Al sur de Brasilia contamos a la localidad de Araguari.
En el extremo nor-este de Brasil volvemos a encontrar ríos denominados Pará y Araguarí.
Y prácticamente a la mitad del recorrido total del río Amazonas –el más extenso de América– tenemos a un afluente llamado Quari; intersección de ríos que origina a la localidad de Coari…
Apuntaré, también, que en Venezuela tenemos a los ríos Guarico, Arauca y Paragua… Esto nos hace inmediatamente pensar en este lugar como matriz de las comunidades fundamentales que luego se asentarían en Perú, Chile y Paraguay, respectivamente…
¿En efecto, será en Venezuela en donde encontraremos el asentamiento fundamental de las comunidades que, luego, bajando por el lado occidental del sub continente, llegaron a poblar Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, la zona del Gran Chaco y Brasil, como nos indica una antigua leyenda?… Tal sería uno de los caminos legendarios…
Lógicamente, la presencia de raíces en la toponimia de lugares que no son históricamente característicos de sus comunidades nos revela el alcance que tuvo la migración de éstas, transmitiéndonos, a la larga, el mensaje (por desenvolver) de los vínculos comunales desarrollados entre ellas.
En la parte del continente que nos ha tocado nacer ocuparon un lugar preponderante las comunidades uari…
“Los indios que depusieron ante los Visitadores de Idolatrías, particularmente ante Hernández Príncipe, afirmaban tener su origen en los huaris. Lo resume Duviols: «Los Huaris eran seres antropomorfos y muy antiguos, de elevada estatura, de mucha fuerza, diestros en la construcción de edificios y el cultivo de la tierra.» «Surgidos después del cataclismo general –el diluvio– enseñaron a los hombres que habían logrado salvarse, el cultivo de la tierra» y las técnicas agrícolas; creando las plantas alimenticias y trayéndolas de otras partes, como la papa, la oca, etc. Huari era el dios de la agricultura y que con el nombre «de mallquis, vivificaban las siembras y ayudaban a los agricultores desde el lugar que ocupaban en la tierra: un manantial, el sepulcro de sus antepasados o una caverna». Dios creador que puso en paz a los hombres empeñados en crueles guerras por quitarse las tierras. Que para castigar la maldad de los hombres que pretendieron victimarlo mediante una emboscada, «convirtió sus huacas en piedras o huancas de variadas figuras de animales: leones, osos sierpes, etc.» Surgiendo un templo subterráneo donde le rendían culto y le ofrendaban productos del suelo y especies de su industria; y cuya religión estaba a cargo de sacerdotes o hechiceros que predecían el futuro y curaban las enfermedades, extrayendo del cuerpo de los enfermos sabandijas y demás. (Aquél templo no fue otro que el hoy llamado Chavín de Huantar). El dios Huari, con el correr del tiempo, se asimiló a la deidad Huiracocha, resultando Huarihuiracocha. Los indios y ayllos de la región geográfica de Huaylas a Cajatambo y Humalíes, decían tener como progenitor a Huari y cuyo era el dios de ellos, como queda dicho. Pero algunos, en el siglo XVII, manifestaron ser «descendientes del Sol que los crió», otros sostenían que sus «antepasados vinieron de los llanos» (litoral del Pacífico); y otros decían que «fueron creados en el mismo suelo que habitaban»... Resumamos el mito del dios Huari recogido en 1615 de boca de los indios por el Dr. De la Vega Bazán, Cura de Singa, en el corregimiento de Humalíes (Huánuco)... Los indios llamaban Huari «al Creador y soberano de todas las cosas», al que representaban con ídolos, para cuyo culto tenían sacerdotes o hechiceros que actuaban en templos o cuevas subterráneas. Tales sacerdotes enseñaban que «castigó Dios a la tierra con un diluvio y que se ahogaron con el crecimiento de las aguas los indios que vivían en las partes bajas y que los que vivían en las altas se metieron en las cuevas de los cerros y se tapiaron por dentro, donde estuvieron un año». Terminado el diluvio salieron de las cuevas algunos indios con sus familiares, y que de ellos descienden las gentes de hoy. Por ello los indios llamaban a las cuevas PACARINAS, que quiere decir nacimientos; porque entendían que habían salido de las cuevas». Que «estando la tierra aún lodosa apareció en ella un hombre alto, de tres varas, el cual les ayudó a los indios en todo, enseñándoles a extraer los frutos de ella; gobernando a los indios que vivían sin ley ni mando y empeñados en guerras unos con otros por quitarse las chacras». Que este dios Huari era «un hombre barbado como español, pircó todas las chacras y repartió a todos los ayllus las chacras y acequias, para que no se matasen». Que el dios Huari todo lo gobernaba «dando vueltas como el aire toda la tierra cada día; y que luego se sentaba en los altares o asientos de piedra a ver las ofrendas que los pueblos le habían hecho; dichos altares estaban arriba de los pueblos». Y que el dios Huari se convierte en muchas formas de hombre y culebras; y que cuando viene es «como viento fuerte y grande»... (TESTIMONIO AUTENTICO DE UNA IDOLATRIA MUY SUTIL QUE EL DEMONIO HABIA INTRODUCIDO ENTRE LOS INDIOS DE CONCHUCOS Y HUMALIES, SUS SACERDOTES, IDOLOS, TEMPLO DEBAJO DE TIERRA DE ADMIRABLE ARQUITECTURA, etc., por el Br. D. Estanislao de la Vega Bazán, Cura de Santa Ana de Singa, Comisario de la Santa Cruzada, etc., por Pierre Duviols, p. 387). Entre los nativos de las actuales provincias de Huari, Conchucos, Humalíes y Marañón corre un mito referente a los Huaris y la creación del mundo. Santiago Antunez de Mayolo ha recogido una versión y la ha publicado en «Huella» (Diciembre de 1972, Lima, p. 14). «El mito de los Huari». Nos refirió un indio de Huamachuco que: «en un principio no existía más que humo y que la tierra se formó de él. Vivían los Huaris en Uran Pacha (interior de la tierra) y soplaron las cadenas de los Andes (amarus), y salieron del seno de la tierra por las requebraduras de los cerros ‘horkos’ (machos) y bajo forma de humo, transformándose en gigantes rojos, desnudos y con enormes dientes. Que hubo una época de desavenencia entre Uran Pacha (la tierra) y el Hanan Pacha (los cielos) a causa de los Huaris, que, en un principio vivían en Huaylas, y que entonces se partió en dos la gran cadena de los Amarus del Callejón de Huaylas, que antes era una sola; se formó el callejón y con la lluvia y la tormenta se llenó de agua inundando también la tierra de los Huaris, que por tal razón inmigraron al Oriente y, poblando los valles de Chamin (lugar de abundancia y fertilidad) (Chavín) y el Marañón, llegando hasta Huamachuco. Que estos Huaris hercúleos y poderosos, degeneraron y se convirtieron unos en hombres y otros en animales y plantas, que todos son descendientes de los Huaris, los dioses de las fuerzas de la naturaleza». Presúmese que el dios Huari fue de la veneración de un amplio radio andino, aunque su nombre se haya modificado o transfigurado en ciertas zonas. En torno a el y a otros dioses y personajes míticos, pretender explicar la existencia de naciones, imperios y culturas. Así el llamado Imperio Huari, estudiado por Tello, Larco Hoyle, Bennet, Mensel, Verselius, entre otros, y que diseñan Lumbreras y Espinoza Soriano; con su foco principal en la urbe del mismo nombre, cuyas singulares ruinas se hayan en el radio de la ciudad de Ayacucho. Tal Imperio de tipo guerrero, se caracterizaría por el culto a la divinidad CON TICSI HUIRACOCHA, al que erigieron templos, y el uso del quechua o RUNASIMI. Conquistando por las armas se habrían extendido por el N. hasta Cajamarca y por el S. a Sicuani, imponiendo tal dialecto y el culto a su dios; como implantando el régimen de los mitimaes o colonias agrícolas en las fronteras de la selva y costa del Pacífico para el cultivo del ají, el algodón y frutales como grandes agricultores que eran. Este Imperio surgido en el siglo VI, se habría disuelto en el XI, en que insurgieron los reinos o confederaciones; cuya arquitectura, cerámica, textilería y demás son de tipo Chavín-Tiahuanacoide. Siendo de aquél período u Horizonte Medio las ciudades de Huari, Conchapata, Nahuinpuquio, Piquillacta, y el templo de Huarivilca, en el valle de Jauja. Las leyendas de Huallullo y Carhuacancho que circulan en aquél valle, significarían la derrota de l los huancas por los huaris y el refugio de aquellos ayllus en la zona de Huaytapallana, según el segundo historiógrafo. Luis Lumbreras: «Los orígenes del estado en el Perú». El Imperio Huari, p. 93. W. Espinoza S.: Huarivilca y el primer Imperio Andino. «Correo», Huancayo, 1 de junio, 1972, p. 13.”8
Varallanos muestra, aquí, diversas fases y facetas de la vida de los uari. Absolutamente notable es la idea del origen de la tierra (y, a la larga, de los hombres, animales y plantas) a partir del humo. Destacable es, también, la idea sobre el dominio del trabajo agrícola por los uari. Pero lo que llama más la atención es el señalamiento de los uari como representantes antiguos y característicos del quechua.
Los uari llevaron el quechua, prácticamente, a todas las regiones del Perú Antiguo, llegando, incluso, hasta la meseta del Collao. Aquí entablaron diversos vínculos con las comunidades que habitaban el lugar; entre ellas, con los Ynga9. El ídolo “Wari” llegó a tener un reconocimiento muy marcado en el altiplano:
“Wari, semidios de la mitología altiplánica, tenía el atributo de la fuerza. Era un monstruo que dormía en las entrañas de la Cordillera que mira hacia el mar.”10
Los uari no surgieron, recién, en el siglo VI y desaparecieron en el siglo XI, como enseñan los textos clásicos de historia.
Uaris son los que habitaron Chavín, hace 3 000 años; y dejaron su “monstruoso” lanzón en las entrañas de esa parte de la cordillera. Uaris son los que, desde la Sierra Central (especialmente desde Ayacucho), ejercen influencia dominante hasta el siglo XI de la presente era cronológica. Uaris son los que, al lado de los Ynga, gobiernan sobre el Tahuantinsuyo11. Uaris son los que ayudan a los españoles en la conquista, creyendo que apoyaban a Uiracochas12. Uaris son muchos de los comuneros que habitan en la Sierra Norte, Central y Sur del Perú republicano.
En general, las comunidades importantes de las que nos hablan nuestros libros de historia no desaparecieron al cesar su papel histórico; siguieron existiendo. La vida de estas comunidades no transcurre a la manera de una página que, al pasarse, se pierde de vista. Tienen antecedentes, mantienen sus vidas, conservan sus tradiciones, proyectan su devenir; interactúan con otras comunidades que existen en su tiempo.
Uari es la raíz de numerosas comunidades antiguas; raíz que proyecta su vida en varios grupos humanos, que perviven a lo largo de miles de años. Pero no puede decirse, categóricamente, que es la raíz última. Es más, es muy probable que haya otras raíces, y que las más antiguas liguen su pasado con el mar... ¿Serán, acaso, las mismas comunidades uari, u otras que, con el tiempo, dieron lugar a ellas?...
Se ha tomado aquí a los uari como un ejemplo de las comunidades más antiguas que nos han legado, a través de sus leyendas, algunas huellas de nuestro pasado remoto. Pero veremos también otras leyendas, que ligan el origen de las comunidades con representaciones totémicas remotas.










II
LEYENDAS SOBRE EL ORIGEN
1. El origen legendario de los hombres


En todos los lugares que en este continente fueron habitando, los grupos humanos forjaron, poco a poco, peculiaridades que los llegaron a distinguir a unos de otros. Así se llegaron a constituir y a definir comunidades distintas. Con el correr del tiempo, varias de ellas llegaron a diluir, incluso, los lazos con sus fuentes comunes.
Cada comunidad que alcanzaba cierto progreso y, por ende, cierto prestigio llegaba a considerarse, a la larga, como la fuente primera de todas las demás, y reclamaba, para sí, los derechos que por el tiempo le correspondían. Se presentaban, así, las pugnas por la hegemonía histórica, basada en la antigüedad de las comunidades.
Pero he aquí que, en determinado tiempo, estas comunidades sufrieron un profundo devastamiento social, por lo que muchas de ellas tuvieron que reconstituirse; es decir, tuvieron que “nacer” de nuevo. En particular, las comunidades que habitaban el Collao acordaron diversas direcciones de migración. Y hasta es probable que el conjunto de las comunidades que habitaban este lado del continente, reconociendo su comunidad de origen, se reunieran y acordaran las zonas, lugares y direcciones particulares de posesión que a cada gran familia correspondería. Después de todo esto, las comunidades antiguas harían semblanza de sus orígenes más remotos, para subrayar su identidad; y, sobre la “nueva creación”, crearon diversas alegorías y leyendas.
“Tres o cuatro fábulas refieren los de varias provincias, que, por ser las más principales y las más universalmente recebidas sobre este punto las pondré aquí. Unos, sin hacer mención del diluvio, dicen que hubo un Hacedor del universo que crió el cielo y la tierra con las diversas naciones de hombres que la habitan; que pasó esto en Tiaguanaco, y que, habiendo puesto en orden y concierto todas las cosas por él criadas, dando a cada una el lugar que le tocaba, se subió desde allí al cielo. Otros niegan haber sucedido esto en Tiaguanaco, y cuentan que, puesto el Criador en un lugar alto, produjo allí los hombres y demás criaturas corporales; mas, sobre el lugar que haya sido éste hay tantas opiniones cuantas son las provincias y naciones deste reino, queriendo cada nación que haya sido en su tierra...
Los habitadores de los Llanos y tierras marítimas tienen en Pachacama, pueblo de los Llanos cuatro leguas distante desta ciudad de Lima; y la gente común tiene esto por más verosímil, fundada en la etimología deste nombre Pachacamac, que hasta hoy dura, en el cual pueblo hubo un soberbio templo dedicado al Criador del mundo, que esto quiere decir Pachacamac. Otros creen ser este lugar un cerro alto que está cerca del Cuzco, llamado Huanacauri. Los de las provincias de Quito refieren que vino el Hacedor por la mar del Norte y que atravesó toda esta tierra criando hombres, repartiendo provincias y distribuyendo lenguajes; y otras muchas naciones dicen otras muchas cosas a este tono, que sería largo de contarlas...
Las otras fábulas que acerca deste particular tienen, comienzan el origen de los hombres por el diluvio, del cual tuvieron todos estos indios muy gran noticia, salvo que no dan razón de más de que fué aquella la voluntad del Viracocha; y aun estaban persuadidos, que como aquella vez se perdió el mundo por agua, se había de volver a perder otra vez por una destas tres causas: o por hambre, pestilencia, o fuego. En lo que muchos discrepan es en cuál sea la tierra que primero fue descubierta de las aguas y poblada de hombres, y quiénes fuesen aquellos restauradores del linaje humano. Pero como van en esto tan a ciegas y alucinados, sin más fundamento que el que dan en las otras cosas de su religión, cada uno finge a su albedrío lo que se le antoja; porque unos tienen que, cuando comenzaron a decrecer las aguas, la primera tierra que se descubrió fué la isla de Titicaca en la cual afirman haberse escondido el sol mientras duró el diluvio, y que, en pasando, se vió allí primero que en otra parte; otras naciones señalan otros lugares, novelando cada cual en infinitos desatinos. Casi todos concuerdan en que con el diluvio perecieron las gentes con todas las cosas criadas, porque las aguas cubrieron los más altos montes del mundo; de suerte que no quedó cosa viva, excepto un hombre y una mujer que se metieron en una caja de atambor, la cual anduvo sin hundirse sobre el agua; y que al tiempo que menguaba, bajó y tomó tierra en Tiaguanaco.”13
El padre Bernabé Cobo expone, así, una magnífica apreciación de conjunto sobre las creencias que los antiguos tenían acerca del origen de la humanidad.
Los gentiles formaron dos grandes versiones sobre la aparición de los hombres en esta parte del continente, tomando como referencia, o no, al “diluvio universal”. Ambas versiones llegan a coincidir –en algunas de sus variantes– en señalar a Tiahuanaco como el lugar de “la creación” o, exactamente, de “la restauración del linaje humano”. Mas, éste no fue el único lugar así considerado; existieron tantos sitios así tomados, como grupos trascendentales hubieron en nuestra antigüedad. En su tiempo, cada uno de esos grupos llegaría a considerarse como la fuente primera de la humanidad. De manera tal que, al valorar las leyendas sobre este tema –u otros semejantes–, ha de tenerse muy presente esta característica tan común como marcada.
Dicho en otros términos, en nuestro mundo antiguo, cada grupo comunal de prestigio llegó a presentarse, en su oportunidad, como el abanderado en determinada fase o aspecto del desarrollo. Esta es una de las conclusiones más importantes que nos lega la comprensión de Bernabé Cobo14.
Sin embargo, las carencias y las limitaciones inherentes e inevitables de la época en que vivió este gran cronista –la más importante de todas: el desconocimiento del régimen interno de las comunidades primitivas– y la acendrada concepción religiosa que lo guiaba impidieron que terminara de calibrar los hechos históricos en su magnitud plena.
Lo que el padre Cobo llama –aferrándose a sus ideas religiosas– “fábulas de infinitos desatinos” son, en realidad, versiones legendarias que los aborígenes tenían acerca del origen de sus respectivos troncos gentilicios.
Las “discrepancias” que el jesuita apunta sobre el lugar donde se realizó “la creación” de los hombres, sobre dónde “primero fue descubierta la tierra de las aguas del diluvio” y respecto al grupo nativo que “restauró el linaje humano”, no son más que los indicadores de la conformación o de la reconstitución de los diferentes troncos y grupos gentilicios. Algunos sostendrán su origen en las regiones costeñas o llanas de América, otros se remontarán hacia las zonas de la selva, y habran, finalmente, quienes remitan sus orígenes hacia la Cordillera de los Andes.
En particular, las leyendas que en esta parte de América destacan son las que señalan “el resurgimiento de la vida” en la zona del Collao (en la isla Titicaca y en Tiahuanaco); zona en donde habría nacido el grupo Ynga.
En efecto. En América del Sur debieron existir –como en el resto del mundo existieron– diversos centros en donde se constituyeron o se reconstituyeron tantos troncos gentilicios.
Desde dichos lugares, tales agrupamientos comenzaron a desarrollarse y a diferenciarse entre sí, explayándose sobre distintos territorios, manteniendo determinados lazos que, luego, poco a poco, fueron diluyéndose, debido a diversas causas (una de ellas, la distancia geográfica, que influiría en la creación de los dialectos), llegándose posteriormente, incluso, a enfrentamientos entre unos y otros.
Una de esas fuentes de constitución, de “restauración” o de reconstitución gentilicia estuvo en la meseta del Collao. Esta zona es, pues, la cuna remota de determinados ramales gentilicios, de los que derivaron múltiples comunidades, una de las cuales fue la Ynga. Grupos que llegaron a cumplir un papel de primera importancia en la historia de las sociedades primitivas de esta parte de América.
En su migración por los Andes, determinados grupos humanos hallaron, a más de cinco mil metros de altura sobre el nivel del mar, un extenso terreno llano, que estaba rodeado, a su vez, por colosales cumbres; se trataba de la meseta del Collao. Al interior de esta gran meseta encontraron un inmenso lago que –por tener una extensión superior a los ocho mil kilómetros cuadrados– les semejaba a un mar. Al interior de este lago descubrieron, también, a su isla mayor, a la que llamaron Titicaca. Aquí erigieron su centro fundamental de gobierno y culto.
La zona del Collao posee condiciones básicas para el sustento y el desarrollo de los hombres, aún estando éstos en sus fases primitivas. En este lugar pudieron haberse formado y concentrado varios grupos humanos; la flora y la fauna así lo posibilitaban. Además, los recursos minerales que ofrecía el lugar favorecían grandemente la vida de los primeros collas.
Allí los hombres pudieron estar cuando ya dominaban el fuego. La abundancia de animales, para su cocción, les hacía menester el uso del fuego. Y los primeros collas no sólo tenían animales producto de lo que cazaban y de lo que pescaban en los ríos, además contaban con la mayor despensa de peces que había en toda la zona: el lago Titicaca; que se convertiría, así, en la fuente primordial para el sustento de sus vidas. De aquí debe nacer la veneración especial que los collas, en general, y los Ynga, en particular, profesaban por este lago.
Dicho en otros términos, los Ynga habrían provenido de la meseta del Collao; es decir, por su lugar de origen serían collas. Y esta apreciación –que todos la hemos compartido, implícitamente, hasta el presente, a través de la leyenda del lago Titicaca– no estaría descaminada de la verdad15.
La zona Colla es una extensa planicie, limitada por la Cordillera de los Andes. En su lado norte se encuentra el lago más elevado del mundo, el Titicaca, y, al sur de éste, Tiahuanaco.
Son varios los cronistas que señalan al Collao como una de las fuentes primarias de nuestra antigüedad. Léase, por ejemplo, a Cristóbal de Molina:
“... y tuvieron gran noticia del diluvio; y dicen que en él perecieron todas las gentes y todas las cosas creadas, de tal manera que las aguas subieron sobre los más altos cerros que en el mundo habían, que no quedó cosa viva, excepto un hombre y una mujer, que quedaron en una caja de un tambor, y que al tiempo que recogieron las aguas el viento echó a estos en tierra Huanaco, que será del Cuzco más de sesenta leguas, poco más o menos, y que el hacedor empezó a hacer las gentes y naciones que en la tierra hay, y haciendo de barro cada nación, pintándoles los trajes y vestidos que cada uno había de tener y traer; y los que habían de traer cabellos con cabello, y los que cortado, cortado el cabello; y que concluída, a cada nación dió lengua que había de hablar, y los cantos que habían de cantar, y las simientes y comidas que habían de sembrar.
Y acabado de pintar y hacer las dichas naciones y bultos de barro, dió ser y ánima a cada uno por sí, así a los hombres como a las mujeres, y les mandó sumiesen debajo de tierra, cada nación por sí; y que de allí cada nación fuese a salir a las partes y lugares que él les mandase; y así dicen que los unos salieron de cuevas, los otros de cerros, y otros de fuentes, y otros de lagunas y otros de pies de árboles y otros desatinos desta manera...”16
El diluvio como castigo de Uiracocha (en realidad, el devastamiento de las comunidades por un fenómeno natural); la regeneración de la humanidad a partir de una pareja (jefes, en realidad, o representantes de una comunidad); el ordenamiento de los descendientes según un lugar de origen o de procedencia totémica (pacarina); en relación a esto, la formación de los linajes, la designación de una forma particular de presentación, de un atuendo, dialecto y otras formas de manifestación peculiares, etc., etc.; estamos, en suma, ante una reconstitución integral de los grupos antiguos en el Collao.
Son varias las leyendas que plantean tal conformación a partir de un devastamiento natural, posiblemente de tipo climático. Los efectos desoladores del “Fenómeno del Niño”, que hemos sufrido en los últimos años, apuntalan la admisión de esta posibilidad.
El fenómeno que sufrieron los antiguos habría ocasionado un “trastocamiento en el mundo”, un “Pachacuti” que alteró la realidad sobre la que vivían, y que condicionó un cambio en la composición orgánica y social de las familias. Bajo la dirección de su jefe, o Uiracocha, los sobrevivientes a ese cataclismo serían quienes acordarían las modificaciones al interior de las comunidades, así como la migración y la ubicación determinada de los mismos.
Sobre esta “reaparición” de los hombres, algunas leyendas señalan que Uiracocha los formó de barro, mientras que otras señalan que los forjó en piedra. Uno y otro caso son indicadores del nivel de desarrollo material y de comprensión mental que, por aquél entonces, los hombres habían alcanzado, y que se correlacionan con el estadío medio de la barbarie; lo que no necesariamente indica que en esta fase histórica fue que se produjo “la restauración del linaje humano”.
La indicación básica de que los hombres fueron hechos de barro, pintándoseles allí sus vestidos, nos señala la presencia de comunidades que poseen el arte de la alfarería, cuando menos en sus etapas iniciales. Es decir, al momento de producirse dicha reconstitución, encontramos grupos humanos que habrían sobrepasado, ya, los estadios remotos del salvajismo, y se encontraban en la etapa de la barbarie. Es característico de los grupos humanos que se encuentran en este período histórico emplear el barro o la piedra en sus trabajos. Tal sería, pues, la fase de vida que nos presenta la leyenda. Aunque, debemos tener presente que el nacimiento de las comunidades gentilicias ocurre, históricamente, en la fase final del salvajismo.
Para el caso de las comunidades existentes en la América primitiva, la reconstitución o “la restauración” de éstas –tras sufrir un colapso determinado– bien pudo realizarse en una etapa posterior; particularmente, en Titicaca y en Tiahuanaco; de lo que los antiguos plasmarían alegorías a través de las leyendas y de los monumentos pétreos que nos dejaron.
Es indudable que, en la perspectiva histórica, las construcciones y los trabajos hechos en tierra y en piedra reflejan un dominio más complejo de los hombres sobre la materia y, por ende, reflejan un estadío superior en su desarrollo social.
Por otro lado, hay que apuntar que los antiguos, al encontrar en lo elevado de la Cordillera una gran meseta y, en este nivel, un inmenso lago (sin que existiera ningún otro semejante a su dimensión en un lugar cercano), debieron de forjarse una impresión y un significado sumamente especiales sobre el sitio17.
Hombres profundamente identificados con la naturaleza, verían en aquella geografía un lugar apropiado para instalarse, primero, y para plasmar, después, “la restauración del linaje humano”. Estaban en la planicie más alta de la realidad que conocían. Además, sobre esta planada resaltaban imponentes el lago y su gran isla, desde donde figurarían que salió el Sol, para dar su luz al mundo, tras la nueva etapa de “la creación”.
El lago Titicaca, y la gran cantidad de ríos que lo circundan, favorecían el sustento de la vida de los primitivos collas. Mas, la meseta favorecía también la presencia de camélidos en su seno. Inicialmente, los hombres pudieron servirse de los cueros de estos animales (obtenidos por la caza) para proveerse de vestido. Luego, haciendo uso del cuero y de la lana de los mismos –empleando, además, ciertas plantas para obtener tintes– dieron vida al arte de la textilería: “pintando sus trajes y vestidos”.
Con sus respectivas particularidades, características semejantes en su evolución debieron atravesar las comunidades del resto de los andes, así como las de la costa y las de la selva. Incluso, es posible que los antiguos collas llegaran ya, a la meseta, con ese nivel de desarrollo, o en un estadío próximo. Pero aquí complementarían, de un modo vigoroso, su característica de vida vinculada a los auquénidos, por las favorables condiciones que para esto ofrecía la gran meseta. Característica que los distinguiría de las demás comunidades.
En particular, los Ynga tendrían siempre muy presente estas características básicas de vida, con las que se desarrollaron desde tiempos muy lejanos. Y esto puede ser perfectamente comprobado.
He aquí una prueba.
En lo que equivale a nuestro mes de Abril, los Ynga celebraban la fiesta específica de su familia: el Ynga Raymi. En esta festividad hacían clara y directa referencia a las condiciones fundamentales de sus etapas primarias de vida en el Collao:
“y el dicho Ynga tenia muy grande fiesta conbidaua a los grandes senores y prencipales y a los demas mandones y a los yndios pobres y comia y cantaua y dansaua en la plasa publica. En esta fiesta cantaua el cantar de los carneros, puca llama, y cantar de los ríos aquel sonido que haze. Esto son natural, propio cantar del Ynga, como el carnero canta y dize «yn» muy gran rato con conpas. Y con ello mucho cunbite y uanquete y mucho uino, yamur aca.” (Guaman Poma; ob. cit., pág. 243; s/m.)
Con estas condiciones de vida, los hombres del Collao alcanzaron un nivel considerable en su desarrollo.
El incremento de la población sería un rasgo característico en la etapa inmediata a la “restauración”. Al crecer el número de los comuneros, se propició la división de las comunidades, surgiendo nuevos grupos humanos. Esto acarreó la extensión del conjunto en el espacio.
Las comunidades fueron copando la gran meseta Altiplánica, extendiéndose por los andes, la costa y la selva, llegando a lugares que presentaban mejores condiciones para ciertas especies de cultivo; lo que se reflejaría en sus comidas.
A su vez, estas nuevas condiciones de trabajo y de vida, con que cada comunidad se formaba, creaban en ellas nuevas características, que translucían hasta en sus formas de presentación.
Con la división de las comunidades y su extensión en el espacio se produjo, pues, la diferenciación de las mismas, llegándose a la formación de los particularismos.
Las comunidades plasman costumbres, atuendos, cantos y muchas otras formas de expresión particulares. Se crean los dialectos.
Las comunidades habían definido y acordado, perfectamente, las zonas y direcciones de su ubicación. Vivían en un estado de armonía... Mas, en el fondo, esto no significaba la eliminación del afán hegemónico del grupo que, por sus avances objetivos y subjetivos, consideraba que ese lugar merecía...
Con todo, la humanidad, “regenerada por Uiracocha”, pasaba por aquel entonces por una etapa pletórica en su vida.











2. El Collao: matriz gentilicia


Hay que destacar, aquí, una precisión sumamente importante, que recoge Bernabé Cobo:
“Los moradores del Collao están divididos en dos pareceres: los unos afirman haber sido hecha la creación en Tiaguanaco, y los otros en la isla de Titicaca, que está en la gran laguna de Chucuito, y ambos puestos caen en la diócesis de Chuquiabo.” (Ob. cit., lug. cit.)
Ambos lugares se encuentran en la meseta del Collao; sin embargo, no tenían el mismo valor en el entendimiento de los collas. Esta valoración dependía, seguramente, del lugar de nacimiento del colla que se tratare, y que expresara su “parecer”. Según remontara sus antecedentes y la aparición de su familia a la isla Titicaca, o a Tiahuanaco, el colla señalaba su respectivo lugar de origen como “la cuna de la humanidad”... Se trataba, entonces, de la clásica pugna por la antigüedad.
“... dicen los indios que con aquel su diluvio se ahogaron todos los hombres y cuentan, que de la gran laguna Titicaca salió un Viracocha, el cual hizo asiento en Tiaguanaco, donde se ven hoy ruinas y pedazos de edificios antiguos y muy extraños, y que de allí vinieron al Cuzco, y así tornó a multiplicarse el género humano. Muestran en la misma laguna una isleta, donde fingen que se escondió y conservó el sol y por eso antiguamente le hacían allí muchos sacrificios, no sólo de ovejas, sino de hombres también.”18
El padre Acosta plasma, así, en pocas palabras, la secuencia de los lugares fundamentales en la historia de los collas: el lago Titicaca y su gran isla, primero; Tiahuanaco, en segundo lugar; y, finalmente, el Qosqo. En esta secuencia, se destaca al Titicaca como el sitio primario de “la creación”.
Seguramente, en tiempos remotos, luego de una prolongada migración por los Andes, grupos humanos de condiciones materiales muy limitadas llegaron a la gran meseta Altiplánica, instalándose en los contornos del gran lago, y sus islas, por las condiciones favorables que éstas presentaban para el sustento de sus vidas. Se trataba de los grupos fundadores de los collas19.
Escogieron la zona del Titicaca como centro principal de su asiento, probablemente, por dos causas muy definidas.
Una de índole práctica: establecerse en un sitio que les permitiera un grado considerable de seguridad, tanto en la manutención como en la protección de sus vidas. Y es indudable que el gran lago, sus islas, ríos y alrededores, brindan esta condición.
La otra causa sería de índole histórica: rememorar un hecho vinculado a sus orígenes más remotos. Quizá la primitiva migración desde el interior del vasto océano. Y, en su referencia a la gran isla, la alegoría por su lejana cuna originaria, o, en todo caso, el recuerdo por un lugar de particular importancia en una extensa migración ultramarina... Por una u otra vía llegamos, otra vez, al problema del origen, o de los orígenes de estos hombres. Llegando, invariablemente, a las fuentes “ultra mar” de un grupo de comunidades.
Sea cual fuere el caso, lo importante, aquí, es subrayar la concepción que los hombres de esta parte de América tenían sobre su inmediata procedencia: “de la gran laguna Titicaca salió un Viracocha”, que dio origen al género humano... Tenemos, reiterada, la vinculación del origen del hombre con una inmensa fuente líquida. Como si quisieran hacer semblanza de la procedencia de sus antecesores lejanos... O como si quisieran complementar su visión de estos hechos con una referencia a una (posible) concepción profunda que habrían formado sobre el origen de la vida en el planeta20.
El crecimiento de la población de dichos grupos, el incremento del número de éstos, así como el avance en su dominio sobre la naturaleza y en la lucha por nuevos territorios, condicionó que los colla-titicaca “salieran” de la gran laguna y comenzaran a extenderse por la gran meseta. De este modo, habrían llegado a ocupar preferentemente Tiahuanaco; lugar que, con el tiempo, pasaría a convertirse en un nuevo centro fundamental, de gobierno y de culto, ya que aquí confluirían y se desarrollarían importantes grupos humanos.
De otro modo, Titicaca habría sido la cede de la comunidad más antigüa, primariamente dirigente. Y Tiahuanaco habría sido la sede de la comunidad secundaria, primariamente subordinada. Esto, de un modo relativo; pues, en los tiempos originarios las dos grandes comunidades primarias pudieron haber actuado como grupos “madre” y “padre”; siendo el grupo “madre” el que ejercía la primera jefatura. Luego, históricamente, este mando pasó al grupo “padre”; y, con ello, nacerían también las diferencias de interpretación y de transmisión de las leyendas originarias.
Es posible que Titicaca destacara cuando el sustento de las comunidades se basaba en la pesca; mientras que Tiahuanaco destacaría a partir del papel que después alcanzaría la domesticación de los auquénidos. La importancia de uno y otro centro estaría, pues, en función del lugar que ocuparon como uno de los fundamentos prioritarios en la vida de los hombres... La historia, primero, “vería” el hecho más cercano en el tiempo…
En Tiahuanaco se organizaría el reagrupamiento gentilicio y la designación geográfica que tendría cada una de las comunidades colla, tras el cataclismo que produjo algún fenómeno natural. De aquí debe provenir su trascendencia histórica, que conservan varias leyendas21.
“Pasado el diluvio y seca la tierra, determinó el Viracocha de probarla segunda vez, y para hacerlo con más perfección determinó criar luminarias que diesen claridad. Y para lo hacer, fuése con sus criados a una gran laguna, que está en Collao, y en la laguna está una isla llamada Titicaca, que quiere decir montes de plomo, del cual tratamos en la primera parte. A la cual isla se fué Viracocha y mandó que luego saliese el sol, la luna y estrellas y se fuesen al cielo para dar luz al mundo; y así fué hecho...
Y dejando la Isla, pasó por la laguna a tierra firme, y llevando en su compañía a los dos criados, que había conservado, fuése a un asiento, que ahora llaman Tiaguanaco, que es de la provincia de Collasuyo, y en este lugar esculpió y dibujó en unas losas grandes todas las naciones que pensaba criar. Lo cual hecho, mandó a sus dos criados que encomendasen a la memoria los nombres que él le decía de aquellas gentes que allí había pintado, y de los valles y provincias y lugares de donde los tales habían de salir, que eran los de toda la tierra. Y a cada uno de ellos mandó ir por diferente camino, llamando las tales gentes y mandándolas salir, procrear y henchir la tierra...” 22
Así se habría producido la reconstitución gentilicia de los colla.
En primer lugar, se reconoce a la zona del Titicaca como el centro fundamental de “la creación”, desde donde se inicia la nueva etapa en la vida de la humanidad, que deja definitivamente, desde el punto de vista histórico, el oscuro período del salvajismo, para pasar a la nueva etapa de la barbarie, en donde los hombres vivirían, al fin, bajo la luz. Esto estaría simbolizado por “la creación de las luminarias” en el Titicaca.
Pero los hombres –dice la leyenda– fueron “creados” en Tiahuanaco. En realidad, aquí se reorganizaron y reconstituyeron las grandes comunidades que vivían en el Collao: se definieron las formas de su organización, sus jefes, las características de sus linajes, sus formas de presentación, los lugares a los que se orientarían, etc., etc. Para llegar a tal nivel organizativo –en donde los hombres se consideraban, al fin, “creados” como tales, bajo la dirección de su Uiracocha–, tuvieron que mediar muchos años; miles de años de desarrollo, desde las oscuras entrañas del salvajismo hasta la luminosa era de la barbarie.
Con el correr del tiempo, la gran laguna y su gran isla habrían quedado como lugares sagrados; pero no por ello carentes de importancia, ya que representaban el núcleo ceremonial de la gran familia colla, destinados a guardar los rituales familiares más antiguos; símbolos fundamentales de su procedencia y depositarios de sus objetos de culto primero, particularmente de origen materno; pues, en el curso general del gobierno de las comunidades, el de las madres estuvo antes que el de los padres, y es muy probable que los collas de aquellos tiempos vivieran aún en tal condición.
En suma, los procesos de reconstitución gentilicia de los collas se habrían realizado en Tiahuanaco, teniendo a la isla Titicaca como su núcleo matriz de constitución. Es probable que entre ambos lugares mediara la característica distinción entre hanan (alto) y hurin (bajo) que plasmaban los pueblos antiguos, pero juntos conformaban el eje central desde donde se organizarían, de una manera definida, los distintos grupos gentilicios de esta parte de América. Grupos que marcharían con orientaciones acordadas, bajo la dirección de los “servidores” o, mejor dicho, de los “hijos” de Uiracocha.
Tal constitución matriz se habría realizado miles de años atrás, tantos que los gentiles, en sus limitados alcances, no pudieron guardar exactamente en la memoria; o no ha llegado a nuestras manos indicación expresa de ello.
Sin embargo, los fundadores –hombres experimentados en el trabajo de las piedras– realizaron “alegorías” majestuosas de tan singular evento, que bien nos pueden valer para determinar su periodificación histórica.
He aquí lo que, al respecto, consigna el Inca Garcilaso de la Vega:
“... Tiahuanacu, de cuyos grandes e increíbles edificios será bien que digamos algo. Es assí que entre otras obras que hay en aquel sitio, que son para admirar, una dellas es un cerro o collado hecho a mano, tan alto (para ser hecho de hombres) que causa admiración, y por que el cerro o la tierra amontonada no se les deslizasse y se allanasse el cerro, lo fundaron sobre grandes cimientos de piedra, y no se sabe para qué fué hecho aquel edificio. En otra parte, apartado de aquel cerro, estavan dos figuras de gigantes entallados en piedra, con vestiduras largas hasta el suelo y con sus tocados en las cabeças, todo ello bien gastado del tiempo, que muestra su mucha antigüedad. Véese también una muralla grandíssima, de piedras tan grandes que la mayor admiración que causa es imaginar qué fuerças humanas pudieron llevarlas donde están, siendo, como es verdad, que en muy gran distancia de tierra no hay peñas ni canteras de donde huviessen sacado aquellas piedras. Véese también en otra parte edificios bravos, y lo que más admira son unas grandes portadas de piedras hechas en diferentes lugares, y muchas dellas son enterizas, labradas de sola una piedra por todas cuatro partes, y aumenta la maravilla destas portadas que muchas dellas están assentadas sobre piedras, que, medidas algunas, se hallaron tener treinta pies de largo y quinze de ancho y seis de frente. Y estas piedras tan grandes y las portadas son de una sola pieça, las cuales obras no se alcança ni se entiende con qué instrumentos o herramientas se pudieran labrar. Y passando adelante con la consideración desta grandeça, es de advertir cuánto mayores serían aquellas piedras antes que se labraran.
Los naturales diçen que todos estos edificios y otros que no se escriven son obras antes de los Incas, y que los Incas, a semejança déstas, hiçieron la fortaleça del Cozco, que adelante diremos, y que no saben quién las hiço, mas de que oyeron deçir a sus passados que en sola una noche remanecieron hechas todas aquellas maravillas. Las cuales obras parece que no se acabaron, sino que fueron principios de lo que pensavan haçer los fundadores. Todo lo dicho es de Pedro de Cieça de León... con los cuales me pareció juntar otros que me escrive un sacerdote, condiscípulo mío, llamado Diego de Alcobaça...: «En Tiahuanacu, provincia del Collao, entre otras hay una antigualla digna de inmortal memoria. Está pegada a la laguna llamada por los españoles Chucuitu, cuyo nombre proprio es Chuquiuitu. Allí están unos edificios grandíssimos, entre los cuales está un patio cuadrado de quinze braças a una parte y a otra, con su cerca de más de dos estados de alto. A un lado del patio está una sala de cuarenta y cinco pies de largo y veinte y dos de ancho... El patio que tengo dicho, con sus paredes y suelo, y la sala y su techumbre y cubierta, y las portadas y umbrales de dos puertas que la sala tiene, y otra puerta que tiene el patio, todo es de una sola pieça, hecha y labrada en un peñasco, y las paredes del patio y las de la sala son de tres cuartas de vara de ancho, y el techo de la sala, por de fuera, paresce de paja, aunque es de piedra... La laguna bate en un lienço de los del patio. Los naturales dizen que aquella casa y los demás edificios los tenían dedicados al Hacedor del universo. También hay allí cerca otra gran suma de piedras labradas en figuras de hombres y mujeres, tan al natural que parece que están vivos, beviendo con los vasos en las manos, otros sentados, otros en pie parados, otros que van passando un arroyo que por entre aquellos edificios passa; otras estatuas están con sus criaturas en las faldas y regaço; otros las llevan a cuestas y otras de mil maneras. Diçen los indios presentes que por grandes pecados que hiçieron los de aquel tiempo y porque apedrearon un hombre que passó por aquella provincia, fueron convertidos en aquellas estatuas».”23
Lógicamente, las obras de Tiahuanaco no pudieron realizarse de la noche a la mañana.
En realidad, muchos grupos gentilicios que se constituían, o se reconstituían, en dicho lugar debieron dejar sus huellas en esos inmensos monolitos, a lo largo de decenas, centenas o, quizá, miles de años. Grupos que, con el correr del tiempo, se irían desplazando hacia lugares diferentes, en esta parte del continente, pero con una orientación determinada. Tendencias migratorias que seguirían estos descendientes de Uiracocha, y que los llevaría a ocupar lugares distintos, tanto en su evolución como en las relaciones que tendrían entre sí.
Muchos habitantes de esta parte de América reconocían que Uiracocha había sido el “creador” de los hombres. En particular, varias comunidades tenían al Collao como la cuna remota de sus ancestros gentilicios.
La indicación de la noche, como hito característico en la creación, puede tomarse como referencia a un período oscuro en la vida de los hombres; como, en efecto, concebían los antiguos a sus fases anteriores de vida. Época oscura que consideraban superada, y que, históricamente, corresponde al estado del salvajismo.
Como se ha indicado, el nacimiento del régimen organizativo de la comunidad gentilicia, históricamente, tuvo lugar en la fase superior del salvajismo. Es muy probable que las comunidades en esta parte de América tuvieran análogo momento de aparición.
Es decir, el nacimiento de la comunidad gentilicia en Sudamérica se produciría en las entrañas oscuras del salvajismo; en una época en que las principales actividades para el sustento de los hombres se realizaban en las noches. Las madres gobernaban aún en estas primeras fases del desarrollo... Época de actividades nocturnas, de dominio de la Luna y de las mamas, de proliferación de los machus, de los hombres salvajes. Era histórica que aún tendrían muy presente los moradores de aquellos tiempos, y que nos legarían a través de numerosas leyendas.
Es indudable que Tiahuanaco ofrecía mejores condiciones de espacio que la isla de Titicaca para reunir, organizar y distribuir a las comunidades gentilicias que habitaban en esos lugares. Pero nadie le podía quitar a la gran isla Titicaca la calidad de ser considerada como la fuente primaria de dichas comunidades.
Sin embargo, la importancia generatriz –por decirlo así– que cada lugar tenía determinó la aparición de “dos pareceres” sobre el sitio primero de “la creación”. Surgió, entonces, la pugna por la significación histórica, entre los colla-titicaca y los colla-tiahuanaco. Contradicción que se reflejaría en la leyenda sobre los orígenes, que recoge Bernabé Cobo.










3. Pachacamac


A propósito de lo anterior, me permitiré aquí, y en el apartado siguiente, exponer una extensa digresión sobre el origen de las cosas, tal y como se habría presentado en la mentalidad de los hombres antiguos del Perú.
Corrientemente se piensa que el sol fue la mayor de las divinidades de nuestros ancestros prehispánicos. Por extensión, se llega a creer que el sol fue el creador de todo lo existente o, cuando menos, de todos los hombres... Nada más lejano de la verdad.
Incluso, el Sol no era la mayor de las divinidades de los Ynga. Era una de sus “divinidades” principales, objeto de una veneración especial, pero no era la entidad que concebían como creadora de todo lo real. El Sol era, propiamente, el tótem de una parte de la familia Ynga. En general, se le concebía –junto con la Luna– como el creador inmediato de la familia Ynga. En particular, se le consideraba como el creador de uno de los grupos fundadores o generadores de esta familia: del que consideraban como el grupo “padre”. La comunidad “madre” de los Ynga se identificaba con la luna.
Pues bien, el Sol y la Luna eran tenidos como las entidades procreadoras de la familia Ynga, en particular; mas no así como las creadoras de todas las familias, de toda la humanidad. En la antigüedad, cada grupo gentilicio entendía que determinado elemento de la naturaleza era su respectivo mediador generatriz; que Uiracocha los había creado –del barro o de la piedra– para que aparecieran de tal o cual elemento:
“... y así salieron unos de lagos, otros de fuentes, valles, cuevas, árboles, cavernas, peñas y montes y hinchieron las tierras y multiplicaron las naciones que son hoy en el Perú.” (Pedro Sarmiento de Gamboa; ob. cit., lug. cit.)
Y así, tales elementos constituían las huacas generatrices; los tótems de esas respectivas comunidades.
Pero los Ynga, de manera especial, no señalaron a ninguno de estos elementos mundanos –por calificarlos así– como los mediadores de su generación. Indicaron –es cierto– al lago Titicaca y al cerro Tamputoco como lugares trascendentales de su aparición, y esto lo hicieron porque, a pesar de lo fantástico de las leyendas sobre su origen, no podían desligarse de los elementos terrestres. Pero, sobre todo, destacaron como sus entes matrices a las luminarias que Uiracocha había “creado” en la isla Titicaca: al Sol y a la Luna.
De esta manera, en relación a las dos versiones sobre el origen de los hombres en la gran meseta Altiplánica, los Ynga se vinculaban con la fuente más antigua; es decir, se presentaban como colla-titicacas. Y aquí, se identificaban con los astros que marcaban el paso a la nueva era histórica de la humanidad, salida del salvajismo.
Merece destacarse este simbolismo tan particular que asumieron los Ynga.
Mientras que los otros hombres –“creados del barro o de la piedra por Uiracocha”– salían de las cuevas, de las peñas, de los árboles, halcones, pumas, etc., los Ynga eran los únicos que, en última instancia, no aparecían de una fuente terrestre, sino celeste. Precisamente, de las luminarias que, tras una larga etapa oscura, vinieron a traer luz al universo y a los hombres.
Los Ynga, pues, no eran de un origen cualquiera. Eran los únicos descendientes de aquellos objetos visibles que se encuentran más lejanos de la tierra: del Sol, de la Luna, de las Estrellas. Objetos que tienen una incidencia directa sobre la vida terrestre; sobre todo el Sol y la Luna, que están inmediatamente vinculados con las actividades de trabajo y de vida de los hombres.
Lógicamente, en el entendimiento del resto de las comunidades, los descendientes del Sol, de la Luna y de las Estrellas, es decir, los Ynga, no podían menos de aparecer como seres de una superioridad grandiosa24.
Mas, en la creencia de los Ynga, y de la generalidad de los antiguos habitantes del Perú, “la creación” del Sol, de la Luna, de las Estrellas, de la humanidad; en fin, de todo lo existente, tenía una explicación aparte.
“Dicen los naturales de esta tierra, que en el principio, o antes que el mundo fuese criado, hubo uno que llamaban Viracocha. El cual crió el mundo oscuro y sin sol ni luna ni estrellas; por esta creación lo llamaron Viracocha Pachayachachi, que quiere decir Criador de todas las cosas. Y después de criado el mundo formó un género de gigantes disformes en grandeza, pintados o exculpidos, para ver si era bueno hacer los hombres de aquel tamaño. Y como le pareciesen de muy mayor proporción de la suya, dijo: «No es bien que las gentes sean tan crecidas; mejor será que sean de mi tamaño». Y así crió los hombres a su semejanza como los que agora son. Y vivían en oscuridad.
A éstos mandó el Viracocha que viviesen sin se desavenir, y que le conociesen y sirviesen; y les puso cierto precepto, que guardasen so pena que, si lo quebrantasen, los confundiría. Guardaron este precepto, que no se dice qué fuese, algún tiempo. Mas como entre ellos naciesen vicios de soberbia y codicia, traspasaron el precepto de Viracocha Pachayachachi, que cayendo por esta tragresión en la indignación suya, los confundió y maldijo.
Y luego fueron unos convertidos en piedra y otros en otras formas, a otros tragó la tierra y a otros el mar, y sobre todo les envió un diluvio general, al cual ellos llaman uno pachacuti, que quiere decir «agua que transtornó la tierra»...” (Pedro Sarmiento de Gamboa; ob. cit., lug. cit.)
Tal habría sido la primera etapa de “la creación”: un mundo de oscura vida primitiva, de hombres salvajes, que eran devastados por cataclismos naturales, particularmente por un diluvio que “transtornó la tierra”. Luego vendría la regeneración de la humanidad, “la creación de los astros” y el desarrollo de la vida con una cultura enaltecida, superior a la etapa anterior.
“Tienen también otra fábula en que dicen que el Hacedor tuvo dos hijos, que al uno llamaron Ymaymama Viracocha y al otro Tocapo Viracocha; y que concluído el hacedor las gentes y naciones, y dar trazas y lenguas, y haber enviado al cielo el Sol, la Luna y las Estrellas, cada uno a su lugar desde Tiahuanaco, como está dicho, el Hacedor, a quien en lengua de estos indios le llaman Pachayachachic, y por otro nombre Tecsi Viracocha, que quiere decir Incomprensible Dios, que vino por el camino de la sierra visitando y viendo a todas las naciones, como habían comenzado a multiplicar y cumplir lo que les había mandado; y que algunas naciones que halló rebeldes y que no habían cumplido su mandato, gran parte de ellos convirtió en piedras, en figuras de hombres y mujeres con el mismo traje que traían.
Fué la conversión en piedras en los lugares siguientes: en Tiahuanaco, en Pucara y Jauja, donde dicen convirtió la huaca llamada Huarivilca en piedra, y en Pachacamac, en Cajamarca y en otras partes...
... y que el Hacedor... mandó que desde allí (desde Pucara: a/m) se partiese el mayor de sus hijos, llamado Yumaymama Viracocha, en cuyo poder y mano están todas las cosas, y que fuese por el camino de los Andes y montañas de toda la tierra; y que fuese dando y poniendo nombres a todos los árboles grandes y pequeños, y a las flores y frutas que habían de tener, mostrando a las gentes las que eran para comer y las que no, y las que eran buenas para medicinas; y así mismo puso nombre a todas las yerbas y flores, y el tiempo en que habían de producir sus frutos y flores, y que éste mostró a las gentes las yerbas que tenían virtud para curar, y las que podían matar. Y al otro hijo llamado Tocapo Viracocha, que quiere decir en su lengua Hacedor, en que se incluyen todas las cosas, le mandó fuese por el camino de los llanos, visitando las gentes, y poniendo nombres a los ríos y árboles que en ellos hubiese, y dándoles sus frutos y flores por la orden dicha; y que así se fuesen bajando hasta lo más bajo de esta tierra y de allí se subieran al cielo, después de haber acabado de hacer lo que había en la tierra.
Dicen también en esta misma fábula que en Tiahuanaco, donde dicen hizo todas las gentes, hizo todas las diferencias de aves, macho y hembra de cada uno, y dándoles cantos, que habían de cantar cada una, y a las que habían de residir en las montañas que se fuesen a ellas; y a las que en la sierra; cada una a las partes y lugares que habían de residir. Y que así mismo hizo todas las diferencias de animales de cada uno, macho y hembra, y todas las demás diferencias de culebras y demás sabandijas que en la tierra hay, mandando a cada una que las que habían de ir a las montañas, fuesen a ellas, y los demás fuesen por la tierra; y que allí manifestó a las gentes los nombres y propiedades que las aves y animales y demás sabandijas tenían.”25
De tal modo se complementó “la creación de todas las cosas”; vertiéndose por tres grandes lugares: por la sierra, por la selva y por la costa.
Rasgo característico de estas leyendas es que subrayan “la creación de la vida” (de los hombres, animales y vegetales) por Ticci Uiracocha Pachayachachic.
Subrayo: esto puede vincularse con una comprensión muy profunda que los gentiles habrían tenido sobre el surgimiento de la materia orgánica a partir del “sebo del mar”, es decir, a partir de Uiracocha. Pero Uiracocha también es señalado, en las leyendas antiguas, como “el Creador de todo lo existente”, incluyendo a la materia inorgánica.
Se observa, sin embargo, que el significado de la nominación de este “Dios” tiene un alcance muy limitado, como para poder comprender a toda la magnitud de “la creación”.
Con el correr del tiempo, los gentiles habrían llegado a una mejor concepción sobre la existencia de todas las cosas, comprendiéndolas de un modo más general, en un nuevo concepto.
Eso es lo que nos transmite el siguiente apunte del Inca Garcilaso de la Vega:
“Demás de adorar al Sol por Dios visible (s/m), a quien ofrecieron sacrificios y hizieron grandes fiestas (como en otro lugar diremos), los Reyes Incas y sus amautas, que eran los filósofos, rastrearon con lumbre natural al verdadero Sumo Dios y Señor Nuestro, que crió el cielo y la tierra... al cual llamaron Pachacámac (s/m): es nombre compuesto de Pacha, que es mundo universo, y de Cámac, participio de presente del verbo cama, que es animar, el cual verbo se deduze del nombre cama, que es ánima. Pachacámac quiere dezir el que da ánima al universo, y en toda su propia y entera significación quiere dezir el que haze con el universo lo que el ánima con el cuerpo... Tuvieron al Pachacámac en mayor veneración interior (s/m) que al Sol, que, como he dicho, no osavan tomar su nombre en la boca, y al Sol le nombraban a cada passo. Preguntado quién era Pachacámac, dezían que era el que dava vida al universo y le sustentava, pero que no le conocían porque no le havían visto, y que por esto no le hazían templos ni le ofrescían sacrificios, mas que lo adoravan en su coraçón (esto es mentalmente) y le tenían por Dios no conoscido.” (Ob. cit., Libro Segundo, II; págs. 47-48.)
Hay que resaltar sobremanera esta concepción general que llegaron a tener los antiguos, independientemente de los agregados subjetivos de Garcilaso: propiamente, el Sol no fue el creador de todo lo existente; pero tampoco el universo fue creado por una divinidad anterior.
El “mundo universo” es Pacha. Pero no puede existir sin movimiento, sin vida. Lo que “anima” todo esto, “su alma”, es Cámac. El universo sólo existe de una manera activa, en dinámica constante. “En toda su propia y entera significación”, así como el hombre no es tal sin vida y sin conciencia, del mismo modo el universo no es tal sin animación: Pachacamac.
Pachacamac no es una “divinidad” supra universal. No se trata de un ente supra natural. Exactamente, se trata de la esencia y de la integridad misma de todo lo real, del universo, del espacio y del tiempo en perpetuo devenir.
Sólo por “aproximación”, “rastreando” al Dios del cristianismo, para que lo puedan entender los indígenas, es que Garcilaso –y, con él, todos los evangelizadores de la Colonia– vinculaban el nombre de Pachacamac con el de Dios, y de este modo crearon una nueva “divinidad”.
De la época Colonial proviene, pues, la actitud de vincular las ideas panteístas que tenían los antiguos peruanos con las concepciones idealistas y religiosas que trajeron los conquistadores europeos.
El objetivo era hacer pensar, mirar, hablar y actuar en cristiano al indígena conquistado. Más de quinientos años en esta labor han dejado huellas, incluso, en la concepción de algunos historiadores actuales, que ven deidades en donde no hay más que representaciones (en forma de ídolos o huacas) de un ordenamiento natural.
La concepción de los indígenas, al momento de la conquista, era panteísta. Está siempre referida a la objetividad concreta26.
Inclusive, el mismo Pachacamac, aunque era un ente “no visible”, no podía ser concebido sin la materialidad del que era “aumento y sustento”. Pacha es el universo, el tiempo, el lugar. Cámac es su animación, su movimiento y desenvolvimiento... Pachacamac es el nombre con que los gentiles de esta parte del mundo concebían a la integridad suma. No a una deidad, existente fuera de la naturaleza, sino al universo mismo.
“Bolviendo a la idolatría de los Incas, dezimos más largamente que atrás se dixo que no tuvieron más dioses que al Sol, al cual adoraron exteriormente...
Demás del Sol adoraron al Pachacámac (como se ha dicho) interiormente, por dios no conocido: tuviéronle en mayor veneración que al Sol; no le ofrecieron sacrificios ni le hizieron templos, porque dezían que no le conoscían, porque no se havía dexado ver; empero, que creían que lo había. Y en su lugar diremos del templo famoso y riquíssimo que huvo en el valle llamado Pachacámac, dedicado a este dios no conoscido. De manera que los Incas no adoraron más dioses que los dos que hemos dicho, visible e invisible... Y assí establescieron ley y mandaron pregonarla para que en todo el Imperio supiessen que no havían de adorar más de al Pachacámac por supremo Dios y señor, y al Sol, por el bien que hazía a todos, y a la Luna venerassen y honrassen, porque era su mujer y hermana, y a las estrellas por damas y criadas de su casa y corte.” (Inca Garcilaso de la Vega; ob. cit.; Libro Segundo, IV; pág. 51.)
No conocían a Pachacamac de un modo “visible”, en su integridad plena. Vale decir, lógicamente, no habían llegado a “ver” al universo (a su “animación”) en su realidad toda; sin embargo, concibieron dicha integridad, y tuvieron a tal concepción como de un nivel superior; por encima, incluso, de lo que concebían por el Sol.
“Veneraban” a Pachacamac en su interior, “en su corazón”. Por lo mismo, no le erigieron representaciones ni le ofrecieron sacrificios... Aunque contamos, en las afueras de Lima, 31 kilómetros al sur, contiguo al mar, al famoso “Templo de Pachacamac”.
Originariamente, dicho “templo” no fue construido por los Ynga. Fue creado por otro grupo gentilicio. Garcilaso refiere que, antes de los Ynga, fue levantado por los yuncas, en homenaje al “dios” que abarcaba todo el universo, Pachacamac, “pregonado por los Ynga”.
Es posible que dicho lugar fuera un sitio de reverencia desde tiempos muy antiguos...
¿Se trataría de un lugar primero, fundado por algún grupo de procedencia quito, como consigna una de las leyendas aquí apuntadas? ¿Fue una obra realizada por un grupo determinado de los que luego constituyeron el Chincha-suyo, como se denota por su ubicación geográfica? ¿Fue obra de algún antiguo grupo de raíz uari? ¿O, en fin de cuentas, fue un lugar levantado por grupos que, con ello, recordaban, a la par que veneraban, un punto de llegada de su antigua migración marina? Todo esto es algo que la investigación concreta debe llegar a concluir. Lo evidente es que los Ynga vincularon la entidad a la que allí se hacía reverencia con la de sus propias creencias.
Sin embargo, como hemos visto, Pachacamac no fue la única nominación que se le dio al fundamento de todo lo real. En el Perú antiguo, “por otro nombre”, también se le llamó Uiracocha.










4. Uiracocha




En muchas leyendas, Uiracocha es presentado como “el Creador” del universo: de la tierra y de los cuerpos celestes, de los hombres, animales y plantas. Sin embargo, en términos exactos, Uiracocha no es lo mismo que Pachacamac. Aunque existe una base de universalidad que los identifica, entre ambos median diferencias de raíz y de nomenclatura.
Hasta donde indican los datos, Uiracocha era una huaca –por llamarlo así– originada en la zona Chinchaysuyo. En principio, se trataría de una “deidad” de origen marino. Habría sido entre algunas de las comunidades de la costa que tuvo su aparición y culto primero. Con el correr del tiempo, y gracias a la migración de las primitivas comunidades, la reverencia a Uiracocha llegó a los Andes y a otros lugares del continente.
Aunque generalmente se atribuye a Uiracocha un carácter supra-humano, es muy probable que tal designación se la dieran, originariamente, a los jefes que, a lo largo del tiempo, tuvieron ciertas comunidades. Por extensión, tal nombre se daría, también, a los integrantes del grupo generatriz, que enseñaban a los grupos menores las condiciones de la vida. Personajes todos que descendían o provenían directamente de aquellos hombres que, “en los comienzos”, fueron “creados” por el originario Uiracocha.
Incluso, existe la versión sobre un lugar en el Perú en donde habrían habitado los Uiracochas:
“... los caciques Lucanas que, en 1586, declararon ante los clérigos Quevedo y otros por orden del Virrey Torres y Portugal, notician el mito de Viracocha. Dijeron: ... «Junto al pueblo de Veracruz de Cabana está un pueblo derribado, al parecer, antiquísima cosa. Tiene paredes de piedra labrada, aunque la obra tosca; las portadas de las casas, algunas de ellas algo más de dos varas en alto, y los umbrales labrados de piedras muy grandes; y hay señales de calles. Dicen los indios viejos, que tienen noticias de sus antepasados, de oidas, que en tiempos antiquísimos, antes que los incas señoreasen, vivían en esta tierra otra gente a quien llamaron VIRACOCHAS, y no mucha cantidad, y que a estos los seguían los indios viniendo tras de ellos oyendo su palabra, y dicen ahora los indios que debían ser santos. A estos les hacían caminos, que hoy día son vistos, tan anchos como una calle y de una parte y de otra paredes bajas, y en las dormidas les hacían casas que hasta hoy hay memorias de ellas, y para esta gente dicen que se hizo este pueblo dicho; y algunos indios se acuerdan haber visto en este pueblo antiguo algunas sepulturas con huesos, hechas de losas de piedra cuadradas y enlucidas por de dentro con tierra blanca, y al presente no aparece hueso ni calavera de éstos».”27
Es muy posible que estos “Viracochas” fueran representantes del núcleo más antiguo y, por lo mismo, se erigieron en grupo directriz de las comunidades de aquél lugar. De aquí vendría su nominación característica. ¿Qué pasaría con estos fundadores? Quizá la línea directa pereció en un cataclismo natural o en algún enfrentamiento con grupos de otra comunidad. Lo cierto es que, en esencia, sus descendientes les guardaron memoria y reconocimiento permanente.
Si profundizamos en el análisis sobre el origen de los Uiracocha es muy posible que tengamos que remontarnos hasta la época del salvajismo.
En efecto. Téngase presente que Uiracocha es un personaje que, en las leyendas, aparece actuando desde la época en que la humanidad vivía “en la oscuridad”; esto es, en la época del salvajismo. Aquí Uiracocha, con la creación de la palabra articulada, “crearía” –también–, es decir, nominaría y ordenaría las cosas que existían en la realidad.
Exactamente, no es que Uiracocha “creara” los diversos objetos de la realidad, sino que es él quien los estudia, los conoce y les da su nominación primaria; les da su nombre, y presenta esta comprensión al servicio de la vida de la comunidad. Esta habría sido la manera como “creó” las cosas.
No se trataba de un simple nominador de los objetos. Uiracocha estudia los diferentes aspectos de la realidad que lo rodea: el mundo animal, el mundo vegetal, el mundo mineral, el espacio celeste. Sobre todo, profundiza en el conocimiento de los animales y de las plantas. Es por todo esto que la “creación” (o nominación) que realiza la hace con tal conocimiento de causa, que todas las generaciones sucesivas le quedan reconocidas. Vale decir, en la leyenda de Uiracocha se expresa el resumen del proceso de conocimiento de la realidad que, primariamente, alcanzaron estos hombres.
Claro está que tal proceso de conocimiento no fue desarrollado por un solo personaje ni se efectuó en sólo una generación. Los Uiracocha debieron constituir todo un grupo humano definido.
De manera general, se puede decir que Uiracocha debió ser el nombre genérico de los jefes que, sucesivamente, dirigían a los grupos humanos que, ligados por un origen común, habitaron en esta parte del continente americano... Pero ese nombre debió tener una raíz aún más antigua.
Uiracocha es la grasa del mar... En lo más profundo del salvajismo, el hombre tuvo a la pesca como una de sus primeras actividades de trabajo. Por aquél entonces no existía ningún instrumento que les ayudara a ubicar los cardúmenes de peces. Descontando la observación de las aves y de los lobos marinos, la única señal infalible para detectar “la mancha” de peces era la grasa que aparecía en la superficie del mar, y que era producto del mismo cuerpo de tales animales. Cuando los hombres veían esa grasa en el mar sabían que ahí, debajo, había un gran número de peces... “¡Uiracocha! ¡Uiracocha!”: habría sido la palabra con que nombraban a esa grasa, señal del fundamento de sus vidas.
Uiracocha habría sido, también, el nombre que le dieron al “personaje salvaje” que descubrió tal relación, y que dirigiría las actividades de pesca. Uiracocha habría tenido tal reconocimiento entre su gente que lo nombraron jefe de toda la comunidad. Su nombre era emblema de la vida, y todos los jefes sucesivos serían nombrados de la misma manera. Es más, Uiracochas serían todos sus descendientes directos; portadores y desarrolladores de los conocimientos más profundos que, por aquél entonces, alcanzaban los hombres.
Con el tiempo, Uiracocha habría sido el jefe que dirigió la migración de los grupos humanos que llegaron a este lado del continente, ... viniendo del mar. Uiracocha sería quien dirigió la migración de determinadas comunidades al interior de Sudamérica. Y Uiracocha habría sido, también, el nombre del jefe –o de los jefes– que dirigieron la reconstitución del “linaje humano” en el Collao.
He apuntado “los jefes” porque –todo así lo indica– en la forma de organización y de gobierno que existía entre nuestras comunidades antiguas se estilaba la dualidad; es decir, dos niveles de organización (hanan, o alto, y hurin, o bajo) y, en correspondencia con éstos, habían dos jefes: un Uiracocha hanan y otro hurin. Cosa que no anulaba la posibilidad de la hegemonía de uno de ellos... Tales serían los personajes que se encuentran representados en los conocidos monolitos de Tiahuanaco.
Al internarse en América, Uiracocha se encontró con nuevos objetos en la realidad, en el mundo mineral, en el animal, en el vegetal, en el espacio. Todos estos elementos fueron objeto de estudio de los Uiracochas; quienes llegaron a formular conclusiones y designaciones definidas. Mas tarde, al crecer en número la población, los Uiracochas designaron las direcciones hacia donde se deberían dirigir las comunidades hermanas... Todo este proceso es referido por las leyendas como “el de la creación”.
La tradición de los Uiracocha se mantendría por mucho tiempo, rodeada cada vez más por aureolas fantasiosas, hasta que los hombres comenzaron a profundizar en el dominio de nuevas facetas de la naturaleza. La cualidad de este nombre trascendió, sin embargo, más allá de una comunidad determinada.
Uiracocha se transformó en una huaca, en un “ídolo” que transpuso, incluso, los lugares originarios de la costa; llevado por las migraciones o por el papel expansivo que, en su tiempo, éstas cumplieron, o por efecto del prestigio que, comunidades tan antiguas, siempre irradiaban.
Sea como fuere, lo cierto es que Uiracocha prácticamente llegó a tener un reconocimiento general en el área de lo que sería el Tahuantinsuyo, tan igual o más –quizá– como el reconocimiento que, con el tiempo, llegaría a tener Pachacamac. Sin embargo, la consideración hacia Uiracocha y hacia Pachacamac, a la postre, no fue del mismo tipo entre todas las comunidades que habitaron el Tahuantinsuyo. Expresa esta diferencia, por ejemplo, Garcilaso de la Vega, mestizo proveniente del grupo Ynga:
“Los indios no saben de suyo o no osan dar la relación destas cosas con la propria significación y declaración de los vocablos, viendo que los cristianos españoles las abominan todas por cosas del demonio, y los españoles tampoco advierten en pedir la noticia dellas con llaneza, antes las confirman por cosas diabólicas como las imaginan. Y también lo causa el no saber de fundamento la lengua general de los Incas para ver y entender la deducción y composición y propria significación de las semejantes dicciones. Y por esto en sus historias dan otro nombre a Dios, que es Tici Viracocha, que yo no sé qué signifique ni ellos tampoco.” (Ob. cit., Libro Segundo, II; pág. 48.)
Aquí Garcilaso niega de plano toda significación elevada a Uiracocha, tanto desde el punto de vista literal como en su valor ideológico y práctico. A lo más, lo señala como un elemento de confusión, fomentado por los mismos españoles... Aunque, a la larga –y nuevamente en contra de sí mismo–, no puede mantener dichas negaciones:
“Y dizen que el nombre Viracocha significa grosura de la mar, haziendo composición de uira, que dizen que es grosura, y cocha, que es mar. En la composición se engañan, también como en la significación, porque conforme a la composición que los españoles hazen, querra dezir mar de sebo, porque uira, en propria significación, quiere dezir sebo, y con el nombre cocha, que es mar, dize mar de sebo; porque en semejantes composiciones de nominativo y genitivo, siempre ponen los indios el genitivo delante. De donde consta claro no ser nombre compuesto, sino proprio de aquella fantasma que dixo llamarse Viracocha y que era hijo del sol. Esto puse aquí para los curiosos que holgaran de ver la interpretación deste nombre tan común, y cuánto se engañan en declarar el lenguaje del Perú los que no lo mamaron en la misma ciudad del Cozco, aunque sean indios, porque los no naturales della también son estranjeros y bárbaros en la lengua, como los castellanos.” (Ob. cit., Libro Quinto, XXI; pág. 198.)
En el fondo, Garcilaso reduce el tema en cuestión al significado de las palabras: Pachacamac es “mundo vivo”; Uiracocha es “mar de sebo”. Desde el punto de vista del cristianismo, no se puede vincular este último nombre con el de Dios, ya que se expresaría algo muy pequeño, burdo y mundano. Es por esta razón que, atendiendo al elevamiento del lenguaje, Garcilaso se queda con el nombre de Pachacamac:
“Pero si a mí –recalca en su obra citada–, que soy indio cristiano católico, por la infinita misericordia, me preguntassen ahora «¿cómo se llama Dios en tu lengua?», diría «Pachacámac», porque en aquel general lenguaje del Perú no hay otro nombre para nombrar a Dios sino éste, y todos los demás que los historiadores dizen son generalmente improprios, porque o no son del general lenguaje o son corruptos con el lenguaje de algunas provincias particulares o nuevamente compuestos por los españoles... la significación del nombre Pachacámac, que... quiere dezir el que haze con el mundo universo lo que el alma con el cuerpo, que es darle ser, vida, aumento y sustento, etc. Por lo cual consta claro la impropriedad de los nombres nuevamente compuestos para dárselos a Dios (si han de hablar en la propria significación de aquél lenguaje) por la baxeza de sus significaciones; pero puédese esperar que con el uso se vayan cultivando y recibiéndose mejor. Y adviertan los componedores a no trocar la significación del nombre o verbo en la composición, que importa mucho para que los indios los admitan bien y no hagan burla dellos, principalmente en la enseñança de la doctrina cristiana, para la cual se deben componer, pero con mucha atención.” (Libro Segundo, II; págs. 48-49.)
En efecto. Es posible que la palabra Uiracocha no haya sido fruto directo del “lenguaje” particular con que se comunicaban los Ynga. Pero es indiscutible que entre la lengua quechua y la que creó la palabra “Uiracocha” existe un lazo de continuidad, siendo ésta más antigua y, muy probablemente, madre de aquella.
Es posible, pues, que la palabra “Uiracocha” nos revele la existencia de un “lenguaje”, o dialecto, muy antiguo, propio –quizá– de alguna de las comunidades que llegaron a esta parte del continente, tras una migración por cocha, es decir, por la mar. Quizá en el punto de arribo de esta migración, o en alguno de los puntos importantes del trayecto (¿en Pachacamac?), levantaron el asentamiento primario que, desde aquellos tiempos, se hizo venerado y famoso, y que engrandecieron aún más los Ynga28.
A pesar de todo, aunque Garcilaso menosprecie el significado del nombre Uiracocha, no puede afirmar que los Ynga lo desconocían como huaca o “deidad” fundamental. Esto lo demuestra la última nota que se ha apuntado, y corroboran su contradicción las siguientes líneas por él escritas:
“El Padre Blas Valera, interpretando la significación deste nombre (Viracocha: a/m), lo declara por esta dicción numen, que es voluntad y poderío de Dios: dízelo, no porque signifique esto el nombre Viracocha, sino por la deidad en que los indios tuvieron a la fantasma, que después del Sol le adoraron por dios y le dieron el segundo lugar, y en pos dél adoraron a sus Incas y Reyes, y no tuvieron más dioses.” (Ob. cit., lug. cit.; s/m.)
Se revela, así, una contradicción entre los antiguos sobre la manera distinta como valoraban a “los ídolos de la creación”, a Uiracocha y a Pachacamac. Esto debe ser reflejo, a su vez, de una diferencia en la condición y en el lugar que tenían las comunidades en el antiguo Perú. A partir de Garcilaso, podemos observar parte de esta contradicción: la que se planteaba entre los Ynga (o cierto sector de éstos) y el resto de las comunidades. Desde el punto de vista del Ynga Garcilaso, Uiracocha no fue una “deidad” principal sino secundaria. Desde el punto de vista de otras comunidades del antiguo Perú, Uiracocha era la “divinidad” fundamental...
En realidad, Uiracocha, era un “ídolo” que tenía un reconocimiento general entre las comunidades de esta parte del continente, desde tiempos muy antiguos. Pachacamac aparece miles de años después, como resultado del desarrollo de la reflexión y del lenguaje de estos mismos hombres.
Al elevarse el nivel de abstracción de los antiguos y, en relación con ello, al perfeccionarse su “lenguaje general”, el significado del nombre Pachacamac resultó más amplio y profundo que el de Uiracocha, para reflejar al fundamento y a la integridad de lo real. El nombre Uiracocha tenía tal “baxeza de composición y de significado” que no llegaba al mismo alcance del que encerraba el nombre de Pachacamac. Éste abarcaba al universo en su devenir. Aquél sólo se refería a la naturaleza orgánica.
Se llegaba, entonces, a plantear un problema nominal, de distinción en el orden del lenguaje; se formulaba la diferencia en torno al significado de las palabras en una u otra lengua, en uno u otro dialecto. Se trataba de una diferencia “literal” –por decirlo así– entre los Ynga y los seguidores (y creyentes) de Uiracocha... Pero eso no era todo.
En el fondo, entre Uiracocha y Pachacamac se mantendría siempre un lazo de identidad: ambos eran reconocidos como entes supremos, poseedores y dadores de universalidad. Además, el papel cumplido concretamente por Uiracocha no podía ser simplemente dejado de lado, por mucho que se haya avanzado en crear una palabra más perfecta con el desarrollo del lenguaje.
Uiracocha había creado a la misma realidad, es decir, a Pachacamac; había creado a los mismos hombres que luego llegaron a la grandiosa abstracción de “Pachacamac”. Y luego fueron estos hombres los que crearon la controversia entre uno y otro nombre. Pero sea cual fuera el alcance de esta disputa, nadie podía atreverse a negar el papel universal y concreto que en su gran época cumplió Uiracocha.
Es muy probable que la palabra Uiracocha fuera creada por hombres que tenían un dialecto más antiguo. Los hombres, a la par de perfeccionar sus propios dialectos –expresión innegable de su desarrollo mental–, crearon nuevas representaciones en el pensamiento. Sobre todo, debieron crear abstracciones en todos los ámbitos del interés y de la atención en que profundizaban por aquellas épocas.
De modo especial, crearon la conjunción Pacha (mundo, universo) y Cámac (ánima). Abstracción genial que constituía, por sí sola, un triunfo elevado e indiscutible de su pensamiento. Con ella plasmaban una comprensión resumida de toda la realidad. Abstracción que, sin lugar a dudas, era superior a cualquier otra referida al mismo tema, y que después los evangelizadores tratarían de utilizar para vincular la concepción de los indígenas con la del cristianismo. Este es el motivo de fondo por el cual Garcilaso y, con él, todos los colonialistas subrayaban el nombre de Pachacamac contra el de Uiracocha, que de ningún modo podía servir para el “doctrinamiento cristiano” de los indígenas.
Sin embargo, las comunidades que mantenían sus tradiciones más remotas conservaban su identificación con Uiracocha, a pesar de lo “poco significativo” que era esta palabra. Así plasmaban, en última instancia, la conservación y el reconocimiento de las raíces más antiguas.
Aunque tampoco debe descartarse la posibilidad de que esta diferencia, que nos han legado los cronistas, sea resultado de una distorsión deliberada de la historia, debida al interés señalado por los colonialistas.
Es decir, los Ynga habrían reconocido también, plenamente, a Uiracocha, de un modo principal, y no “en segundo lugar”, como dice Garcilaso. Pero los testimonios evangélico-colonialistas de los cronistas, y en particular de Garcilaso, no podían dar constancia meridiana de ello, sin menoscabar el nivel y la consideración del grupo Ynga ante los ojos de los españoles.
Sin embargo, la efigie principal que había en la “Casa del Sol”, en el Coricancha, revelaría al final la verdad: aquí se destacaba, por encima de todo, a Uiracocha, como símbolo primordial. Los Ynga, pues, respetaban y mantenían, también, la antigua tradición...
En general, los cronistas españoles tenían una comprensión muy confusa sobre los entes superiores que concebían los hombres de nuestra antigüedad. Así se observa, por ejemplo, en el siguiente apunte de Juan de Betanzos, quien, a pesar de identificar el lugar prioritario de Uiracocha, se ve abrumado y confundido por la cantidad de “dioses” que los antiguos tenían; confusión debida a que no alcanzaba a comprender el diferente orden en que éstos concebían a sus ídolos, ni el limitado nivel cultural de las comunidades primitivas:
“... e como Ynga Yupangue viese tan mal parado este pueblo del Cuzco e ansi mesmo las tierras de labranzas que en torno del eran parescióle viendo que tenía tiempo y gran aparejo para de nuevo reedificarle y que primero que en el pueblo hiciese casa ni el reparto de las tierras que sería bien de hacer y edificar una casa al sol en la cual casa pusiesen un bulto a quien en el lugar del sol reverenciasen y hiciesen sacrificio porque aunque ellos tienen que hay uno que es el hacedor a quien ellos llaman Viracochapachayachachic que dice hacedor del mundo y ellos tienen que este hizo el sol y todo lo que es criado en el cielo e tierra como ya habeis oído careciendo de letras e siendo ciegos del entendimiento e del saber casi mudos varían en esto en todo y por todo porque unas veces tienen al sol por hacedor y otras veces dicen que el Viracocha y por la mayor parte en toda la tierra y en cada provincia della como el demonio los traiga ofuscados y en cada parte que se lo demostraba ofuscados les decía mil mentiras y engaños y ansi los traía engañados y ciegos y en los tales lugares do ansí le veían ponían piedras en su lugar a quien ellos reverenciaban y adoraban y como les dijese unas veces que era el sol y otras en otras partes decía que era la luna y a otros que era su dios y hacedor e a otros que era su lumbre que los calentaba e alumbraba e que ansí lo verían en los volcanes de Arequipa en otras partes decía que era el señor que había dado el ser al mundo e que se llamaba Pachacama que dice dador de ser al mundo y ansi los traía como dicho tengo engañados e ciegos...”29
Por otro lado, el padre José de Acosta –a quien no se le podrá señalar una identificación rotunda con los intereses indígenas ni con el punto de vista Ynga– concibe también, sin distinción, a Uiracocha y a Pachacamac como “ídolos” del mismo nivel:
“Primeramente –escribe en su Historia Natural y Moral de las Indias–, aunque las tinieblas de la infidelidad tienen escurecido el entendimiento de aquellas naciones, en muchas cosas no deja la luz de la verdad y razón algún tanto de obrar en ellos; y así comúnmente sienten y confiesan un supremo señor y hacedor de todo, al cual los del Perú llaman Viracocha, y le ponían nombre de gran excelencia, como Pachacamac o Pachayachachi, que es criador del cielo y tierra, y Usapu, que es admirable, y otros semejantes. A éste le hacían adoración, y era el principal que veneraban mirando al cielo. Y lo mismo se halla en su modo en los de Méjico, y hoy día en los chinos y otros infieles.
... Y así..., los que hoy día predican el evangelio a los indios, no hallan mucha dificultad en persuadirles que hay un supremo Dios y Señor de todo, y que éste es el Dios de los cristianos y el verdadero Dios. Aunque es cosa que mucho me ha maravillado que, con tener esta noticia que digo, no tuviesen vocablo propio para nombrar a Dios. Porque si queremos en lengua de indios hallar vocablo propio que corresponda a éste, Dios, como en el latín responde Deus, y en griego, Theos, y en hebreo, El, y en arábigo, Alá; no se halla en lengua del Cuzco, ni en lengua de Méjico; por donde los que predican o escriben para indios usan el mismo nuestro español, Dios, acomodándose en la pronunciación y declaración a la propiedad de las lenguas índicas, que son muy diversas.
De donde se ven cuan corta y laica noticia tenían de Dios, pues aun nombrarle no saben sino por nuestro vocablo. Pero, en efecto, no dejaban de tener alguna tal cual, y así le hicieron un templo riquísimo en el Perú, que llaman el Pachacamac, que era el principal santuario de aquél reino. Y, como está dicho, es lo mismo Pachacamac, que el Criador; aunque también en este templo ejercitaban sus idolatrías adorando al demonio y figuras suyas. Y también hacían al Viracocha sacrificios y ofrendas, y tenían el supremo lugar entre los adoratorios que los reyes Ingas tuvieron. Y el llamar a los españoles viracochas fué de aqui, por tenerlos en opinion de hijos del cielo y como divinos...
De aquí es que, en asentar y persuadir esta verdad de un supremo Dios, no padecen mucha dificultad los predicadores evangélicos, por bárbaras y bestiales que sean las naciones a quienes predican. Pero les es dificultosísimo de desarraigar de sus entendimientos que ningún otro Dios hay, ni otra deidad hay, sino uno, y que todo lo demás no tiene propio poder, ni propio ser, ni propia operación, más de lo que les da y comunica aquel supremo y solo Dios y Señor.” (Ob. cit., XXX; s/m.)
Como se ve, Uiracocha y Pachacamac son reconocidos por el cronista español –aunque de manera confusa– en un mismo nivel de consideración; pero no como “dioses”, pues esta palabra no existía entre los antiguos peruanos, sino como “entes supremos”.
Además, el padre Acosta, al igual que Garcilaso, se congratula que no sea difícil convencer a los indígenas sobre la existencia de “un solo Dios y Señor de todo”, pues esto podía correlacionarse con la concepción más general de las cosas que tenían los antiguos, pero se sorprende de que éstos no llegaran a formular su nominación idealista. Lógicamente, a tenor del padre Acosta –y a diferencia del resquicio que a la palabra “Pachacamac” concede Garcilaso–, este nombre, a enseñar en el adoctrinamiento de los indígenas, no podía ser otro más que el de “Dios”. ¿Pero por qué nuestros ancestros no llegaron a este concepto?… Porque su concepción del mundo no era idealista, sino netamente panteísta…
En la mentalidad de los antiguos, “el Creador” (Uiracocha) no es un ente “etéreo” sino objetivo, y hasta humano; y lo infinito (Pachacamac) no es una “divinidad” inaprehensible, sino la misma realidad. Y análogo carácter concreto atribuían a sus huacas.
Ya hemos comprobado que incluso Garcilaso reconoce que los Ynga “adoraron por Dios” –es decir, tuvieron por ser supremo– a Uiracocha. Aunque, según la versión garcilacina, esta relación no es del mismo tipo que la de otras comunidades ni tiene un origen tan remoto, sino que está en relación “al fantasma” que se apareció a uno de los primeros jefes Ynga. Para terminar de tocar este punto, valdrá la pena, entonces, que nos detengamos a recordar la manera como Garcilaso refiere el origen de este reconocimiento a Uiracocha por parte de los Ynga.
Yahuar Huaca –señala Garcilaso– tenía por “príncipe heredero” a un hijo cuyo malgenio no era compatible con la modalidad de gobierno que estilaban los Ynga. Como un procedimiento para tratar de corregir esto, Yahuar Huaca prácticamente desterró a su hijo a las afueras del Qosqo, encargándole que allí cuidara y pastara al “ganado del Sol”. Además, le prohibió terminantemente que regresara al Qosqo, sin su autorización.
Pero he aquí que, estando el joven “príncipe” en tales actividades –sin luego saber si dormía o estaba despierto–, se le apareció “el fantasma” que antes se ha descrito, manifestándole que era “su tío”, hermano de Manco Cápac y de Mama Ocllo, “primeros padres de los Ynga”, y que se llamaba “Uiracocha”.
Éste, le anuncia la inminente rebelión de ciertas comunidades andinas, que se habían señalado como objetivo inmediato derrotar, por la fuerza de las armas, a los Ynga, y despojarlos del Qosqo y de todos sus dominios. Pero Uiracocha alienta al joven “príncipe” y le promete ayuda en toda jornada que tuviera menester.
A pesar de correr el riesgo de la muerte –por desobedecer al Ynga jefe–, el “príncipe” regresa al Qosqo para informar a su padre sobre todo lo acontecido con “el fantasma”, que se le había presentado como “hijo del Sol”.
Yahuar Huaca rechaza dicha versión, calificando a su hijo como “un loco furioso”, y le ordena que regrese a su destierro. Además, dispone que nadie comente nada acerca del sueño o de la aparición informada.
Al poco tiempo, se hace cierta la sublevación contra los Ynga. Las comunidades Chanca, Uramarca, Uillca, Utunsulla y Hancohuallu encabezan esta rebelión. Más de treinta mil hombres marchan hacia el Qosqo.
Yahuar Huaca, sorprendido, no tenía preparada su defensa, por lo que presurosamente decide huir hacia el Collao. Sin gobernante, los pobladores del Qosqo huyen por todos los lugares. Al enterarse de esto, el joven “príncipe” –cuyo nombre real la tradición no ha conservado, pero a quien en adelante llaman Uiracocha– organiza la defensa del Qosqo, convocando a los Ynga y a todas las comunidades antes sojuzgadas por los rebeldes. Entusiasmados por la decisión y el valor del joven, le siguen todos los Ynga hábiles para la guerra, excepto su padre.
Uiracocha sale con ocho mil Ynga a hacer frente a los sublevados, confiando, además, en la promesa de ayuda que le hiciera su “tío fantasma”.
Las comunidades Quechua, Cotapampa, Cotanera y Aimara, antes dominadas por los sublevados, se unen a los Ynga, con doce mil hombres, anunciando la marcha de cinco mil refuerzos más. Se iba plasmando, así, la “ayuda” prometida por “el fantasma” Uiracocha.
Los contendientes se encuentran en las afueras del Qosqo, y entablan un feroz enfrentamiento, que dura más de ocho horas. A pesar de su inferioridad numérica, y merced a un grandioso esfuerzo, los Ynga y sus aliados mantienen el resultado de la lucha en equilibrio; hasta que llegan los cinco mil refuerzos.
En adelante –dice la leyenda–, las piedras y los arbustos se convierten en guerreros, que ingresan a la brega en favor de los Ynga y quiebran la ofensiva de los grupos sublevados, que son finalmente vencidos. Se cumplía, de este modo, la promesa que el “dios” Uiracocha hiciera al “joven príncipe”.
Después del enfrentamiento, el joven Uiracocha agradeció a sus ídolos por la victoria, comportándose de un modo generoso con los vencidos. Aclamado por las huestes victoriosas, tomó la borla roja, para ejercer el gobierno sobre todos, al tiempo que confinaba a su padre a vivir en las afueras del Qosqo.
Esta leyenda también tiene un contenido objetivo, que buscaré resaltar en algunos puntos.
Después de posesionarse del Qosqo, los Ynga incursionaron en territorios de lo que luego sería el Tahuantinsuyo. Así, fueron contando tierras en dirección del Collasuyo, del Antisuyo, del Chinchaysuyo y del Contisuyo.
Pero no todas las comunidades de estos lugares les guardaron una subordinación pacífica. Grupo siempre rebelde a los Ynga fueron los Chancas, que de haber sido dominantes sobre varias comunidades –entre ellas, la Quechua– se vieron violentamente sometidos por los Ynga. Organizaron, con el tiempo, un levantamiento, aliándose a otras comunidades enemigas de los Ynga; tratando de aprovechar la debilidad en el gobierno, manifiesta por Yahuar Huaca.
Enterados de las maniobras de sus vecinos, los quechuas quisieron poner sobre aviso a los Ynga, para evitar o aplastar la revuelta. Pero no encontraron en Yahuar Huaca las condiciones adecuadas para sobrellevar tal enfrentamiento. Por ello recurrieron al joven heredero del gobierno de los Ynga.
Los quechuas y el “joven príncipe” debieron llegar a establecer acuerdos sobre la lucha contra los rebeldes, así como sobre las relaciones que, tras una victoria, llevarían.
Mas, como quiera que el joven sucesor no podía regresar al Qosqo para dar el informe recibido, pues lo esperaba la muerte por desobedecer al Ynga, inventó la alegoría –cosa característica en ellos– del “aparecido hijo del Sol”, para, bajo su halo, presentarse ante su padre.
Pero el “fantasma”, además de ser “pariente” de los Ynga, era también “dios” o tótem de las comunidades que le brindaban su confianza...
Hay aquí una cuestión de vital importancia: ¿por qué la “deidad” de los quechuas se presenta como “tío” de los Ynga?
Es que es probable que los quechuas –y, de manera más amplia, varias comunidades Chinchaysuyo– tuvieran, en última instancia, el mismo origen de los Ynga. Es decir, remotamente salieron de la misma fuente familiar; tuvieron la misma raíz. Esto explicaría por qué Uiracocha aparece como “hermano” de los primeros Ynga. Es decir, en general, los Quechuas serían, igualmente, hermanos de los Ynga. Ambos serían ramales de un mismo tronco familiar.
Estaríamos, en última instancia, ante comunidades que reconocen su familiaridad en sus fuentes primeras. Tendríamos que los Quechua y los Ynga son comunidades hermanas.
No es que los Ynga fueran Quechua. Los Ynga y los Quechua eran comunidades distintas… aunque hermanas, por su origen.
Habría sido, pues, una comunidad hermana de los Ynga la que puso sobre aviso, al joven sucesor, de la rebelión de los otros grupos. Y fueron esas comunidades hermanas las que ganaron, en la lucha exitosa por la defensa del Qosqo, el derecho de ser considerados como aliados inmediatos en el gobierno de los Ynga, llegando con el tiempo a ejercer, incluso, importantes cargos de gobierno sobre el conjunto del Tahuantinsuyo.
Guamán Poma, por ejemplo, refiere constantemente que sus ancestros y su padre, jefes uari –de lengua quechua– de los Chinchaysuyo, fueron “la segunda persona del Ynga” en la representación y en el gobierno del Tahuantinsuyo.
Este lugar preponderante enalteció la condición social de los grupos quechuas, relievándose también a su huaca suprema: Uiracocha. Es decir, “el Dios” más antiguo –que mantenían como principal los quechua–, retornaría también al primer plano, en relación al gobierno que ejercían sobre el Tahuantinsuyo, como aliados principales de los Ynga30.
El joven gobernante Ynga fortaleció, extendió y profundizó notablemente la alianza con los Quechua, al punto de ser llamado, desde aquél entonces, con el mismo nombre del “dios” que favoreció todo el curso de la lucha: Uiracocha31.
Tal reconocimiento no podía ser planteado sin que existiera un sólido lazo que los uniera. Ese lazo no podía provenir de otro lado que no fuera el del origen familiar y, en consecuencia, del reconocimiento conjunto del tótem primario.
El parentesco entre los Ynga y los Uari debió tener un sello definido. ¿Cuál sería la nominación de tal vínculo? ¿Cuál el lazo que se extendía tras el nudo que los unía?
Un dato para responder a estas interrogantes nos lo ofrece Guaman Poma, quien nos informa que “el canto al hazedor”, que en su fiesta familiar entonaban los Ynga, se llamaba uaricza araui…
“El canto al Hacedor” es uaricza… La raíz de esta palabra indica que, en última instancia, los Ynga también reconocían a Uari como “el Hacedor”; es decir, como el grupo primario de hombres del cual ellos mismos provenían. Con la característica de que los Ynga se identificaban con la puca llama, con la llama roja, a diferencia del grupo uari que se identificaba con la llama blanca…
En otras palabras: los Ynga eran una rama que tenía, en última instancia, un origen remoto con la gran familia Uari. El desarrollo de las cosas los llevó a formar múltiples particularidades, que los distanciaban de los grupos primarios, pero no por ello llegaron a desconocer ni a ignorar su fuente primera…
Tal sería la condición favorable que, después, llevaría a unir en el gobierno del Tahuantinsuyo a los grupos que reconcían un papel primario a la raíz Uari: Ynga y Quechua. Y ambos grupos reconocían a un mismo tótem superior: Uiracocha…
No debe extrañar que Uiracocha llegue a aparecer, en la leyenda de Garcilaso, como “hijo del Sol”. Esto no significa que tuviera una condición derivada e inferior con respecto a la luminaria principal del planeta. Al parecer, los Ynga tuvieron una concepción peculiar sobre el caso.
Aunque, respecto a Pachacamac, Garcilaso niega su representación objetiva por los hombres, los Ynga sí procuraron representar a Uiracocha de un modo palpable. Y, según nos informa Santa Cruz Pachacuti, esto lo hicieron desde el primer momento en que llegaron a tomar posesión del Qosqo, bajo la dirección de Manco Cápac:
“este ynga Lo mando hazer a los plateros vna plancha de oro fino llano q significase que ay hazedor del çielo (y tierra) y era desta manera


– el qual lo hizo fixar en vna cassa grande y les llamo cori cancha pacha yachachicpac vaçin” (Ob. cit., pág. 18)
“El Hazedor del cielo y de la tierra” no era otro más que Uiracocha. La imagen ovalada, que era semejante pero no igual que la figura del Sol (o de la luna), servía para representar a dicho “Hazedor”.
Al parecer, las formas circulares tuvieron un significado muy especial en la comprensión del mundo de nuestros antepasados; quizá en la misma modalidad como estas figuras fueron tenidas por otros pueblos antiguos. Cuando menos, las representaciones circulares y esféricas están presentes en varios motivos significativos que nos han legado los antiguos. Sépase –de otra parte– que la grasa de los peces en el mar (Uiracocha), al concentrase, toma la forma de grumitos esféricos...
En su tiempo, Huascar mandó a hacer una nueva “plancha”, y
“avnque guascar ynga los abia puesto en medio donde estaba la ymajen del hazedor otro como ymajen del sol no por esso los abia quitado por que en cada lado todabia estaban ymajen del sol y de la luna”. (Juan de Santa Cruz Pachacuti, ob. cit., pág. 40.)



sol luna

Dentro del círculo central, Santa Cruz Pachacuti apuntó lo siguiente:
“a plancha de oro fino q dizen q fue ymajen del hazedor del verº sol del sol llamado viracochan pacha yachachiy”. (Ob. cit, lug. cit.; s/m.)
“A esta plancha de oro dizen que vn español los jugo en el cuzco” (ibídem), aunque Betanzos afirma que la debe tener “el verdadero Ynga”, por lo que no sabemos más de ella(s), como no sea la representación del mundo (de Pacha) que, en su parte posterior, la complementaba, dentro de un plano pentagonal, y que Santa Cruz Pachacuti igualmente nos muestra en su Crónica; dibujo que analizaré en otro momento.
Debo subrayar la concepción que los Ynga tenían de Uiracochan: no es el Sol visible, sino “el verdadero Sol”. No tiene el mismo poder del Sol, o de la Luna, sino es superior a éstos. Es la realidad toda. Uiracocha comprende al Universo, en su objetividad y en su conocimiento. El hombre Uiracocha es “el creador” de todo. Y en el Coricancha se resaltará, por encima de todo, por sobre el Sol y la Luna, a su símbolo central.
Uiracocha es “el Hazedor” de todas las cosas: del sol, de la luna, de las estrellas, de los cerros, piedras, etc. “Elementos” todos que “eran mandados para el servicio de los hombres” (Santa Cruz Pachacuti, ob. cit., pág. 35); lo que no era óbice para que, a su vez, los hombres identificaran su procedencia con alguno de estos elementos.
Así sucedía, por ejemplo, con las comunidades que apoyaron a los Ynga en la lucha contra los chancas. Con seguridad, esas comunidades tenían a las piedras como uno de los elementos fundamentales de su procedencia. Esta sería la razón por la que aparece en la leyenda la figura de las piedras que se convierten en guerreros: los pururaucas (guerreros de piedra); que no eran otros más que los refuerzos de las comunidades aliadas de los Ynga que, frescas, entraban en la pelea para decidir el desenlace final de la contienda.
“Los incas, como gente que estava hecha a engrandescer sus hechos con fábulas y testimonios falsos que levantavan al sol, viendo tantos socorros, aunque tan pequeños, quisieron no perder esta ocasión sino valerse della con la buena industria que para semejantes cosas tenían. Dieron grandes vozes diziendo que las piedras y las matas de aquellos campos se convertían en hombres y venían a pelear en servicio del príncipe, porque el Sol y el Dios Viracocha lo mandavan assí.” (Inca Garcilaso de la Vega, ob. cit., Libro Quinto, XVIII, pág. 192.)32
Apu Con Ticci Uiracocha Pachayachachic: este no debió ser un nombre casual ni cualquiera. Debe encerrar todo un transfondo histórico.
Apu (o Apo) denota a toda entidad de cualidades superiores. Entidad que, por lo general, se halla inmediatamente ligada al devenir de la vida de los hombres. Así, Apu puede ser un cerro, considerado como el inmediato creador y benefactor de su comunidad aledaña. Apu puede ser, también, un hombre, un jefe, a quien se le tenía por descendiente directo y representante legítimo del Apu o del tótem que regía el destino de la comunidad. Para el caso de Uiracocha, la designación primera de Apu subraya la condición suprema en que era tenida este ser superior.
Con (o Khon) es relacionado con el fuego, el fuego inefable. Elemento de la naturaleza que, al ser dominado, tuvo una trascendencia grandiosa en la vida de los antiguos, tanto en su empleo para la alimentación como para afrontar diferentes circunstancias en la vida. Ejemplo: para brindar calor a los hombres en las zonas o en los períodos gélidos.
Fue tal la valoración que los primitivos tuvieron del fuego que lo elevaron al nivel de un ente “sagrado”. Khon, el fuego indescriptible, “el dios sin huesos”, asume esta particularidad en el momento en que la humanidad se encontraba aún en el estado del salvajismo. Etapa en la que –aparte de los instrumentos de producción rudimentarios que creaban– ejercían por primera vez dominio (y, por ende, uso múltiple) de un elemento propio de la naturaleza, que les ayudaba a cubrir necesidades básicas en su vida.
Por el lado de Con es que, también, se vincularía a Uiracocha con “la artillería y arcabuzería” de los españoles, por la explosión de fuego que hacían estas armas33.
Ticci (Tiqsi o Titi) denota algo inabarcable para la conciencia humana. Lo primario indescifrable. Para llegar a este nivel de comprensión, se tuvo que pasar por varios miles de años, hasta superarse a la idea del fuego como objeto de consideración suprema, gracias a la experiencia y al dominio sobre otros elementos de la naturaleza. La abstracción humana, así forjada, se había elevado hasta crear una categoría que superaba el mismo margen de la realidad dada. Se habían transpuesto las barreras de lo inmediato, y se tenía a lo primario como algo inaprehensible... Abstracción notable; aunque se la vinculara, a la larga, con el fuego, con el agua o con la grasa del mar.
En lo inmediato, sin embargo, Ticci, por sí solo, puede presentar elementos determinados de lo terrenal; aunque, en conjunto, será siempre un ente inasequible.
En efecto. Los pobladores de la isla Taquile del lago Titicaca nos hacen llegar la tradición oral sobre lo que representa Titi o Tiqsi: una fusión de pez, de felino y de murciélago; destacándose a las dos primeras facetas.
El pez y el felino: elementos de representación muy antiguos, que reflejan diferentes fases en la evolución material del hombre: la actividad de la pesca y la actividad de la caza, respectivamente. Los elementos más significativos para los hombres de aquellos tiempos, de las diferentes fases del salvajismo.
Se había superado a las ideas del fuego y del mar como entes dominantes. El hombre era ya pescador y cazador. Ahora reconocía y elevaba a niveles sagrados a los elementos centrales de la naturaleza que le permitían la vida, el sustento. Es por esto que los representaba de un modo singular.
Aún no estamos en la época en que el hombre domina sobre todos los elementos de la naturaleza y que, por ende, presenta un tipo especial de iconografía, en donde se destaca al factor humano. Aquí todavía dominan el pez, el agua, el felino, las cuevas, el murciélago, la oscuridad; la fusión de todo esto: Tiqsi...
Con todo, Tiqsi habría llegado tener representación visible. Una de sus plasmaciones puede vincularse con el Lanzón de Chavín, otra sería el mismo lago Titicaca34.
Uiracocha (Viracocha o Wiracocha) es la nominación característica de la entidad suprema que tenían los gentiles de esta parte del mundo. Nos retrotrae, nuevamente, hacia elementos terrestres fundamentales: sebo (Uira) y mar (Cocha); en conjunto, “mar de sebo” o “mar grasoso”.
He apuntado que esto podría vincularse con una concepción profunda que, quizá, los antiguos tuvieron sobre el origen de la naturaleza orgánica: la vida terrestre proviene de transformaciones ocurridas en el seno de la vida en el mar... Y es que nuestros antecesores, en el plano sensorial y en el experimental sobre la naturaleza, tenían una agudeza tan amplia y profunda que superaba en mucho a la de cualquier hombre, común y corriente, de la actualidad. La observación –su mantenimiento y desarrollo en el tiempo– era su elemento. Y así obtuvieron importantes logros.
Para no ir muy lejos, sin embargo, sólo apuntaré aquí que la apariencia grasosa de las aguas –que al concentrarse llega a adquirir la forma de espuma– es cosa que también puede rastrearse en las leyendas que tratan sobre el origen de los Ynga: “De las espumas del lago Titicaca salieron Manco Cápac y Mama Ocllo...”
Lo real es que “el sebo” o la grasa en el mar, en los ríos, en los lagos, tuvo un significado muy concreto en la vida de los antiguos, cuyo sentido llega hasta el presente: esa grasa puede ser originada por “el marisco” de los peces, o por emanaciones de petróleo ocurridas en dichos lugares. En estas facetas, la aparición de tales “aguas grasosas” puede ser tomada como un signo positivo para el desarrollo de la vida. Adecuadamente tratadas, pueden servir para satisfacer necesidades humanas e, incluso, pueden servir para dar origen al fuego, a Con = el fuego proviene del agua35 (ver Anexo).
Pachayachachic: Pacha es mundo, universo; Yachachic es el que sabe, el que enseña. En esta nominación se subraya el papel humano cumplido por Uiracocha, como estudioso y conocedor del universo, de la realidad en sus múltiples facetas, y como divulgador de esos conocimientos. En otras palabras, con la nominación Pachayachachic se indica la fase en que los hombres predominan, ya, sobre los demás elementos de la naturaleza, destacándose el valor y la importancia que los antiguos tenían por el conocimiento.
Apu Con Tiqsi Uiracocha Pachayachachic: la gran fusión del fuego, del agua, del pez, del felino, de la vida, del universo, del conocimiento... El reconocimiento al papel de la pesca y de la caza en el desarrollo de nuestra sociedad antigua. La coronación, respectiva, de los estadíos medio y superior del salvajismo. El pilar, o el “lanzón” con el que las comunidades de esta parte del mundo ingresan a la época de la barbarie.
Con Tiqsi Uiracocha: cada uno de estos tótems apareció en un momento determinado de la historia. No surgieron al mismo tiempo. Pero, a lo largo de la historia, debe existir un lazo que los relaciona, transforma y funde, a la par que los mantiene en su particularidad y reconocimiento histórico… Sentido ideológico característico de la mentalidad de nuestros ancestros, que en vano procuró desaparecer el colonialismo…
De acuerdo a la antigüedad y, sobre todo, de acuerdo al avance económico y social que alguna de las comunidades hermanas lograba, se colocaría en primer plano el valor de alguna de esas representaciones antiguas. Las comunidades primitivas no necesariamente tuvieron un desarrollo lineal y armónico. Existieron entre ellas diferencias de nivel y no pocas contradicciones. Pero, históricamente, se imponía el reconocimiento a la comunidad más adelantada. El Lanzón esculpido en Chavín puede estar alejado, en el espacio y en el tiempo, de Tiahuanaco y del Titicaca; pero todos ellos se encuentran unidos en la historia, por un lazo que la ciencia debe terminar de descubrir.
En los fundamentos de nuestra vida social, la pesca y la caza tuvieron la valoración de primer orden. Los fundadores habrían sido, por excelencia, pescadores. Debe ser por esto que el tótem proveniente del mar, Uiracocha, perdura y domina a lo largo del tiempo.
Uiracocha debió pasar por vicisitudes plagadas de contradicciones; como reflejo de las diferencias habidas entre las comunidades antiguas, por la hegemonía histórica. Pero aparece desde muy antiguo. Crea las cosas. Los españoles –a su llegada– encuentran que es reconocido por muchas comunidades...
Apu Con Tiqsi Uiracocha Pachayachachic: el significado pleno de esta “divinidad” se vería también materializado en la integridad misma del lago Titicaca. Integridad real e integridad mitológica, a la vez, pero no de un fondo subjetivo sino, por el contrario, de un profundo contenido histórico-objetivo.
Los Ynga reconocieron y mostraron este contenido. Atribuyeron su origen no a un lugar cualquiera. Los dirigentes de la nueva fase histórica tenían que provenir de un lugar excelso. El Sol los ligaba al fuego, a Con (que, a su vez, puede hacer referencia al mar). El lago Titicaca los unía a Tiqsi. Las espumas del lago, a Uiracocha. Y, por el papel culturizador que pasaron a cumplir, se vinculaban a Pachayachachic.
Los Ynga, pues, provenían de Apo Con Tiqsi Uiracocha Pachayachachic. Y, aunque subrayaron el valor del Sol, no por eso dejaron de reconocer el lugar y el papel que tenía el gran tótem fundamental.
“Este es el dios fantástico Viracocha –apunta el Inca Garcilaso de la Vega– que algunos historiadores dizen que los indios tuvieron por principal dios y en mayor veneración que al Sol, siendo falsa relación y adulación que los indios les hazían, por lisonjearlos, diziendo que les dieron el nombre de su más principal dios. Lo cierto es que no tuvieron dios más principal que el Sol (si no fué Pachacámac, dios no conocido), antes, por dar deidad a los españoles, dezían a los principios que eran hijos del Sol, como lo dixeron de la fantasma Viracocha.” (Ob. cit., Libro Quinto, XXI, pág. 199.)
Garcilaso no le reconoce la condición principal a Uiracocha; le da un lugar subordinado. Y es que, en verdad, deteniéndose en el análisis formal de la “composición y propia significación” de esa palabra no se puede descubrir en ella a una entidad suma. Por eso, a Garcilaso no le cabe en la cabeza que un nombre tan primitivo pueda servir para designar a la “divinidad” máxima. Dice, además, que la interpretación de esa palabra no sirve para explicar el cristianismo a los indígenas, como sí lo hace el nombre de Pachacamac. En otras palabras, Garcilaso subordina los datos positivos para la Historia por los valores e intereses de su ideología religiosa.
En el fondo, entre Uiracocha y Pachacamac no mediaba una diferencia esencial. Ambos se refieren al fundamento e integridad de lo real. Pachacamac es el universo en movimiento. Uiracocha es la realidad que ha cobrado animación. Pachacamac es la coronación de un proceso de meditación que tiene como antecedente centenares de años. Uiracocha es la síntesis primera de una profunda observación. Pachacamac es un concepto de hombres que dominan el trabajo sobre una realidad múltiple. Uiracocha es un concepto de hombres que han superado la etapa de la simple recolección y dominan el trabajo de la pesca. Según varias leyendas, Uiracocha viene por la mar y se va, al final, por la mar, sobre una densa espuma…Y de la mar vendrán, nuevamente, “el Creador” y sus discípulos…
Desde el punto de vista práctico, “terrenal”, Uiracocha y Pachacamac son dos entidades que reflejan la unión, la contradicción y los niveles distintos de evolución habidos entre las comunidades antiguas del Perú. A pesar de todo, entre Uiracocha y Pachacamac existe un lazo indestructible, una identidad esencial, que los vincula a través del tiempo...
Uiracocha y Pachacamac: dos concepciones, de diverso orden, sobre el origen e integridad de lo real. Dos concepciones que reflejan la grandeza y la profundidad que alcanzaron la reflexión y la práctica de los hombres antiguos del Perú.

NOTAS

1. Los adelantos de la técnica y de las ciencias naturales nos serán de mucha ayuda en esta labor. El día en que, por ejemplo, la tecnología de los satélites artificiales que se dedican al espionaje (bien de los hombres en la superficie del planeta, o de lo que hacen bajo tierra) sea puesta al servicio de las ciencias históricas, se ganará mucho en el cumplimiento de esa misión. Hasta hace poco tiempo estaba sólo en la imaginación de las mentes más fecundas la idea de reproducir vidas pre históricas a partir de células, huevos o sangre descubiertos. Hoy la biología abre incluso la posibilidad de crear nuevas especies de vida, a partir de tratar el enlace genético. Las ciencias históricas no pueden dejar de tener presente estos avances, para emplearlos en sus propios campos.
La tecnología tiene un evidente carácter histórico. Es más, incluso nuestros genes llevan impresos un inconfundible sello histórico, que las ciencias llegarán a determinar... Los lazos históricos, sociales, tecnológicos y naturales se van entrecruzando y envolviendo en la perspectiva de un conocimiento y de una cultura a la que no se le ve límite.

2. Phelipe Guaman Poma de Aiala. El primer Nveva Coronica y Bven Gobierno Conpuesto por Don Phelipe Gvaman Poma de Aiala Señor y Principe. Edición del Institut d'Ethnologie. Paris, 1936.
Este mapa explicaría, también, por qué Guaman Poma habla de la huida de la comunidad de Ancauallo-Chanca “a la mar del norte”, refiriéndose a nuestra selva, cuando esa comunidad fue vencida por los Ynga:
“dizen que ancauallo changa… quiso ser ynga en tiempo de mango capac ynga primero y se la presento a su ermana topa uaco el dho ynga y le engano y le mato al sºr rrey y capitan ancauallo uarmi auca despues de a uer muerto el capitan general toda su gente se metieron a la montana y pasaron a la otra parte la mar de norte en la cordellera… y dizen que ay muchos ynºs de muchisimos trages y casta y entre ellos traen guerra como los ynºs chunchus antis y que ay mucho oro y plata y mucha tierra y ganados y la tierra es fertil ynºs belicosos como tengo dho questa gente cae - en la mar de enorte”. (Ob. cit., pág. 85; s/m.)
Al menos, en relación a nuestro gran cronista, cuando se refiere a “la mar del norte” ha de contarse, pues, tanto al Mar Interior como a la dirección que señala hacia el Océano Atlántico.

3. Lewis Henry Morgan. La sociedad primitiva. Editorial Ayuso - Editorial Pluma Ltda. Madrid - Bogotá, 1980. Págs. 80-82.

4. Marcos Yauri Montero. En Leyendas Ancashinas. P. L. Villanueva. Lima, 1979. Pág. 15.

5. El mismo Yauri Montero apunta la leyenda sobre el origen de los nevados Huandoy y Huascarán:
“Wandi era hija del cacique que gobernaba en las tierras altas de Yungay. Su poderoso padre la guardaba aspirando a que se uniera en matrimonio a un principe del reino vecino.
Pero sucedió que un Inca pasó por esta región con sus huestes, que vencieron a las tropas del cacique, al que sometió bajo su dominio.
Un joven oficial del Inca, llamado Waskar, se enamoró de Wandi, y ella aceptó su amor. Pero el padre que odiaba a muerte a todo lo que era cusqueño, se enfureció al conocer dicha relación.
— Tu amor al cusqueño mancilla a nuestros pueblos –le increpó. Le conminó severamente para que dejase de amarlo.
— Tu amor es maldito. Ese hombre es nuestro enemigo.
Los jóvenes decidieron salvar su amor y fugaron.
El padre decretó la persecución. Sus servidores más leales dieron alcance a Wandi y Waskar, y los aprehendieron. Los llevaron a la presencia del cacique, de cuyos labios escucharon el castigo.
— ¡Atadlos en la cumbre más alta! –dijo–. ¡No merecen mi perdón!
La princesa y su amante fueron atados a unas enhiestas rocas que se encontraban en las cumbres más altas. Allí sólo había un viento muy frío y caía la nieve. Waskar quedó al lado sur, y Wandi al norte. El frío los fue congelando hasta convertirlos en dos altas montañas de nieve. El sufrimiento les hizo verter copiosas lágrimas.
Las montañas con el tiempo se llamaron Waskarán y Huandoy. Sus lágrimas dieron origen a numerosos torrentes que formaron el hermoso lago de Llanganuco, que se extiende a los pies de la cumbre más alta del Perú, el Waskarán.” (Ob. cit., págs. 23-24.)

6. William Hurtado de Mendoza. Wari. En Wiracocha. Mitos. Editorial Nueva Epoca. Lima, 1980. Págs. 163-167.

7. ¿El río Paranatinga, que está al norte del río Paraguai, indicará, también, un antiguo lazo entablado entre los Ynga y las comunidades que poblaron el río Paraná?… Y aquí, en Perú, ¿el vínculo entre los Uari y los Ynga habrá quedado reflejado en el nombre de las esotéricas lagunas piuranas llamadas Huaringas; uno de los centros de primera importancia para los curanderos y shamanes peruanos?…

8. José Varallanos. GUAMAN POMA DE AYALA. Cronista, Precursor y Libertario. G. Herrera Editores. Lima, 1979. Págs. 71-72; s/m.

9. Tradicionalmente se tiene a los Ynga como los representantes genuinos y típicos del quechua. Sin embargo, esto debe ser cuidadosamente revisado.
Existen versiones que indican que los Ynga poseyeron un “lenguaje” especial, con el que se comunicaban exclusivamente entre sí. Es probable que se tratara del dialecto original que forjaron en la meseta del Collao. Al llegar a los Andes Centrales se encontraron con un dialecto más perfecto, que terminaron por asumir y propugnar. Es decir, ante los demás, habrían tenido que hablar con el lenguaje que empleaba la mayoría de los habitantes; esto es, con “el lenguaje general”: el quechua o runa simi.
Esta idea puede parecer atrevida, pero existen evidencias que la respaldan. Recuérdese la versión sobre el misterioso “lenguaje secreto de los Ynga”. O léase la siguiente acotación que Juan Anello Oliva hacía sobre el nombre del primer inca:
“… Manco que es nombre propio no se sabe hasta ahora su significacion cierta, pero no ay duda la tuuo en la lengua particular que ussaban y tenian solos los Reies Incas y los de su casa real, pues todos los nombres que ussaron eran significatiuos.” (Historia del Perú. Lima, 1895; pág. 22; s/m.)
En realidad, “la lengua particular” era el dialecto propio de la tribu o de la familia de los Ynga. Era uno de los dialectos derivados de un “lenguaje general”. Dialectos que formaron grandes grupos comunales que, en su hora, llegaron a ocupar un lugar prominente en la vida y en la historia del Antiguo Perú, pero que, en la hora de la valoración global, no dejaban de reconocer a uno de ellos como el representante genuino del tronco general. En tal consideración se tenía al quechua.
La lengua particular de los Ynga no habría sido más que una de las que existían en el Antiguo Perú. Estaba directamente emparentada con el quechua, era derivada de esta lengua, pero no era su representante característica. Esa condición la ostentaba “la lengua” de otra comunidad; que los Ynga reconocieron y enarbolaron ante otros dialectos, conservando el indisoluble vínculo con su matriz general.
Definir pormenorizadamente, en el movimiento de la historia, los vínculos existentes entre las comunidades que se emparentaban en un lenguaje común es tarea que está aún por cumplirse; aunque existen valiosos avances sobre el tema, que tocaremos en otro momento.

10. Vicente Terán Erquicia. Wari y los Urus. En Chiwanwayus y Achunkaros. Flores de Leyendas Qeswas. La Paz, Bolivia, 1969. Pág. 104.

11. Guaman Poma era uari yarovilca. Es decir, por su comunidad de origen era yaro, y por su raíz ancestral era uari. Los uari –como todas nuestras comunidades antiguas– asumían otras nominaciones, según el lugar donde estuvieran asentados y las condiciones históricas con que allí se formaran. Estas particularidades los distinguirían entre sí, pero, en último análisis, todos ellos terminaban reconociéndose e identificándose en su raíz uari.
Guaman Poma refiere que el jefe del Chinchaysuyo era su padre, Guaman Mallqui, y que éste, a su vez, había sucedido en el cargo a su padre. Esta familia era uari.
El jefe de los Chinchaysuyo, es decir, el jefe uari, integraba el Consejo que gobernaba al Tahuantinsuyo, cargo que, por sucesión hereditaria, le habría correspondido a Guaman Poma. Es por esto que el notable Cronista se hace llamar señor y príncipe… Por su puesto que los españoles no le respetaron esta condición, a pesar de los muchos servicios que les prestó y de los muchos reclamos que formuló.

12. La misma familia de Guaman Poma es un ejemplo de esta colaboración.
Cuando los Ynga, queriendo recuperar la hegemonía en el gobierno y expulsar a los españoles, tenían cercados a éstos en Lima, propiciaron cruentos enfrentamientos, que los hispanos no habrían podido resistir de no contar con la ayuda de muchas comunidades nativas; entre ellas, las de los uari. En uno de esos enfrentamientos, un Capitán español, apellidado Ayala, estuvo a punto de ser victimado por los sitiadores, pero fue salvado por Guaman Mallqui, el padre de Cuaman Poma. En agradecimiento de esto, el Capitán le concedió su apellido al jefe indígena, y desde allí la familia de éste se apellidó “de Ayala”, como el sentido posesorio de los españoles no podía mandar de otra manera.
Pero la colaboración de los uari tuvo límites. Ejemplo. El mismo Guaman Poma reconocía y propugnaba, sobre todo, los valores y virtudes del Cristianismo, pero al mismo tiempo denunciaba y condenaba la práctica rapaz y sexual de muchos curas. Es por esto que en su Crónica, dirigida al rey de España, aconseja asumir las “leyes”, costumbres, prácticas e ideas positivas que existieron en el Tahuantinsuyo, para así ejercer un “buen gobierno” en la Colonia.
No se sabe si la Crónica fue vista por el rey de España. En todo caso, los efectos negativos del gobierno ejercido contra los nativos, y sus descendientes, se pueden percibir hasta el presente. Sin embargo, la Nueva Crónica de Guaman Poma –rescatada recién en la década del 30 del siglo XX– contribuye a descubrir el espíritu libertario –como dice Varallanos– de los indígenas, y del mismo Guaman Poma, manifiesto desde los primeros momentos de la Colonia.

13. Bernabé Cobo, Historia del Nuevo Mundo. Libro Decimotercio, Capítulo II; págs. 150-151. En Biblioteca de Autores Españoles, tomo XCI. Ediciones Atlas. Madrid, 1964.

14. Para la historia de los Ynga (y del Tahuantinsuyo) revisten también particular importancia las leyendas que indican la aparición de nuestros antepasados por la parte superior de Sudamérica.
Al respecto, cabe recordar que ciertas leyendas de los quitos (y de otras comunidades norteñas) procuran explicar, a su manera, la llegada de los hombres a nuestras tierras viniendo del norte. Así se ve, por ejemplo, en la tan cuestionada –pero no por ello menos digna de ser tomada en cuenta– leyenda que recoge el cronista Juan Anello Oliva (ob. cit., págs. 22-30), basada en la “relación del Quipocamayo Catari coronista que fue de los Incas y lo fueron sus padres y todos la tuuieron del primero coronista inuentor de los quipos que dixe arriba llamado Illa, tomando pues la corriente de su principio”.
Después del diluvio general –dice esta leyenda– “los primeros que passaron a habitar esta tierra, (aora fuese por la mar por tempestad desecha como quieren algunos, aora por tierra como ventilan y defienden otros...] aportaron a Caracas, donde poblaron y hiçieron alto; y de donde despues el tiempo adelante se fueron estendiendo en las demas tierras prouinçias de Perú.
Destos primeros pobladores passaron algunos a las partes de Sumpa, que es aquel paraje que aora los Españoles llaman la punta de sancta Helena” (Ecuador), en donde tuvieron por primer cacique a Tumbe (o Tumba).
Tumbe mandó a un capitán, con gente suya, a descubrir nuevas tierras, pero éstos nunca regresaron, “como tampoco se supo el paradero dellos, hasta que, (como diremos adelante pareçieron azia Chile, el Paraguay, Brasil y otros confines desta tierra”. A su muerte, Tumbe indicó que fuesen en busca de esta gente, y que poblasen las tierras que en esa búsqueda descubriesen.
Tumbe llegó a tener dos hijos: Quitumbe (el mayor) y Otoya (el menor).
Con el tiempo, Quitumbe, con su grupo familiar, partió a cumplir con la misión encomendada por su padre, llegando a fundar el pueblo de Tumbes (o Tumba), “en memoria de su padre”.
Sin embargo, tiempo después, temeroso de una invasión a su tierra por gigantes (que habían sometido al pueblo de su hermano), “se metió con su gente en la mar”, llegando a poblar una isla, que llamó La Puna, “fertil y abundante de frutas y otras semillas; entre ellas la del maiz”. Mas, ante la falta de lluvias en este lugar, tuvieron que retornar a tierra firme, yendo a la sierra, “donde pobló otro pueblo de su nombre”; y desde allí algunos de sus compañeros pasaron luego “a las partes del Sur en contorno de los Charcas, y Cuzco”.
Quitumbe bajó después al valle del Rimac, donde trabajó las tierras con el sistema del regadío, “y edifico un sumptuoso y costoso templo a Pachacamac, donde le hiço muchos sacrifiçios, cuyas reliquias duran hasta el día de oy çerca de la çiudad de Lima”.
Antes de morir, Quitumbe dejó por sucesor en el gobierno a su hijo Thome.
Mas, antes de partir de las tierras de su padre, Quitumbe había dejado embarazada a Llira, su primera mujer. Esta tuvo a un hijo varón, a quien llamó Guayanay (Golondrina). Al no retornar Quitumbe a su lado, Llira pidió a Pachacamac y al Sol que la vengasen. Se desató, entonces, una gran tormenta, que ella tomó como señal de haber sido oída, en agradecimiento de lo cual decidió sacrificar su hijo a los dioses. Cuando Guayanay estaba a punto de ser quemado vivo, “vino un aguila Real que arrebatando al muchacho a uista de su madre se lo llevo azia la mar; y dio con el en una isla. Y se llama Guayau, por estar llena de sauces”.
Al cumplir veintidos años, Guayanay se dirigió hacia tierra firme, en donde fue capturado por gente “fiera y barbara..., pues yba vestida de pieles de animales”, siendo destinado para el sacrificio de sus ídolos. Sin embargo, la hija del cacique del lugar, llamada Cigar, se enamoró de Guayanay y le ayudó a escapar. Acompañados de cuatro confidentes, Guayanay y Cigar huyeron en una canoa, “la mar adentro”, llegando a la isla de Guayau. Aquí llevaron una vida apacible y tuvieron, “entre los demas hijos a uno por heredero llamado Atau que fue padre de Manco Capac primero inca”.
Atau (“que quiere deçir en la lengua de los yndios, dichoso y feliz”) encomendó a su hijo Manco la salida de la isla, con su gente, y la conquista de nuevos territorios en tierra firme. Tal sería el origen de los Ynga.
Como se ve, en los quitos también se encuentra la característica de las grandes comunidades primitivas: de presentarse con un elevado nivel de antigüedad e, incluso, como los fundadores de las más antiguas y prestigiosas comunidades de esta parte de América. Y es que, desde el punto de vista de éstas, la antigüedad tenía una importancia de primer orden, para valorarse entre sí.
Hay que resaltar, de otro lado, que guardan analogía algunas de las figuras de la leyenda de los quitos con las habidas en la leyenda del lago Titicaca: el remontarse a la cocha (al mar o al lago; siempre un vasto espacio líquido) y, en el seno de ésta, a una isla como el punto de partida de una nueva etapa en el desarrollo de la humanidad... Como si los antiguos, al ubicar encima de las cadenas de los Andes un inmenso lago y, en el seno de éste, a una gran isla, hubieran querido rememorar –en la práctica, y en las leyendas aquí surgidas– las condiciones y las circunstancias de sus pasos pretéritos... Las figuras del Tamputoco y del Huanacauri como, en general, las que indican el origen de los hombres “en un lugar alto”, tampoco se desligan de las figuras de La Puna y de la isla Titicaca... Estas semblanzas reiteradas no debieron ser casuales. Reitero: quizá con ellas las comunidades antiguas rememoraban, en última instancia, una lejana migración ultramarina, protagonizada por ancestros aún más remotos.
Las investigaciones actuales deben terminar de discernir todas estas cuestiones, fundamentando, además, las relaciones y las influencias habidas entre las comunidades; considerando aparte el hecho que, a la larga, varios pueblos se disputan el prestigio de ser reconocidos como “cuna de los hombres” y/o como ancestros directos de los Ynga. El estudio debe llegar, incluso, al abordamiento de las corrientes migratorias provenientes del exterior hacia América. En las mismas leyendas de los quitos encontramos huellas sobre la venida de los hombres hacia estos lugares de Sudamérica “por el norte”, lo que debe orientar, en primera instancia, nuestra óptica de investigación hacia ese rumbo.

15. Ahondando en la búsqueda de los orígenes de estos grupos, se encontrarán teorías que remontan los antecedentes primitivos de los collas hacia la selva, hacia los antis; hipótesis que tampoco puede dejarse pasar por alto, sin ser debidamente estudiada.
Incluso, las leyendas sobre el diluvio también podrían vincularse con la región de los antis, pues, precisamente, las copiosas lluvias, los grandes huaicos de los Andes y otro tipo de desplazamientos provenientes de estos cerros fueron las condiciones preponderantes en esta región hasta hace cinco mil años, en que terminó de conformarse la llanura selvática, cubriéndose los restos del Mar Interior Sudamericano, precisamente, con esas constantes precipitaciones.
Si a lo escrito añadimos la consideración sobre el vínculo originario entre varias especies de animales –y, particularmente, de primates– habidos en nuestra selva con sus semejantes parientes africanos, entonces remontaremos los alcances de nuestra preocupación hacia el estudio de los orígenes del hombre en la tierra, y sus desplazamientos, desde los tiempos en que los continentes –particularmente el americano y el africano– tenían mayor proximidad, mediando el Océano Atlántico. Temas todos, pues, que no dejan de estar vinculados con el problema de la llegada de los hombres a estos lares...
¿Habrá favorecido esa mayor proximidad, o el conocimiento de ese nexo marítimo, a la llegada de los hombres hacia América del Sur, precisamente, “por la mar del norte”, hace ya varias decenas de miles de años? ¿Será el gran “islote” brasileño, o alguno de los islotes pantanosos que existían al este de Sudamérica, mediando el Mar Interior, el sitio pilar de uno de los ramales culturales de nuestra antigüedad? ¿Habrá sido éste el lugar de los legendarios arawacs, de los que nos habla Tello?... Hay, aquí, un material complejo y riquísimo por investigar.
Por lo pronto, leamos a Mariano Izquierdo Gallo cuando expone la hipótesis sobre el papel primordial que habrían cumplido los antis:
“Nadie sabe quienes fundaron Tiahuanaco. Si los sabios hablan de migraciones hipotéticas, trasplantes nórdicos, mongólicos, polinesios, orientales, los investigadores nacionales replican con la tesis de la autoctonía: pudieron haber sido los Antis (de anta - cobre) los que dieron su nombre a la insigne cordillera.
Piensan los arqueólogos que hay cuatro Tiahuanacos diferentes, superpuestos en sendas capas de ruinas, en rocas y fósiles que penetran las antenas sutiles del hombre de ciencia, multiplicando las teorías. A los mitólogos les interesa el primer Tiahuanaco, el que vive en la leyenda y sólo alcanza el mirar alado del poeta: fue creado y destruído por Viracocha. El segundo Tiahuanaco, todavía legendario en parte, y en parte protohistórico, para unos obra del mismo Viracocha, es para otros creación de los antis o paleokollas, primitivos pobladores de la meseta. El tercer Tiahuanaco, el clásico, es netamente aimaro-kolla; en él culmina la arquitectura religiosa, civil y militar, y se revela el genio positivo de la raza andina; fueron geómetras, matemáticos, astrónomos, mentes precisas que organizan pueblos con la misma rigidez con que tallan sus fábricas de piedra. El cuarto Tiahuanaco es puramente histórico, real, tangible. No lo entendieron los españoles ni los incas. El gran «Mayta Cápac», cuando visita las ruinas, ignora ya esta lengua pétrea que denominan sus antepasados «kollas».” (De Mitología Americana. Madrid, 1956.)

16. De Ritos y Fábulas de los Incas. Editorial Futuro. Buenos Aires, 1947.

17. Esta es la impresión que nos manifiesta Pedro Cieza:
“Como sea tan grande esta tierra del Collao… hay, sin lo poblado, desiertos y montes nevados y otros campos bien poblados de hierba, que sirve de mantenimiento para el ganado campesino que por todas partes anda. Y en el comedio de la provincia se hace una laguna, la mayor y más ancha que se ha hallado ni visto en la mayor parte de estas Indias, y junto a ella están los más pueblos del Collao; y en las islas grandes que tiene este lago siembran sus sementeras y guardan las cosas preciadas, por tenerlas más seguras que en los pueblos que están en los caminos.
Acuérdome que tengo ya dicho cómo hace en esta provincia tanto frío que, no solamente no hay árboles de frutales, pero el maíz no se siembra porque tampoco da fruto por la misma razón. En los juncales de este lago hay grande número de pájaros de muchos géneros, y patos grandes y otras aves, y matan en ella dos o tres géneros de peces bien sabrosos, aunque se tiene por enfermo lo más de ello. Esta laguna es tan grande que tiene de contorno ochenta leguas, y tan honda que el capitán Juan Ladrillero me dijo a mí que por algunas partes de ella, andando en sus bergantines, se hallaba tener setenta y ochenta brazas, y más, y en parte menos. En fin, en esto y en las olas que hace cuando el viento la sopla parece algún seno de mar; querer yo decir cómo está reclusa tanta agua en aquella laguna y de dónde nace, no lo sé; porque, puesto que muchos ríos y arroyos entran en ella, paréceme que de ellos solos no bastaba a hacerse lo que hay; mayormente saliendo lo que de esta laguna se desagua por otra menor, que llaman de los Aulagas. Podría ser que del tiempo del diluvio quedó así con esta agua que vemos, porque a mi ver, si fuera ojo de mar estuviera salobre el agua, y no dulce, cuanto más que estará de la mar más de sesenta leguas. Y toda esta laguna desagua por un río hondo y que se tuvo por gran fuerza para esta comarca, al cual llaman el Desaguadero, y entra en la laguna que digo arriba llamarse de los Aulagas. Otra cosa se nota sobre este caso, y es que vemos cómo el agua de una laguna entra en la otra (ésta es la del Collao en la de los Aulagas), y no como sale, aunque por todas partes se ha andado el lago de los Aulagas. Y sobre esto he oído a los españoles e indios que en unos valles de los que están cercanos a la mar del Sur se han visto y ven continuo ojos de agua que van por debajo de tierra a dar a la misma mar; y creen que podría ser que fuese el agua de estos lagos, desaguando por algunas partes, abriendo camino por las entrañas de la misma tierra, hasta ir a parar donde todas van, que es la mar. La gran laguna del Collao tiene por nombre Titicaca, por el templo que estuvo edificado en la misma laguna…” (Pedro Cieza de León. La Crónica del Perú. Capítulo CIII. Ediciones PEISA; págs. 231-232. Lima, Perú, 1973.)

18. José de Acosta. Historia Natural y Moral de las Indias. Libro Primero, Capítulo XXV. En Obras del P. José de Acosta. Biblioteca de Autores Españoles, tomo LXXIII; pág. 38. Ediciones Atlas. Madrid, 1954.

19. Incluso, en la leyenda que nos presenta el padre José de Acosta puede notarse ciertos elementos de eminente carácter primitivo.
La “conservación del sol” en la isla Titicaca podría vincularse con la conservación del fuego en dicho lugar. Cosa de indiscutible valor práctico entre los hombres primitivos.
En efecto. En la valoración ideológica y en la práctica de los antiguos (surgida desde la época en que vivían en las cavernas y elaborada hasta la época en que trabajaban grandes cultivos) llegó a formarse un lazo permanente entre el fuego, el sol, el oro y el hombre, así como entre el agua, la luna, la plata y la mujer... Todo esto indicaría que, aquí, estamos ante grupos humanos que tienen muy presente sus vínculos con la época anterior que les tocó vivir; la del salvajismo.
Por otro lado, el sacrificio de vidas humanas realizado en la isla Titicaca es, igualmente, un rasgo atávico, que se vincula con una práctica antropofágica, correspondiente, también, a un estado de vida salvaje.
“En cada año hacia el inga una gran fiesta y solemnidad en el Cuzco a honra del sol, y hacia llevar todas las guacas de la tierra, que eran unas piedras en quel Demonio les hablaba, con todo su aparato de vasos y otras cosas de oro de servicio, y en la casa del sol las ponian junto al sol y a la luna que allí tenían figurados y tambien hacia sacar los cuerpos de los ingas muertos con su servicio y joyas. Y duraban estas fiestas un mes, y bebian, y hacianle muchos sacrificios y ofrendas; y despues daba el inga vestidos y joyas al sol y a las guacas, é iban cada uno a su tierra con su guaca. Esta era la fiesta de más solemnidad y devocion quellos tenían. Todas las dichas ofrendas y frutos que tenían las dichas guacas y el sol, se consumían, como dicho es, en los que le servían y en quemarlo y sacrificarlo, excepto el oro, que en aquello no se tocaba y estaba todo en las dichas casas, hasta que los españoles entraron en la tierra, que se hicieron guacas para llevárselo todo, de donde procedieron las partes de Caxamalca y del Cuzco y otras.” (Hernando de Santillán. En Tres Relaciones de Antigüedades Peruanas. Biblioteca Peruana, tomo III; s/m. Editores Técnicos Asociados S. A. Lima, 1968.)

20. Los antiguos peruanos fueron concienzudos observadores de la naturaleza. Es muy posible que llegaran a la comprensión de que la vida proviene del mar.
Observadores asiduos de la realidad, no debió escapar de su experiencia milenaria el hecho que los animales y los vegetales son producto de transformaciones ocurridas en un proceso evolutivo determinado. Pero, ¿cuál es el eslabón último de esta enorme y compleja cadena evolutiva?... Habrían descubierto en “el sebo del mar” al eslabón primitivo y fundamental.
El agua y la tierra son constituyentes básicos del mundo, pero es a partir de la evolución de dicho “sebo (uira) del mar (cocha)” que surge la vida en el planeta, en su forma más elemental. De esta conjunción, a la larga, llega a crearse el alma, que se desarrolla e identifica a los seres humanos. En otras palabras: con el desarrollo de uira-cocha el universo (pacha) cobra “alma” (cama)... Desde este punto de vista, Uiracocha antecede y da origen a la concepción sobre Pachacamac.
Desde el punto de vista práctico, “el sebo del mar” (Uiracocha), para los antiguos peruanos, fue un signo indiscutible del fundamento de la vida, tanto en sí como para el sustento de ellos.
De manera general, el sebo tenía un lugar definido en la concepción y en la práctica de estos hombres, destacándose, sobre todo, en sus actividades rituales. Ejemplo:
“Vira, que es sebo de los carneros de la tierra, es también ofrenda, el cual queman delante de las huacas y Conopas; y otras veces con que suelen hacer embustes, y supersticiones, diciendo, que como queman aquél sebo assí se quema el alma, o la persona que quieren, y se entontezca, y no tenga entendimiento, ni corazón, que éstas son sus frases. Hacen esto con una circunstancia particular, que si el alma que han de quemar es de español, han de hacer la figurilla, que ha de ser quemada, con sebo o manteca de puerco, porque dicen que el alma del Viracocha no come sebo de las llamas; y si la alma que han de quemar es de Indio, se hace con este otro sebo, y mezclan también harina de maíz, y cuando la del español, harina de trigo. Este sacrificio o embuste, que es muy ordinario en ocasiones, y contra personas, de quien se temen, como corregidores, y visitadores, o personas semejantes, llaman Caruayquispina, y se hace hoy en día y suelen hacerle en los mismos caminos por donde ha de passar, para que no llegue a su pueblo, etc.” (Pedro de Villagómez. De Exortaciones e Instrucción acerca de las Idolatrías de los Indios. Imprenta y Librería Sanmartí y Ca. Lima, 1919; s/m.)

21. “Dice la leyenda aimará que Viracocha, para hacer el mundo, pobló de estatuas la tierra, dióles luego animación, y estos gigantes, modelados en piedra, fueron los primeros pobladores del Ande. De aquí viene la tradición del «Ka-Kaa-Aka», nombre primitivo del nevado que actualmente llamamos «Huayna-Potosí», que literalmente significa «Hombre-Roca»; es decir, el hombre que nace de la roca, o la roca que se hizo hombre. Este es el verdadero, el más remoto mito andino, y no las posteriores ideaciones mitológicas de Inti, el Sol, y Pajsi, la Luna, tardías deidades del antiguo.
Refiere la leyenda que existió un pueblo por demás antiguo, antes de que el sol alumbrara el mundo. Aún recuerdan los nativos el tiempo de los Chamac-Pacha o Edad Oscura, en que los hombres se debatían entre la sombra eterna y la nieve perpetua. Bruma, frío, soledad, ausencia de paisaje. Ciudades líticas, almas pétreas. ¿No era «Taypikala» («piedra de enmedio»), nombre primitivo de Tiahuanaco, el centro del mundo, de donde salieron, después del diluvio, a poblar el planeta?” (Mariano Izquierdo Gallo; ob. cit., lug. cit.)

22. Pedro Sarmiento de Gamboa. En Obras Completas del Inca Garcilaso de la Vega; IV. Biblioteca de Autores Españoles; Madrid, 1960.

23. Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Libro Tercero, I; págs. 96-97. Biblioteca Peruana. Lima, 1985.

24. En relación a lo escrito diré –de paso– que, comparativamente, la leyenda del cerro Tamputoco se presenta como más mundana que la del lago Titicaca, pues allí tenemos a los hermanos Ayar saliendo de las cavernas de un cerro, mientras que aquí tenemos a Manco Cápac y a Mama Ocllo como hijos directos del Sol, salidos del lago Titicaca...
¿Revelará esta dualidad de concepciones sobre sus orígenes una dualidad de valores entre los grupos que constituían la familia Ynga? Es muy probable que sí. ¿Será la leyenda del lago Titicaca una versión de los grupos mayores y la del cerro Tamputoco una versión de los grupos menores, particularmente del último?... Dejemos que la profundización de los datos sobre el tema responda a estas preguntas.

25. Cristóbal de Molina, “El Cusqueño”. Fábulas y Ritos de los Incas, en las Crónicas de los Molinas. En Los pequeños grandes libros de la historia americana; Serie I, IV. Lima, 1943.

26. Pachacamac, el “universo animado”, el espacio y el tiempo en movimiento, era la integridad superior. El Sol, la Luna y las Estrellas le seguían en orden. Luego venían todos los demás elementos de la naturaleza: los animales, los cerros, los árboles, etc., concebidos en un orden determinado. Los hombres se figuraban descender de alguna de estas entidades particulares, a la que consideraban como huaca.
Pero a la entidad máxima de “la creación”, al universo que todo lo comprende y todo lo crea, no alcanzaron a representarlo por una huaca, de un modo visible. Pachacamac sólo podía ser concebido de un modo “interior”. Todos los demás “entes de creación”, o mediadores de “la creación”, podían ser objetos de una veneración y representación palpable. Sólo la inmensidad de lo universal era inabarcable; merecedora de la más profunda consideración interior.
En general, las huacas eran determinados fenómenos o facetas de la misma realidad objetiva, destacados por algún rasgo especial. Pero no toda huaca era tótem o ídolo generatriz, ni entidad de un nivel “divino”, como los colonialistas, “creadores de dioses” entre los antiguos, quisieron hacer ver. Y es el mismo Inca Garcilaso quien –contra sí mismo– nos aclara meridianamente esta cuestión:
“Los españoles aplican otros muchos dioses a los Incas por no saber dividir los tiempos y las idolatrías de aquella primera edad y las de la segunda. Y también por no saber la propriedad del lenguaje para saber pedir y recibir la relación de los indios, de cuya iñorancia ha nascido dar a los Incas muchos dioses o todos los que ellos quitaron a los indios que sujetaron a su Imperio, que los tuvieron tantos y tan extraños como arriba se ha dicho. Particularmente nasció este engaño de no saber los españoles las muchas y diversas significaciones que tiene este nombre huaca, el cual, pronunciada la última sílaba en lo alto del paladar, quiere decir ídolo, como Júpiter, Marte, Venus, y es nombre que no permite que de él se deduzga verbo para decir idolatrar. Demás de esta primera y principal significación tiene otras muchas, cuyos exemplos iremos poniendo para que se entiendan mejor. Quiere decir cosa sagrada, como eran todas aquellas en que el demonio les hablava, esto es, los ídolos, las peñas, piedras grandes o árboles en que el enemigo entrava para hacerles creer que era dios. Assimismo llaman huaca a las cosas que havían ofrecido al Sol, como figuras de hombres, aves y animales, hechas de oro o de plata o de palo, y cualesquiera otras ofrendas... También llaman huaca a cualquier templo grande o chico y a los sepulcros que tenían en los campos y a los rincones de las casas, de donde el demonio hablava a los sacerdotes y a otros particulares que tratavan con él familiarmente... También dan el mismo nombre a todas aquellas cosas que en hermosura o eccelencia se aventajan de las otras de su especie... Por el contrario llaman huaca a las cosas muy feas y monstruosas... También llaman huaca a todas las cosas que salen de su curso natural, como a la mujer que pare dos de un vientre...
Llamaron huaca a la gran cordillera de la Sierra Nevada... Dan el mismo nombre a los cerros muy altos, que se aventajan a los otros cerros... A todas estas cosas y otras semejantes llamaron huaca, no por tenerlas por dioses ni adorarlas, sino por la particular ventaja que hazían a las comunes; por esta causa las miravan y tratavan con veneración y respeto. Por las cuales significaciones tan diferentes los españoles, no entendiendo más de la primera y principal significación, que quiere decir ídolo, entienden que tenían por dioses todas aquellas cosas que llaman huaca, y que las adoravan los Incas como lo hazían los de la primera edad.
Esta misma dicción huaca, pronunciada la última sílaba en lo más interior de la garganta se hace verbo: quiere decir llorar...” (Ob. cit., Libro Segundo, V; págs. 51-53.)

27. José Varallanos; ob. cit., pág. 54.

28. Varias comunidades antiguas tenían sumamente marcado el sentido de su origen “más allá de la mar”. En general, decían que Uiracocha –u otro “dios”, al que daban el mismo poder creador– salió del mar (del océano, de algún lago, de un río, de cocha) y regresó al mar.
En torno a la llegada de los españoles, en primera instancia, los aborígenes se dieron la explicación que se trataban de los nuevos Uiracochas; pues –dice la leyenda–, éste había prometido volver, por la mar, pasado el tiempo... Esta es una de las causas por la que varias comunidades indígenas –entre ellas, las de los uaris–, que tenían a Uiracocha como fuente primera, se unieron a los españoles desde las primeras fases de la conquista.
Los seguidores de Huascar, igualmente, tomaron a los españoles como a Uiracochas, creyendo que habían venido a restaurar el orden en contra de Atahualpa, vinculándolos con “la aparición” que, en sueños, se le presentó al Ynga que tomó el mismo nombre.
Sin embargo, al poco tiempo, todos los indígenas se convencieron que los españoles no eran los Uiracochas de las viejas leyendas, y los trataron como a “demonios barbados”.
“Bolviendo al Príncipe, es de saber que por el sueño passado le llamaron Viracocha Inca o Inca Viracocha... Diéronle el nombre de la fantasma que se le aparesció, la cual dixo llamarse assí. Y porque el Príncipe dixo que tenía barvas en la cara, a diferencia de los indios, que generalmente son lampiños, y que traía el vestido hasta los pies, diferente hábito del que los indios traen, que no les llega más de hasta la rodilla, de aquí nasció que llamaron Viracocha a los primeros españoles que entraron en el Perú, porque les vieron barvas y todo el cuerpo vestido. Y porque luego que entraron los españoles prendieron a Atahuallpa, Rey tirano, y lo mataron, el cual poco antes havía muerto a Huáscar Inca, legítimo heredero, y havía hecho en los de sangre real (sin respetar sexo ni edad) las crueldades que en su lugar diremos, confirmaron deveras el nombre Viracocha a los españoles, diziendo que eran hijos de su Dios Viracocha, que los embió del cielo para que sacassen a los Incas y librassen la ciudad del Cozco y todo su Imperio de las tiranías y crueldades de Atahuallpa... Y dixeron que los españoles havían muerto al tirano en castigo y vengança de los Incas, por havérselo mandado assí el dios Viracocha, padre de los españoles, y esta es la razón por la cual llamaron Viracocha a los primeros españoles. Y porque creyeron que eran hijos de su dios, los respectaron tanto que los adoraron y les hizieron tan poca defensa, como se verá en la conquista del reino...
Los historiadores españoles, y aun todos ellos, dizen que los indios llamaron assí a los españoles porque pasaron allá por la mar... Sin la razón dicha, para llamar Viracocha a los españoles diremos adelante otra que no fué menos principal, que fué la artillería y la arcabuzería que llevaron.” (Inca Garcilaso de la Vega; ob. cit., Libro Quinto, XXI; págs. 197-198.)

29. Juan de Betanzos. Suma y narración de los Incas. Capítulo XI; págs. 49-50; s/m. Ediciones Atlas. Madrid, 1987.

30. Quizá –en una perspectiva muy audaz–, hasta se podría decir que los Chinchaysuyo, en general, y los Quechua, en particular, sobrepusieron también su dialecto sobre todo el Tahuantinsuyo, por haber alcanzado su lengua un mayor perfeccionamiento. “Lengua” que, como se ha dicho, asumirían los mismos Ynga. Reitero: lo apuntado no pasa de ser más que una “hipótesis atrevida”, que el lector me sabrá disculpar; aunque existan elementos que la respaldan...

31. Juan de Santa Cruz Pachacuti expone una leyenda similar a la apuntada por Garcilaso, con la diferencia capital que, en su narración, los hechos no suceden entre Yahuar Huaca y Uiracocha, sino entre Uiracocha y Pachacutec.
Lo principal –para mi– es el planteamiento del curso y del significado esencial de la trama (inclinándome por la acción entre los primeros personajes). Empero, no puedo dejar pasar por alto dos datos muy significativos de Santa Cruz Pachacuti, relacionados con nuestro tema.
Primero. Nos informa que “viracochanpa yncan yupangui” fue hijo de “yabar vacac ynga yupangui” y de “mama chuqui chicya illpay natural de ayar maca tataranieta de tocay (capac)” (Relación de Antigüedades de este Reino del Perú. Edición, índice analítico y glosario de Carlos Araníbar. Fondo de Cultura Económica; pág. 54. Lima, 1995).
Subrayemos: Uiracocha habría sido, por el lado materno, descendiente directo de Tocay Cápac, jefe de los Ayar Maca, que, a su vez, pertenecían, según ciertas leyendas, a los grupos chinchaysuyo. Es decir, por este vínculo, los descendientes del originario Uiracocha habrían retornado, de un modo directo, al primer plano, dándole ese nombre al vástago que sería jefe del grupo históricamente dominante…
Mas, tenemos todos entendido que, de manera general, los jefes de la comunidad Ynga, tenían que provenir del mismo tronco familiar. Luego, si un descendiente de Tocay Cápac aparece como sucesor legítimo de la jefatura de los Ynga, esto quiere decir que los Ayar Maca, por su origen, no eran una comunidad distinta a la de los Ynga, sino integrantes del mismo conjunto o tronco familiar, miembros de la misma familia. Sólo esto explicaría por qué un Ynga gobernante toma como mujer principal (piviuarmi) a una descendiente de ese Ayllu, y por qué un hijo de ellos asume luego la dirección sobre todo el conjunto familiar. Los Ayar Maca, pues, en última instancia, estaban emparentados directamente con los Ynga; ambos eran grupos integrantes de una misma gran familia…
¿Cuál era esa gran familia?
Si contamos al agrupamiento Chinchaysuyo como el telón de fondo de este vínculo familiar, tendremos a la raíz Uari como parte del gran pilar que unía a las familias Ynga y Ayar Maca…
Añadiré –de paso– que de aquí puede desprenderse, también, un rastro o una línea de evaluación para seguir la leyenda de los hermanos Ayar...
El otro dato que nos lega Santa Cruz Pachacuti es sobre los personajes directrices que intervienen en la leyenda del enfrentamiento de los Ynga con los chancas y ancahuallos: Uiracocha y Pachacutec.
Es probable que Santa Cruz relievara la figura de Pachacutec por tratarse de un personaje que, desde los tiempos antiguos, se relacionaba directamente con su propia condición familiar: Pachacuti. Vínculo que no sería extraño que el cronista destaque en las condiciones que, por aquellos años de conquista y de colonialismo, se vivían.
Evalúe Ud. los siguientes datos.
Santa Cruz sí da el nombre del “príncipe” Ynga que venció a los chancas-ancahuallos, y lo explica en las siguientes circunstancias:
“el ynga yupangui sigue a los enemigos hasta anda guayllas y buelbe al cuzco y comiença a conquistar a todos los collasuyos y los sujeta a otros por bien De paz en donde hallo al curaca yamque Pachacuti capt de gran fama a quien agradeçe por la matança de ynca orcon su erº y asienta paz y toma el en de pachacuti añadiendo sobre su en hasta llamarse pachacuti ynga yupangui” (Ob. cit., pág. 60; s/m).
Es decir, Ynga Yupangui asume el nombre colla Pachacuti.
Por su parte, el cronista se presenta de la siguiente manera:
“yo Don Joan de santa cruz Pachacuti yamque salcamaygua... natural de los Pueblos De sanctiago de hanan guaygua y hurin guaygua canchi de orcosuyo Entre canas y canchis de collasuyo” (Ob. cit., pág. 2; s/m).
Viendo el conjunto de las conexiones planteadas, es evidente el lazo de parentesco que el cronista procura plasmar entre sí y el Ynga Pachacutec; entre su familia y los Ynga; entre los Ynga y los Colla... Vínculo que trataría de transmitirnos el mensaje sobre una alianza, o unidad inmediata, habida entre estos dos grandes grupos...
En suma, respecto a los personajes de la leyenda que aquí nos ocupa hay, todavía, mucho por dilucidar. Pero son múltiples los datos que estas crónicas nos alcanzan para comprender o avisorar uno u otro aspecto de la vida de los Ynga. En definitiva, lo claro es que, a partir del resultado de la lucha entre Chancas e Yngas, se produjeron cambios muy significativos en el gobierno del conjunto que se iba forjando; cambios que son materia de una investigación aparte.

32. Fue característico, en estos lugares, que las comunidades indígenas vincularan sus orígenes a las piedras o a elementos inmediatos de la tierra. Tal era el caso –por ejemplo– de los uaris; comunidad quechua muy antigua y que, como se ha visto, desarrollaría vínculos de diverso orden con los Ynga.
Los Uari no desaparecieron con el tiempo, como equivocadamente enseñan algunos textos de Historia. Comunidad de reconocida antigüedad, tuvo su momento de resaltamiento histórico y, aunque pasaron a cumplir un papel subordinado en relación a los Ynga, y a ser subyugados desde la época de la Colonia, su corriente familiar persiste hasta el presente. Ejemplos: los Yaro, Huari, Huaro, Huaroc, Chiri, (Huarochirí), Poma, etc.

33. El profesor Antonio Guevara Espinoza apunta, entre otras, la siguiente semejanza entre las raíces australianas y las de la lengua Con, “usada por Fueguinos (Tierras del Fuego: Argentina y Chile)”:
En Castellano En Australiano En Con
Agua Ku, Kuno Kon (río), Kono (mar)
(Antonio Guevara Espinoza, Historia del Perú 1. Editorial Jalsa; pág. 22. Lima; Cuarta Edición.)
Kon, visto como agua, río o mar, también puede ser considerado como “un dios sin huesos”… Y su relación con las actividades marinas –o acuáticas– de los hombres primitivos sería más palmaria.
He aquí el mito de Con, en la versión de Francisco López de Gómara:
“Dicen que al principio del mundo vino por la parte septentrional un hombre que se llamó Con, el cual no tenía huesos. Andaba mucho y ligero, acortaba el camino abajando las sierras y alzando los valles con la voluntad solamente y la palabra, como hijo del sol, que decía ser. Hinchó la tierra de hombres y mujeres que crió, y dióles mucha fruta y pan, con lo demás á la vida necesario. Mas empero, por enojo que algunos le hicieron, volvió la buena tierra que les había dado en arenales secos y estériles, como son los de la costa, y les quitó la lluvia, ca nunca después acá llovió allí. Dejoles solamente los ríos, de piadoso, para que se mantuviesen con regadío y de trabajo.” (En Biblioteca de Autores Españoles; t. 22, pág. 233.)
Sin duda, aquí Con puede ser vinculado también con el agua: que “acorta” las tierras, permite los frutos y posibilita el regadío… Con vino por el norte… Es, por excelencia, un ser que actúa sobre la costa… Es generador de los hombres primitivos, a quienes lega el sistema del riego, característico en la época de la barbarie… Sobre Con –y su posterior relación con Uiracocha– hay, pues, muchísimo por hurgar.
En general, es necesario profundizar en la investigación y conocimiento de las lenguas y dialectos nativos de Australia y de Oceanía, y determinar la relación que tuvieran con las lenguas nativas de América.
Por el nombre que queda de algunas de las islas de Oceanía se podrían tender lazos de identificación entre esas lenguas y las habidas en el antiguo Perú. Ejemplos. Entre el grupo de las islas Tonga destaca la llamada Tongatapu; nombre que podría desglosarse en Tongat y Apu: la isla mayor de las Tonga. Entre las islas de la Micronesia se encuentra una llamada Beru; nombre parecido al de nuestro país: Perú. Pero si de la relación entre lugares tratamos, hay que apuntar también la habida entre el nombre anterior que tuvo el Qosqo, Acamama, y el de otra isla de la Micronesia: Abemama; situada al norte de la isla Beru. Al norte de todas estas islas tenemos al conjunto de las islas Marshall, agrupadas en su nominación antigua como Ratak Chain y Ralik Chain: Ratak y Ralik quizá podrían vincularse con nuestros Hanan y Hurin, mientras que Chain suena cercano al nombre de Chavín... A partir de esta zona, y prácticamente en la misma longitud geográfica, tenemos unas islas que nos hacen recordar a los nombres Chimu: Maloelap, Ailinlapalap, Pingelap, Losap, Pulap, Babelthuap. Y entre los nombres de las islas Marianas encontramos también una fonética vinculante (Tinan, Guguan, Alamagan, etc.), entre los que destaca el de la isla Saipan, que nos hace recordar a nuestro antiguo lugar de Sipán...

34. “YO ERA MUY NIÑO –recuerdo que tenía unos siete u ocho años– cuando una vez estuve en Ch'illkachupa, ese lugar donde desde lo hondo de un pozo salta un ojo de agua.
Estaba yo jugando con unos chiquitos, cuando mi mamá me pidió que fuera al ojo de agua a lavar unas ropas.
Silbando nos fuimos bajando una quebrada, cuando de repente vimos a un gato que dormía sobre una piedra, tomando el sol ahí junto al pozo.
Dejamos de hacer bulla porque apenitas vimos al gato, nos pareció muy extraño. ¡Era un gato sin orejas! Oscuro de piel, brillante, quisimos cazarlo.
Despacito fuimos acercándonos.
Cuando, rápido y como si nos hubiera olido, alzó la cabeza, abrió los ojos –unos ojos grandes, más grandes que los de un gato real–, saltó de la piedra y veloz, ¡qummm! Desapareció.
Se había arrojado al pozo.
Quisimos sacarlo de ahí pero era imposible.
Pude ver de él sólo las bolitas de aire que subían desde el fondo del agua, diciendo: «Pur pur pur...»
Nunca más lo vimos.
Pero, aquí en Taquile, todos sabemos que ese gato existe.
Mis abuelos y otros taquileños, también lo han visto.
Malo dicen que es. De noche atrapa gallinas, patos y se los lleva al monte; ahí les chupa la sangre. Es un gato que parece vampiro. Pero no es un vampiro. Es el tiq tiq. Sabemos que es él porque otros también lo han visto. Mucho le gusta la sangre, no la carne.
Lo llamamos tiq tiq desde antiguo. Cuentan los abuelos que muchos tiq tiq había en el Lago Titicaca. Los españoles también lo vieron. De ahí su nombre.
«Titicaca» debe sonar así: «Tiq tiq qaqa» (Tij tij ja ja), como pronunciamos en quechua.
«Tiq tiq», que significa el nombre de ese gato, tal como los gentiles lo llamaban. Y «qaqa», que significa entre otras cosas también: roca, piedra.
Es decir: «Donde abundan los tiq tiq de piedra.»
El tiq tiq (o ticsi), sabe vivir en la tierra y en el agua. Antes, cuando no había lago, caminaba como felino en la pampa. Al aparecer el Lago se acostumbró y vive allí. Sólo sale para cazar. No camina bien porque no tiene patas. Se arrastra como una foca porque sus patas están como atrofiadas. Se cuenta también que antes el ticsi era un dios, a quien se le adoraba en una de las islas que eran de pura roca. Entonces, titicaca significaría también: «La piedra donde se adora al ticsi» (porque al ticsi le gusta además, echarse sobre la piedra a descansar).”
(Alipio Huata Cruz)
“EL TIQSI O TITI ES COMO UN GATO. Vive en pozos. Todavía hay; ahorita hay. Colita tiene, pero chiquita. Come gallina, mejor dicho, muerde a la gallina pero no se la come, su sangre le chupa.
Titi misi es este animalito, no tiene orejas, parece como such'i. Es un gato medio pescado; pero no es fácil para ver.”
(Francisco Huatta Huatta)
(En Las Ranas Embajadoras de la lluvia y otros relatos. Cuatro aproximaciones a la Isla de Taquile. Recopiladores: Cecilia Granadino y Cronwell Jara Jiménez. Editora: MINKA. Lima, julio de 1996; págs. 142-143.)
Permítaseme consignar, aquí, mi interminable gratitud a Israel Terry y a Carmen Luz Gorriti, por poner en mis manos tan valioso como imponderable libro.
Un gato sin orejas… Un gato medio pescado… que sabe vivir en la tierra y en el agua… No tiene patas… Se arrastra como una foca… ¿Qué animal, en nuestro país, puede tener estas características?
No un gato ni un felino cualquiera, sino el lobo de mar…
Por excelencia, pues, Ticsi en realidad es un animal marino. Su representación totémica nos retrotrae, otra vez, a las primeras fases del salvajismo, a la época en que la pesca era la actividad esencial y dominante de los hombres. En su fondo, Ticsi es un tótem marino. Antes que nada es un tótem de pescadores.
La forma de pez en el cuerpo del lobo marino es real. Felina es, sobre todo, la apariencia de su cabeza. Sus colmillos se asemejan a los de los felinos de la tierra, o a los de los murciélagos; pero antes que nada son parte de sus características. Al estudiar representaciones felinas antiguas hay que considerar, pues, esta relación. Los murciélagos se pueden vincular a los lobos de mar en tanto les chupan la sangre mientras éstos duermen; de este modo, ambos forman parte de un círculo vital.
Al margen: ¿el lobo de mar y el murciélago pudieron vincularse a dos organizaciones o grupos sociales que los hombres tuvieron en un tiempo inmemorial, cuando vivían en la costa? Organizaciones que, a la postre, constituirían una comunidad, tras la cual estaría una de nuestras líneas últimas…
El lobo de mar pudo ser el compañero de faena de los primeros pescadores en nuestro litoral. “Enseñaría” a los hombres el arte de pescar, la habilidad de bucear. Los hombres admiraban esta dualidad, de poder vivir en la tierra y en el mar. De hecho, la concentración de estos animales en el mar era indicador del lugar en donde se encontraba la pesca. Por tal causa, los antiguos le guardarían un reconocimiento especial: era un ente supremo, que les ayudaba a mantener sus vidas… Hasta que descubrieron a Uiracocha… Pero este nuevo descubrimiento no le quitó reconocimiento primario a Ticsi. Ticsi ha llegado hasta nuestros días como una de las representaciones más antiguas y valiosas de nuestro pasado, aún por profundizar.

35. En 1535 los Ynga, dirigidos por Manco II, trataron de recuperar el Qosqo, tomado por los españoles. En su asedio, lanzaban flechas encendidas, untadas con petróleo, con el fin de incendiar los techos de las viviendas en que se protegían los españoles, que eran de paja. Conocieron, entonces, la conversión de esta sustancia en fuego.
Según Urteaga, este petróleo lo obtenían de yacimientos habidos en el lago Titicaca, en Pirín, provincia de Huancané (El Perú, Monografía Histórica). El petróleo también –agrega Urteaga– fue empleado como asfalto, en determinados tramos del Camino de los Ynga que iba del Qosqo a Quito...
Uiracocha, en esas formas, adquiría corporeidades tan distintas como distantes, que lo hacían más rico y complejo –aunque no por ello menos concreto– para el entendimiento de nuestros pensadores antiguos.





A N E X O

UIRACOCHA: EL MAR GRASOSO
(Interrogantes a un pescador piurano)


Las líneas que siguen no son un tratado teórico, pero tampoco son un mero apunte anecdotario.
Procuran un objetivo simple e importante: presentar, en la narración de un hombre sencillo, los elementos que su valiosa experiencia nos transmite para asomarnos a la comprensión de verdades aún más profundas.
Verdades que se remontan a tiempos lejanos, y que quizá algunos hombres de ciencia, con su esquematismo abstracto, no llegan a imaginar.
Verdades aparentemente lejanas por el lugar, pero que las mismas ciencias –por señalar un solo ejemplo: la biología, al investigar sobre el sebo del mar (sobre Uiracocha) y sus efectos en el “ecosistema”– pueden llegar a clarificar.
Verdades empíricas y sencillas que los hombres de ciencia bien pueden llegar a elevar en su nivel teórico de comprensión.





— ¿Su nombre completo es?
— Félix Gonzales Periche.
— ¿Fecha y lugar de nacimiento?
— El 20 de noviembre de 1935, en el Caserío de Letirá, Cuna de Pescadores, distrito de Vice, Departamento de Piura, ahora perteneciente a la provincia de Sechura, antes en la provincia de Piura.
— ¿Sus padres?
— Nemesio Gonzales Panta y Concepción Periche Martínez; del mismo lugar.
— Ud. ha sido la mayor parte de su vida pescador; ¿desde qué edad comenzó a trabajar en la pesca?
— Yo trabajé en la pesca desde niño. La edad de, más o menos, siete años - ocho años, por ahí, comencé a trabajar en la pesca.
— ¿En qué lugar?
— En la bocana de San Pedro, frente a Sechura. De ahí a Las Islas, Isla de Lobos de Tierra y a la Isla de Lobos de Afuera. Por ahí nuestros viajes eran de un mes, mes y medio, dos meses. Regresábamos hasta los tres meses. Hubo oportunidad de hacer viajes de tres meses.
— ¿En la embarcación de quién?
— En la embarcación de mi papá, Nemesio Gonzales. Y con mis hermanos: Dionisio, Francisco, Celestino y Juan.
— Toda la familia trabajaba allí.
— Toda la familia. Y con el tío Gerónimo..., tío Gerónimo Gonzales. El tío Eulogio Gonzales también nos acompañó un tiempo a trabajar, pero poco tiempo; él más se dedicó a la agricultura; el tío Eulogio. Tío Gerónimo sí; hasta que falleció. Y así, pues, con varios ahí, paisanos, con ellos trabajábamos.
De ahí, por el año 59, 59-60, ha sido que me vine acá, al Callao, y seguí trabajando en la pesca, en la anchoveta. El año 1960, un 17 de mayo, llegué acá, al Callao, en la casa del primo Santos Panta Periche, luego a la casa del finado primo Juan Ayala Periche; Delfina. Y nos encontramos con el resto de familiares; hasta ahora.
— Cuando comenzó su trabajo de pesca allá, en el norte, o en ese trayecto, ¿supo Ud. de algún tipo de secreto o culto a alguna divinidad sobre la pesca; de repente de los cielos, del mismo mar, un pez, algo así, alguna creencia que tuvieran sobre algún Dios relacionado con su trabajo?
— Bueno, nosotros no teníamos nada de creencias en los peces... Quizas en los antiguos, los abuelos hayan tenido a lo mejor alguna creencia, pero no, nosotros, yo de mi parte que haya sabido, por decir, los peces más grandes, de los tiburones, de las ballenas, los cachalotes, nosotros: normal. No encontramos ninguna creencia de que los peces, por ser de tanta dimensión..., porque las ballenas son unas ballenas grandasas, que hay por allá. Los tiburones, bueno, se les tenía temor. Pero no. Nosotros nunca nos pasó nada. Se supo que antes, por ejemplo, algunos pescadores habían sido atacados por tiburones. También la ballena atacaba las embarcaciones chicas; les daba una patada y a veces los hacía peligrar. Ese tiempo las embarcaciones eran veleros. Y se les tenía un poco de temor a las ballenas; pero después...
Lo que sí sabíamos es que, por ejemplo, cuando el mar está en seca (osea, en baja mar) ahí mueren las mujeres, y cuando la mar está en llena, mueren los hombres; cuando es muerte natural. Esto lo comprobé también en la muerte de la mamá María, que falleció en la hora de la baja mar. Algunos dicen que las mujeres se van a esas horas porque no todas saben nadar.
En los ojos del gato también se puede ver cómo está la marea. Fijo. Bien bonito. Cuando en sus ojos se ve sólo un filito se está en baja mar, y cuando sus ojos están llenos de oscurito la mar está llena. Vas tu al mar y compruebas todo esto.
Todo depende de la luna. Cuando la luna está saliendo, en la hora que sea, ahí comienza a secar el agua, y se encuentra en plena seca a las tres horas de salida la luna. Luego, empieza a llenar de nuevo, otras tres horas, en que queda llenesita otra vez el agua. Y así en este plan está todo el día, hasta el día siguiente, en que la luna aparece retrasada una hora, del día anterior. Y así toda la vida...
— La forma de trabajo en la pesca era “a puño”, ¿no?
— La forma de trabajo todo era, pues, artesanal, porque se pescaba con cordeles y, al último, ya, de los años cuando ya casi para venirme para acá, los últimos años, trabajamos con redes de cortina. Después, la mayor parte, a pura muñeca, no más. Cordel, anzuelos, plomo construidos por nosotros mismos.
La sal se molía. No teníamos molino, teníamos que molerlo a punta de palos, unos palos así, que se llaman purinos, en un costal. Lo habríamos el costal, ahí echábamos la sal y comenzábamos palo, palo, pum, pum, pum, ahí mismo, en el mismo bote, adentro, hasta que lo quedábamos como harina, y eso servía para salar el pescado durante el viaje, todo el viaje que hacíamos.
Todos los días pescábamos, todos los días salábamos pesca y lo apilábamos. Cargábamos el bote a ful.
Cuando picaba la caballa... Todos los peces tenían su tiempo que se alocaban comiendo; se les daba por comer, comer, comer, no más. Como cuando un borracho después de tomar su trago, así los pescados se ponían. La caballa, por ejemplo, llegaban, comían, comían, no más, comían el anzuelo, pues. Después, también, una infinidad de peces que tenían... Llegaba la picada, decíamos.
Picaba el peje, cabrillón, el mero, la pluma, la pintadilla, la berrugata, y cabrilla, un montón, sinnúmero de especies, se alocaban. Les llegaba su tiempo, como que se alunaban las especies marinas, entonces nosotros nos iba bien, con eso.
— Pero, ¿por qué ocurría eso? ¿De verdad, tendría que ver con la luna?
— ¡Con la luna, sí! El tiempo de la luna, por ejemplo, las lunas llenas la caballa le daba por..., ¡uf!, se alocaba la caballa. No solamente la caballa, todos los peces. Pero era una fija que era la picada.
La picada le llamábamos cuando venía, pues, ese momento de abundancia para nosotros, con la pesca.
Por ejemplo, nosotros comenzábamos un día, una noche, otro día, otra noche, otros..., tres días, tres noches sin dormir. Al tercer día con las justas, dándole. No había descanso, hasta que cargábamos el bote, a ful, a ful.
Después, uno llegaba en toda la picada; por ejemplo, llegábamos desde allá, de San Pedro para Matacaballo, de Parachique, no ve que habían tres cuartos de luna cuando ya salíamos de allá. Llegábamos a la Isla Baja, por ejemplo, a veces dos días. Si el tiempo era muy calmoso el viento, nos echábamos tres días. Y a veces tocaba que en el día en que nosotros llegábamos empezaba la picada, pues. Dale y dale, dale y dale, que le faltaban manos a uno para pescar; para pescar con cordel. Y así, pues.
Y después ya estuvimos sacando con redes, cortinas, que nosotros mismos habíamos construido.
— ¿Qué capacidad tenía la embarcación?
— El bote del papá tenía una capacidad como de cinco toneladas, más o menos, porque podía veinticinco sacas de pescado, que pesan más de cien kilos. Eso, eso cargaba. El bote iba pero a fulcito, torreja, torreja. Por ejemplo, ahí en la Isla de Lobos de Tierra o en la de Afuera, rumbo a Pimentel, el Puerto de descarga, de venta, ahí estaban los compradores.
— ¿Cuántos hombres trabajaban?
— Trabajábamos, a veces, cinco, siete, no muchos; la familia no más, pues. Trabajábamos papá, el tío Eulogio, el tío Gerónimo, Dionisio, Pancho, yo, Celestino y Juan. Pero los chiquitos, ya casi, no se contaban. Tío Juan ese tiempo estaba chiquito. Pero así, siete; ocho ya era mucha gente.
— La picada venía con la luna llena.
— Con la luna llena venía la picada.
— Fija.
— Fija. Esa era una fija. Pero la cosa no más era ubicar la mancha de pescado, por dónde está, y de una vez a fondear.
— ¿Y cómo ubicaban ustedes “la mancha” de pescados? Porque no tenían máquinas, no tenían ecosonda, radar...
— No, pues. Pero la marca era que, a veces nosotros, cuando veíamos el agua, el agua del mar se ponía blanco, grasoso, ya era fijo que abajo estaba la mancha de peces. Se veía el agua aceitoso, blanco. El aceitito siempre flota arriba y se veía blanco. Entonces uno, a veces, cuando íbamos por la medianía –la medianía le llamábamos entre las dos Islas, de la de Tierra y la de Afuera–, nosotros íbamos a veces por la medianía –o sea, la mitad del camino–, a veces hacíamos que el bote pare de andar, arreábamos la escota, el bote bajaba su velocidad, entonces tirábamos un cordel al agua para probar, un cordel con su anzuelo y su carnada ahí, ¡ucha, ahí mismo agarraba la caballa, pa' su macho, y dale, oye, ahí estaba!
Bajábamos la vela y fondea, pues, ahí, o busca la parte, porque había una parte bien hondo, profundo por ahí, que no alcanzaban el fondo los cabos para fondear. A veces le dábamos que corra un poco más para la tierra, para agarrar fondo. Y todo eso estaba, a veces, la mancha de peces; ahí fondeábamos.
— Agua grasosa...
— Agua grasosa, esa era la marca.
O sino, a veces, los pájaros, los piqueros, también, o los alcatraces, también, nos avisaban. Porque a veces los peces, la caballa o, ese tiempo había anchoveta también por allá, andaban con comida ahí, los ayanquecitos, que le llamaban, y los piqueros a veces se tiraban a pescar una caballa, una sardina, una anchoveta, y esa era la marca también, pues. Ellos nos avisaban que ahí estaban... Nosotros no teníamos instrumentos de localizar los cardúmenes.
— Y cuando llegaban a ese lugar, donde se lanzaba el piquero, el mar estaba grasoso...
— Ahí estaba grasoso, pues, y ahí estaba la mancha. El piquero se aventaba cuando veía que había, pues, ahí. Cualquiera de ellos seguro agarraba, y agarraba, pues salía con su pez, que había pescado el piquero. Ellos nos daban las muestras, también, dónde podíamos localizar la pesca.
— Esa agua grasosa, ¿a qué se debía, propiamente?
— El agua grasosa... bueno, de tantos pescados, pues, que seguro –como la caballa– que tienen bastante grasa. Todos los peces tienen...
La lisa, peor. La lisa tiene cantidad; bien grasosa. Es como una persona...
Una ballena, también. Por ejemplo, cuando las ballenas iban, a veces no salían a suspirar arriba, a flote, sino iban así no más, casi a una profundidad de –diría– tres o cuatro brasas, antes de salir a flote ya se sabía que había algo, algún pez iba por ahí, una ballena, era fijo que era una ballena. Iba así dejando, se veía que iba saliendo la grasa de esa ballena.
Y cuando había mancha, también, de delfines. O sea, nosotros allá les llamábamos los locos. Los toninos también les llamábamos. Porque andaban salta y salta, entonces nosotros les llamábamos los locos. Pero dejaban ahí, pa' su macho, grasoso, grasoso dejaban el mar, y dejan hasta ahora, porque siempre hay. Hasta ahora es así.
Por eso es que nosotros nos regíamos a éso. Ahí era la segura que ahí estaba la mancha de pescados.
— Entonces, el mar grasoso era un signo de vida.
— Un signo de vida, pues. Ahí había. Ahí estaba la plata, pues. Cualquier cantidad de toneladas que habían, ahí, de peces.
La sierra, también, bastante grasosa es ese pescado. Un pescado que se llama sierra; son bien aceitositos. La sardina, el jurel, todos, pues, todos esos peces tienen aceite.
— No hay ningún pez sin “aceite”. ¿O algunos no tienen?
— Bueno, pues, unos en menor cantidad y otros sí, son demasiado grasosos. Pero todos tienen; tienen su aceitito.
— ¿Ese aceite, de aquella agua grasosa, la usaban de alguna otra manera?
— No.
— Solamente para ubicar los peces.
— Para ubicar, no más.
Después, también, cuando se nos acababa el aceite que traíamos para cocinar, usábamos de los mismos pescados. Sacábamos, por ejemplo, de la lisa, sacábamos su aceite y lo calentábamos en la sartén, una olla, ahí. Los hacíamos como un chicharrón y salía, ahí, salía el aceite.
La tortuga, también, por ejemplo, bastante aceite. Y sacábamos aceite de tortuga en botellas. Teníamos ahí para usarlo pa' la olla, y comíamos bien rico.
El tiburón también tiene aceite, pues, dentro de su barriga. Ese es su hígado; puro aceite su hígado, el tiburón. De ahí sacábamos aceite para la cocina.
— Y con ese aceite cocinaban.
— Con ese aceite hacíamos el arroz; todo, pues, los aderezos, o sea, las frituras. Y no hacía falta que se acabe el aceite Capri, o el aceite que se traía de allá, de la casa.
— ¿A esa agua aceitosa no le dieron algún otro uso? Digamos, para mojar un paño y después prender fuego o una antorcha.
— Bueno, no. No usamos de eso porque teníamos cómo hacer fuego. No nos faltaba el querosene. Pero claro que se podía emplear.
Si no hubiéramos tenido nosotros querosene o algún combustible, quizás hubiéramos juntado aceite, aceite, aceite, y se le hubiese prendido el fuego. Sobrado se puede hacer. Pero nosotros nunca lo hicimos. Por ejemplo, un poco de sebo de lisa, del churucutulo, ¡uf!, sobrado, pues, prendiéndole fuego con un fósforo sale, o mojándolo con un trapo, untándolo todo, sobrado se prende. Pero nosotros no lo hicimos. Se podía hacer; se hubiera podido hacer; así, pues.
— ¿De qué otra manera el mar puede estar grasoso?
— Bueno, el mar también se ponía grasoso porque, por ejemplo, allá por La Punta Mal Nombre, más o menos unas cinco millas mar adentro de la costa, había unas vetas de –quizas– de petróleo.
Ahí había minas de petróleo, abajo, en el fondo del mar. Entonces, cuando nosotros pasábamos por ahí, navegando en la embarcación, se veía que salía, salía la veta de petróleo. Y de ahí, manchas se iban, lo llevaban el viento y la marejada, la corriente. Se iba esa agua, y se sentía el olor del petróleo.
Y por las zonas más al norte de Paita, Negritos, Talara, por allá, ¡uf!, cualquier cantidad. Como que después que nosotros también hemos trabajado por allá, ahora están los castillos allá, que sacan petróleo ahí, del fondo del mar. Han hecho los castillos ahí para sacar; plataformas.
No sé si hasta ahora, de repente ya hay por ahí, por Bayóvar. Pero por acá ya en poca cantidad. Más al norte sí.
— Esa agua grasosa de petróleo, ¿también pudo haber sido utilizada?
— También, pues. Pero nosotros no la necesitamos.
A veces, cuando iba navegando el bote, se manchaba todo el cuerpo del bote, su barriga del bote, se prendía la grasa. Y por las islas también, la espuma. Por donde nosotros trabajábamos, la embarcación, cuando pasábamos por ahí, por esas espumas, se prendía ahí en la madera (el bote era de madera), y ahí se prendía ese aceite, ese sebo, ahí, en el cuerpo del bote. Teníamos que ponernos a lavarlo con la escobilla, para que no esté manchado, porque la pintura lo malograba. Es decir, no lo malograba, sino que malograba “la pinta” del bote. Es como una casa que esté pintada, que lo manchen con algo, ya queda manchada... Por eso se veía feo. ¿Qué era? Aceite.
— ¿Ahí, el aceite era espumoso?
— Había lugares. Por ejemplo, cuando pasábamos por las Islas, al lado norte de las Islas, o por cualquier lado, la corriente siempre lo abría de la orilla de la Isla, de los peñascos. Pues, nosotros pasábamos por ahí. A veces nos encontrábamos con una orilla llenesita de espuma. Entonces, el bote pasaba. Teníamos que cruzar por ahí. Parece que pasábamos encima de un poco de algodón. Salía el bote al otro lado, pero manchado de lado y lado, tanto a estribor como de babor.
— Hasta esas orillas también llegaba el mar grasoso de petróleo.
— Sí, pues. Llega a las Islas. También llega hasta tierra, a la playa, porque la corriente, el viento, no se queda este aceite...
Estas orillas de espuma, por ejemplo, no se quedan en un solo lugar. No. El viento y la corriente lo van botando siempre para el norte y para la playa. Eso vara ahí. Por eso la playa se pone espumoso también ahí; se amontonan, lo vara el aceite, esa grasa, todo.
— ¿Y eso, también pudo haberse utilizado para hacer fuego?
— Para hacer fuego, quizá. Si no hubiera habido cómo hacer fuego, claro. Si el mar no le falta nada para que prenda fuego. Si el aceite hace, poniéndole candela, fuego; hace llama. Pero ahí en el bote había leña, o sino con el auxiliar del querosene más rápido, pues, porque el aceite, con la grasa, demora un poco para hacer llama, por eso es que no lo utilizábamos.
— Pero me dice que llega a las orillas, de las Islas y de la costa. ¿Ha sabido que igual ocurra en lagos y en ríos?
— En el lago Titicaca no sé. De repente. Los de allá, de Puno, saben. Seguro.... Claro. Porque hay pesca, también. Pesca lacustre.
Nosotros hemos sido de pesca marina. Hay pescadores pesca de río, y los de lago, también, pesca lacustre. Seguro igual, también, pues. Los peces todos –como te digo–, porque hay lisa también; hay lisa, hay corvina, hay palometa, paiche; tanta vaina.
— ¿Igual, la grasita de ellos debe llegar a la orilla, en forma de espuma?
— También, pues. Así igual, pues. Igual, igual. Su grasa sale a flote y de ahí es varado a la orilla. Porque el río también tiene orilla, el lago tiene orilla, o sea, por decir, la playa. Ahí tiene que llegar, ahí termina. El que lo utiliza lo utiliza y el que no, pues, ahí se pierde ese aceite.
— ¿Y ahí en donde llega a las orillas, donde se concentra, produce algún tipo de vida?
— Bueno, tipo de vida como plantas.
— ¿Pequeños seres marinos; por ejemplo, en las Islas?
— También, sí.
En las Islas, por ejemplo, están los cangrejos; ésos les gusta también esa grasita. En las Islas también el caracol; también ése se pone a chupar esa grasita. En la playa, bueno, hay cangrejos, también. Después, también, hay otras clases de animales. Las conchas también chupan esa grasa. Y, en algunas partes de la costa hay también –por ejemplo, en el norte, en Tumbes– hay manglares. Y en esos manglares se pegan las conchas negras, y esas conchas negras aprovechan esa grasita, que les llega por ahí; o sea, se alimentan de eso, las conchas negras.
Los manglares son unos árboles, y a la vez seguramente también al manglar le da vida, porque crecen los manglares en cantidad... Ahí por Sechura, entre Sechura y San Pedro, donde fue mi primer puerto de pescador, hasta ahora hay manglares, y ésos les llega esa grasita, por ahí.
— Están en la orilla esos árboles...
— Están en la orilla; o sea, en la Bocana que viene de... El río Piura viene a morir ahí, en San Pedro, una parte, y la otra parte pasa para Parachique, que se llama Birrilá. El río Birrilá, que desemboca en Parachique. Se reparten los dos ramales; río Piura. Y en el de acá, de San Pedro, es donde hay manglares.
Que estos manglares tienen agua dulce y agua salada, del mar. Y cuando entra la fuerza de la marea, se llena de agua hasta los manglares. Y de ahí se va llevando esa grasita, también; espuma con esa grasa. Y eso es lo que yo decía, cómo no se mueren estas plantas con cosa del mar. No; eso les hace bien; como un abono.
— ¿De qué altura son esos manglares?
— Los manglares hay –como todo, pues, como todo ser viviente– desde chiquitos hasta grandes. Los grandes hay unos manglares que más o menos medirán, pues, diez, quince metros de alto; y los chiquitos, como una persona.
— ¿Y su consistencia?
— Sí; su consistencia es fuerte. Bien útil es. Antes se utilizaban para las casas que se hacían allá; se construían en los pueblos, por ahí. Son derechitos los palos, y se utilizan como varas, vigas, así, para el techo. Los sientan en paredes de quincha. Ahí se utilizaba.
— Estos animalitos pequeños, que se alimentaban en la espuma, son principalmente de tipo de vida en el agua y en la tierra; o sea, que pueden respirar en el mar y del aire.
— Sí, pues, igualito. Por ejemplo, las conchas pueden quedar sin agua, pero no tanto tiempo. En la hora de la baja mar pueden quedar sin agua, y ese tiempo están vivos, porque guardan su reserva. Ya la naturaleza lo hace seguro así. Hay unas conchitas chiquitas, que se llaman conchitas señoritas, y ésas son bien ricas, porque seguramente se alimentan de todo el plancton que hay, de la grasita, también, que vara a la playa. Y las conchas negras de los manglares, también aprovechan eso; por eso es que son ricas las conchas negras, para el cebiche.
Y así como esas conchitas, los animales marinos. Ellos comen pescado: sardina o vísceras de peces; ellos no comen grasa. Las conchas, los caracoles, los cangrejos, las conchas negras, estos se alimentan de éso.
— ¿Otros seres marinos que respiren en el mar y del aire?
— De los animales marinos, en primer lugar los lobos. Los lobos marinos, ésos son unos “lobos”, pues, de verdad, porque, bueno, estos respiran no más cuando están fuera del agua. Pueden estar un día, dos días fuera del agua, ellos están con vida, respiran, normal, como una persona. Pero también cuando se sumergen hasta el fondo del mar, ellos guardan aire, tienen buenos pulmones, pues, como son peces también, y por varias horas. Como la ballena, también.
La ballena: ésos salen a flote, dan una botada de aire y después absorben el aire, que zumba ese aire cuando está entrando al hueco ése que tiene la ballena en su nuca. Sale primero, cuando salen ellos a respirar, ¡ssssssssss!, hace –cómo te puedo decir– como la manguera de un bombero cuando, con presión, está apagando un incendio. Así sopla; sopla el aire junto con agua, que va botando por ahí. Eso es cuando la ballena va saliendo, así, del mar. Sale de acá. Mientras va saliendo va botando, pues. Y cuando va hundiéndose, otra vez; absorbe pero fuerte. Se escucha.
Uno va navegando por ahí cerca, ve una ballena que sale y se sumerge otra vez, se siente lo que absorbe el aire; se vuelve a sumergir. Si quiere estar ahí saliendo, un rato está así saliendo, botando aire y respirando, acumulando aire en sus pulmones, pero también después de la última da una buena respiración y, ¡fuissssst!, al fondo otra vez, hasta cuando se le da su gana.
Y los peces chicos, bueno, la tortuga, también, tiene bastante vida. También la tortuga puede estar días fuera del agua, varios días. Yo te digo porque cuando trabajábamos en la Isla de Lobos de Tierra, pescábamos tortugas, pues, y los dejábamos en tierra, amarrados ahí para cuando nos íbamos a puerto ya. Ahí el bote lo llevábamos cargadito, también, de tortugas. Nos íbamos a venderlos a Paita. Pero cada semana les íbamos a dar agua; los hacíamos bañar en la playa, amarradas también, porque sino se nos escapaban, y ya cuando llegaba el día que nos íbamos a Paita, los llevábamos ya. Carga el bote de tortugas, para ir a vender a Paita. Paita, Piura. Y buena plata. Y ese animal, pues, como te digo, puede estar sin el agua por días, días y horas.
Y también, pues, los otros peces chicos. Hay algunos peces chicos que no aguantan mucho, no aguantan mucho estar fuera del agua: se ahogan. O sea, nosotros, por ejemplo, nos ahogamos en el agua, dentro del agua, y ellos se ahogan por estar fuera del agua. También unos peces que llamamos las morenas; ésos también son unos bandidos para vivir fuera del agua.
Y así; así es la cosa.
— Esos peces que salen poco al agua, ¿cuáles son?
— Por ejemplo, los peces chicos. Los peces de peña. Por ejemplo, el mero. Bueno, el mero puede resistir una hora, dos horas quizás, por lo mucho, después ya se va muriendo, se asfixia y se muere. La cabrilla también. Pero, para que no sufran, nosotros los matábamos. La caballa, el bonito, el barrilete, todos ésos se ahogaban rápido, se morían, no resistían.
El delfín es casi como un lobo, tiene buenos pulmones pero no aguanta mucho, no aguanta mucho tiempo fuera del agua. Te aguantará, pues, unas cinco horas, seis horas, y ya de ahí también se muere. Pero pobres animalitos.
Nosotros allá, allá en el norte, nos daba gusto con los delfines navegar, porque ellos se ponían abajo del bote. Iban ahí. Nos daba gusto ver. Parece un avioncito iban abajo del bote. Y ahí los íbamos mirando, mirando. Éramos chiquillos; nos íbamos a la proa del bote a mirarlos, ahí; el agua clarita. Y parece que se ríen ellos ahí abajo, parece que se reían que nosotros los mirábamos, ¡qui-qui-qui-qui, qui-qui-qui-qui! Después nosotros nos mareábamos ahí, no ve, por la velocidad del bote. Raspaban su lomito, también, con la quilla, con la barriga del bote. Son bien juguetones los delfines.
El cherlo también tiene buena vida, o sea, resiste fuera del agua. El cherlo, el peje diablo... Unos tienen más resistencia, y otros menos.
Y así, pues. Yo quisiera que volviesen esos tiempos, para ir de nuevo a ver esos animalitos. De repente me animo –dijo Alfredo–, me voy a ir para allá, a las Islas. Me daría gusto verlos. A recordar la niñez. Porque eso de la anchoveta creo que sí ya, ya no podré. Porque hay mucho muchacho. No quieren darle chamba a los viejos...





Francisco Martínez Salas
LOS SUPERADORES DE EINSTEIN


A diario vemos que en la teoría económica, en la sociología, en la historia, en la filosofía, en fin, en todas las ciencias que tratan sobre la sociedad y el pensamiento ocurren encendidas discusiones.
Los sociólogos frecuentemente tienen controversias sobre un mismo tema. En historia, un mismo hecho es interpretado desde puntos de vista contrarios. En política ni hablar: muchas veces las divergencias se presentan en tal cantidad que es imposible determinar su número. Al ver esto, muchos extrañan la exactitud con que se desenvuelven las ciencias naturales. Aquí no hay lugar a enfrentamientos –dicen–, porque todo es exacto –creen.
Las ciencias naturales, sin embargo, no están exentas de la polémica. En todas las ramas de este campo del saber se presentan diferencias sobre algún tema concreto. La física, por ejemplo, aunque es, quizá, la más reconocida de todas las ciencias, por su dimensión y rigor, no deja de presentar en su seno una variedad riquísima de problemas, que originan múltiples teorías, no pocas veces antagónicas entre sí.
Ninguna de las ciencias sociales podrá envidiar a la física por estar libre de la lucha entre ideas. Esto no es así. A la inversa: ninguna de las ciencias naturales podrá sentirse libre del campo de batalla –por decirlo así– que caracteriza al desenvolvimiento de las ideas en las ciencias sociales. Parece que el desarrollo de estas contradicciones es, más bien, lo que mejor impulsa el avance de las teorías.
El documento que sigue nos aproxima a una de las polémicas que más ha apasionado a los físicos en las últimas décadas, en torno de la mecánica cuántica.


1. ¿Qué es la realidad?



En busca del gato de Shrödinger, de John Gribbin1, es uno de los textos que mejor divulga el desarrollo de la Física de los últimos años. El libro gira, particularmente, en torno de la historia de la mecánica cuántica, concentrándose en el tema de la realidad.
“Lo que la mecánica cuántica dice es que nada es real...” (Ob. cit., pág. XIV.)
He aquí el meollo de la concepción de Gribbin, y de una tendencia de la mecánica cuántica.
Por cierto, el principio no es exclusivo de la corriente indicada de la Física, sino que se liga con una tendencia de la Filosofía contemporánea. Es más, se trata de un principio que alumbra, de diferentes maneras, a varias ramas de las ciencias naturales y de las ciencias sociales.
El problema que se plantea, en primera instancia, es si existe o no la realidad.
Parecería ocioso plantear esta cuestión, pero tras de ella varios físicos y filósofos contemporáneos procuran introducir ideas que alterarían el fondo y la forma de todas las ciencias.
“Nada es real”: nada es más contundente que la misma realidad que tenemos al frente para rebatir esta sentencia primordial.
Si nada fuera real, Ud. no estaría leyendo estas letras... ¡pues nada de lo que Ud. acaba de ver y de vivir sería real...!
En sus consecuencias prácticas, ¿hacia dónde nos llevaría ese pensamiento, de seguirlo en su integridad?
Si, en efecto, nada es real, entonces ¿qué certeza tengo yo de mi existencia, de mi propia realidad? ¡Tal vez yo no existo! ¡Seguramente usted no existe!... ¡Nada existe; pues nada es real!
¿Por qué preocuparnos, entonces, de los grandes problemas de la Física, de la Astronomía, de la Filosofía, de la Sociología, etc.? ¡Si todos los problemas de este mundo son vanos, porque este mundo tampoco es real!
Las consecuencias prácticas de ese principio medular son, en realidad, arrasadoras.
En el terreno práctico, Ud. y yo sabemos que todo lo que percibimos es realidad. Es real aún aquello que no percibamos, no hayamos percibido ni lleguemos a percibir jamás, siempre y cuando esté basado en el fundamento de la objetividad.
“Todo es real”, se podría decir en contraposición a la idea principista de John Gribbin, pues la realidad es un concepto sumamente amplio, que comprende tanto al mundo material como al espiritual, tanto al mundo objetivo como al subjetivo.
Nada de lo existente deja de ser real.
En esta perspectiva, incluso la idea de Gribbin es, también, real, pues aparece como una manifestación que circula en la órbita de lo subjetivo...
... Es real, pero no es verdadero, pues no tiene validez objetiva.
En este caso, tenemos un pensamiento que no es reflejo de la realidad; es decir, que no contiene la verdad objetiva. Sin embargo, no por ello puede decirse que esa idea está completamente desvinculada de lo material: el pensamiento de Gribbin no puede transcurrir sin su cerebro, que es su base real y material.
Esto nos lleva a otra cuestión muy esencial: ¿cuál de los dos campos de la realidad es el fundamental?
Hemos visto que en el mundo subjetivo pueden presentarse ideas que no se corresponden con la realidad objetiva. Esta realidad existe fuera e independientemente de las ideas subjetivas. En ella es donde buscamos el conocimiento y la verdad. El propio pensamiento humano aparece como resultado de un proceso evolutivo, de millones de años, con que se desenvuelve el mundo natural.
En conclusión: la realidad objetiva es el aspecto más fundamental del conjunto de la realidad; es la base primaria de la conciencia; existe de una manera independiente del mundo subjetivo; al margen de éste; y es el objeto del conocimiento verdadero.
Merece subrayarse el término hacia el que referimos a la verdad.
Para la Ciencia, la verdad no está en la mente (o en el mundo subjetivo), sino en la realidad objetiva. El valor de un pensamiento se mide en razón de la aproximación certera a dicha realidad. En general, el conocimiento (valedero) tiene su fundamento en la materialidad misma: por ser un reflejo de ésta. El afán del científico es captar, en la mente y en la práctica, los diferentes aspectos o facetas de la realidad.
Como se diría en lenguaje filosófico: la materia es el fundamento del espíritu, y ambos constituyen la integridad de lo real.
Mas, precisemos: ¿puede uno de ellos existir sin el otro?





2. La materia no existe sin el espíritu

Acabamos de referir que la naturaleza existe antes, fuera e independientemente de la conciencia humana. Es decir, la materia puede existir sin el espíritu. Esto se corresponde plenamente con el desenvolvimiento del mundo real. Sin embargo, John Gribbin nos refiere una idea completamente distinta:
“Lo que la mecánica cuántica dice es que... no podemos decir nada sobre lo que las cosas están haciendo cuando no las estamos observando.” (Ibídem)
Más adelante Gribbin nos conduce a
“considerar la posibilidad de que, debido a la regresión infinita de causa y efecto, el universo entero puede deber su existencia real únicamente al hecho de ser observado por seres inteligentes.” (Ob. cit., pág. 185.)
Y, de un modo tajante, afirma que:
“La realidad objetiva no tiene cabida en una descripción fundamental del Universo” (Ob. cit., pág. 160.)
Es decir: las cosas no existen sin mi observación; o, quizá, sin la observación de seres inteligentes que originan al universo (¡¡¡¿¿¿???!!!). La realidad objetiva no juega ningún papel para explicar el fundamento del universo... La materia no existe sin el espíritu...
En efecto. Si nada puedo decir acerca de la mesa que está en la otra habitación es porque desconozco, incluso, la realidad de su propia existencia; a pesar de que la acabo de dejar allí, y nadie ha entrado o salido de esa habitación; pero solamente podré decir que existe, que es real, si es que la vuelvo a observar...
No conozco nada sobre las cosas que no estoy observando... No sé si existió la naturaleza antes que yo. Nada sé acerca de una sociedad que exista fuera de mí... En términos filosóficos esto significa negación del conocimiento de la cosa en sí. Aquí Gribbin se convierte en agnóstico: no sé...
¿Pero, cómo es posible que un pensamiento de este calibre esté en el fondo de una corriente tan propugnada en la Física contemporánea?
Aunque parezca mentira, la Física no está exenta de la intromisión de ideas subjetivas en su seno. Es más, ideas de ese tipo son utilizadas para fundamentar ramas completas de esta ciencia, como la indicada mecánica cuántica. Y los físicos son concientes de estas divergencias. Aunque no necesariamente polarizan la magnitud de sus divergencias, no por ello dejan de ser antagónicas. El mismo Gribbin reconoce que Einstein estaba al otro lado del punto de vista subjetivo de ciertos teóricos de la mecánica cuántica:
“El punto básico es el siguiente: de acuerdo con Einstein y sus colaboradores... existe una realidad objetiva, un mundo de partículas con momento y posición definidas simultáneamente de forma precisa aun cuando no estén sometidas a observación.” (Ob. cit., pág. 159.)
El principio básico y fundamental de esta tendencia en la Física –como en todos los demás campos del saber– es el reconocimiento de la realidad objetiva como primaria y existente de un modo independiente del espíritu.
Pero queda pendiente por tratar cómo es que los seguidores de la tendencia contraria fundamentan su principio. Para esto, Gribbin recurre al famoso experimento con “el gato de Schrödinger”:
“La famosa paradoja acerca del gato apareció impresa por primera vez en 1935 (Natunrwissenschaften, volumen 23, página 812)... Einstein calificó la proposición de Schrödinger como la forma «más bonita» de mostrar el carácter incompleto de la representación ondulatoria de la materia como representación de la realidad...
La idea que hay tras este experimento imaginado es muy simple. Schrödinger sugirió el considerar una caja que contiene una fuente radiactiva, un detector que registra la presencia de partículas radiactivas (un contador Geiger, por ejemplo), una botella de vidrio conteniendo un veneno como el cianuro, y un gato vivo. Se diseña el experimento de forma que el detector esté conectado el tiempo suficiente como para que exista una probabilidad del 50% de que uno de los átomos del material radiactivo se desintegre y el detector registre una partícula. Si el detector registra un suceso de este tipo, el recipiente de vidrio se rompe y el gato muere; si no, el gato vive. No hay forma de conocer el resultado del experimento hasta que se abre la caja y se mira en su interior; la desintegración radiactiva es un fenómeno aleatorio y es impredictible excepto en sentido estadístico. De acuerdo a la interpretación de Copenhague, ... en este caso las dos probabilidades iguales para la desintegración y para la no desintegración producirían una superposición de estados. El experimento entero, con el gato y los demás componentes, está basado en la regla de que la superposición es real hasta que se observa, y que únicamente en el instante de dicha observación la función de onda se colapsa en uno de los dos estados. En tanto que no se mire en el interior de la caja, hay una muestra radiactiva que se ha desintegrado y no se ha desintegrado, un vaso con veneno que no está ni roto ni entero, y un gato que está muerto y vivo, y ni vivo ni muerto.” (Ob. cit., págs. 180 y 182.)
El experimento parte de una regla muy sugerente: indica que su resultado (“la superposición”) es real solamente cuando es observado (“y la función de onda se colapsa” en alguno de los posibles resultados). Es decir, exige que todo el valor del experimento esté ligado a una estaca subjetiva: mientras que no es observado, no se reconoce realidad al resultado del experimento. La exigencia previa tiene, pues, el inconfundible sello del idealismo. Conduce ineluctablemente por el camino del subjetivismo. Y se presenta, al fin y al cabo, como un presupuesto absolutamente erróneo.
La realidad del “gato de Schrödinger” (de su conclusión experimental) es definitiva y existe de una manera independiente a nuestra observación. Abramos o no la caja, hay en ella un resultado concreto, que no está esperando nuestra observación para ser real, por lo mismo que la realidad objetiva existe independientemente de nuestra observación.
Este es el punto en donde la teoría exige poner la primera piedra: ¿reconocemos o no que la realidad objetiva –así sea la de nuestros propios experimentos– existe fuera e independientemente de nuestro pensamiento, de nuestro conocimiento y de nuestra observación? Es decir, ¿admitimos que la realidad existe, aun si no la observamos?
Solamente después de haber dado un paso positivo en esta cuestión es que podemos pasar al segundo gran problema: ¿reconocemos o no que nuestro pensamiento, nuestro conocimiento y nuestra observación pueden aprehender esa realidad? Es decir, así no observemos completamente una realidad –pues nuestra capacidad de percepción es limitada, y nuestra facultad de conocer ilimitada–, ¿podemos conocer la realidad?
La solución positiva de esta cuestión nos separará de la senda abrupta del agnosticismo y del idealismo, pero no debe llevarnos a exagerar la cuestión. El conocimiento aprehende la realidad, pero esto no quiere decir que ésta dependa de aquél. Solamente podemos conocer una cosa en la medida que experimentamos sobre ella –es cierto–, pero esto no quiere decir que la cosa no exista porque no la conocemos, ni que dejen de existir cosas reales porque son inalcanzables para nuestros órganos de percepción.
En Filosofía, a la primera piedra se la llama reconocimiento de la cosa en sí. A la segunda se la llama reconocimiento de la cosa para nosotros. Una y otra deben ser comprendidas, distinguidas y ligadas, mas no deben ser confundidas ni enredadas ni separadas. Son dos niveles –por llamarlos así– que deben ser claramente diferenciados, a la par que debidamente vinculados.
Lamentablemente, el experimento de Schrödinger confunde, desde su exigencia previa, estas cuestiones fundamentales del ordenamiento científico, llevándonos a negar la misma realidad y la posibilidad de que ésta exista independiente del conocimiento y de la observación.
Se podrá decir, sin embargo, que ideas como las de Schrödinger han contribuido a desarrollar la Física, en general, y la mecánica cuántica, de manera particular; por lo tanto, no deberían ser objeto de juicios tan severos. Pero este tipo de apreciaciones deben ser tomadas con pinzas.
Desde el punto de vista teórico-general, ideas como las de Schrödinger y Gribbin deben ser señaladas como erráticas; deben ser caracterizadas como confusionistas y subjetivistas. Pero las ideas teóricas aquí señaladas distan mucho de ser el fundamento concreto de los experimentos y de los resultados prácticos con que se desarrollan la Física y la mecánica cuántica.
Los objetos de estudio que comprende la Física plantean múltiples problemas. Problemas que, en su abordamiento teórico, pueden ser mal tomados y peor solucionados. Ideas como las que hasta aquí hemos venido tocando. Pero en su abordamiento práctico, el científico que quiere ver resultados positivos no puede dejar de atenerse a los marcos que plantea la realidad misma, independientemente de las ideas erróneas de las que pueda partir en el estudio.
Es cierto que en el camino del conocimiento pueden quedar muchos aspectos por comprender o sin solucionar, pero esto no debe llevarnos a abjurar de los procedimientos y fundamentos teóricos con que se presenta la ciencia, ni mucho menos a formular ideas que desvirtúen por completo a tales procedimientos y fundamentos. El caso presente ilustra tales alternativas.





3. El mundo de la mecánica cuántica

El experimento del “gato de Schrödinger” no tendría pleno sentido si no lo ubicamos en el contexto de la Física en que es planteado.
La mecánica cuántica estudia, por excelencia, al átomo; abordando a sus elementos constituyentes. Precisamente, es aquí donde surgen los problemas.
La materia –bien lo sabemos– está compuesta por átomos. Mas, los elementos que constituyen a estos átomos, ¿son partículas o son ondas?
Muchos físicos han sustentado la teoría corpuscular en los átomos, y otros tantos la teoría ondulatoria. Esta divergencia, a lo largo de la historia, ha formado dos grandes campos entre los físicos. Sin embargo, el avance de las investigaciones lleva hacia una convergencia entre esas dos grandes líneas; es decir, se plantea la comprensión de los constituyentes de los átomos a partir de cierta correlación entre ambas teorías físicas.
Desde 1 900, los físicos basan sus estudios sobre los átomos en la teoría de los cuantos.
Max Planck estableció la idea pilar sobre la emisión variada de energía –en los átomos– en forma de “paquetes”, a los que llamó cuantos. Con esto, prácticamente, dio origen a la que después se desarrollaría como la teoría cuántica.
El problema planteado, sin embargo, adquiere ribetes trascendentales al considerarse el caso de la luz: ¿está compuesta de partículas o de ondas?
Einstein trasladó la interpretación de Planck al caso de la luz: está compuesta por cuantos definidos de energía, a los que después se denominó fotones.
Einstein –refiere Gribbin– “continuó trabajando en la introducción del cuanto de Planck en otras áreas de la física. Descubrió que la teoría servía para explicar antiguos problemas relativos a la teoría de los colores específicos (el calor específico de una sustancia es la cantidad de calor que se necesita para aumentar en un grado la temperatura de una unidad de masa de dicha sustancia; depende de la forma en que los átomos vibran en el interior del material y si esas vibraciones resultan estar cuantificadas). Ésta es un área de la ciencia menos atractiva, a menudo pasada por alto al citar los trabajos de Einstein, pero la teoría cuántica de la materia logró una aceptación más rápida que la teoría cuántica de Einstein sobre la radiación, con lo que sirvió para comenzar a persuadir a muchos físicos de la vieja escuela de que las ideas cuánticas habían de ser consideradas seriamente. Einstein amplió sus ideas cuánticas sobre la radiación en los años que siguieron hasta 1911, estableciendo que la estructura cuántica de la luz es una consecuencia inevitable de la ecuación de Planck y señalando ante una comunidad científica poco receptiva que la mejor forma de entender la luz podría consistir en una fusión de las teorías ondulatoria y corpuscular que habían competido entre sí desde el siglo diecisiete. En el año 1911 se dedicó al estudio de nuevas teorías. Su interés se dirigió hacia el problema de la gravitación y durante los cinco años siguientes, hasta 1916, desarrolló su Teoría General de la Relatividad, el más amplio de todos sus trabajos. Hasta 1923 no quedó establecida, fuera de toda duda la realidad de la naturaleza cuántica de la luz, lo que llevó a un nuevo debate sobre partículas y ondas que ayudó a transformar la teoría cuántica, desembocando en su versión moderna que no es sino la mecánica cuántica. La primera aplicación práctica de la teoría cuántica llegó precisamente en esta década en la que Einstein se apartó del tema y se concentró en otros campos. Surgió una fusión de sus ideas con el modelo atómico de Rutherford; esta labor fue realizada principalmente por un científico danés, Niels Bohr, que había estado trabajando con Rutherford en Manchester. Después de la aparición del modelo del átomo de Bohr, ya nadie pudo dudar del valor de la teoría cuántica como una descripción del mundo físico de lo muy pequeño.
... Bohr afirmó que los electrones alrededor del núcleo de un átomo se mantenían en la misma órbita porque no podían radiar energía continuamente, sino que sólo podían emitir (o absorber) un cuanto completo de energía –un fotón– y pasar de un nivel de energía (una órbita según la idea antigua) a otro. Esta idea tan aparentemente simple supone realmente una profunda ruptura con las ideas clásicas. Es como si Marte desapareciera de su órbita y reapareciera, instantáneamente, en la órbita de la Tierra, al tiempo que emitía en el espacio un pulso de energía (en este caso, de radiación gravitacional). Por lo tanto, nos damos cuenta de la inexactitud de la idea de un átomo como sistema solar para explicar los acontecimientos ordinarios, y de la ventaja de concebir a los electrones simplemente como si se presentaran en diferentes estados, correspondientes a diferentes niveles de energía, en el interior del átomo.
... En 1916, en plena guerra y trabajando en Alemania, Einstein introdujo la noción de probabilidad en la teoría atómica; era una nueva contribución al maremagnum que permitía al átomo de Bohr dar cuenta del comportamiento observado de los átomos reales. Esta teoría sobrevivió al átomo de Bohr y llegó a ser el soporte fundamental de la teoría cuántica; aunque, irónicamente, fue rechazada posteriormente por el mismo Einstein con su famoso comentario, «Dios no juega a los dados».
... La total ruptura con la física clásica ocurrió al tomar conciencia que no sólo los fotones y los electrones sino todas las partículas y todas las ondas son, de hecho, una mezcla de onda y partícula. Lo que sucede es que en nuestro mundo ordinario la componente corpuscular domina de manera absoluta en el comportamiento de la mezcla si se trata, por ejemplo, de una pelota o de una casa... En el mundo de lo muy pequeño, donde los aspectos corpusculares y los ondulatorios de la realidad física son igualmente significativos, las cosas se comportan de un modo ininteligible desde el punto de vista de nuestra experiencia cotidiana. Ya no es que el átomo de Bohr con sus órbitas electrónicas resulte una imagen falsa; todas las imágenes son falsas y no existe analogía física que permita entender cómo funciona el interior de un átomo...” (Ob. cit., págs. 39-40, 46, 49, 77.)
Discúlpeseme lo extenso de la cita, pero ella muestra el cuadro integral en el que surge y se sustenta la mecánica cuántica.
Destacaré algunas ideas esenciales de esa exposición.
(1) Einstein avizoró una nueva teoría de la luz, aparecida como una especie de fusión entre la teoría ondulatoria y la corpuscular.
(2) Einstein introdujo la noción de probabilidad en la teoría atómica; noción que constituye el soporte fundamental de la teoría cuántica.
(3) Los electrones no se movilizan, al interior del átomo, de una manera semejante al sistema solar (modelo de Rutherford), sino según el nivel de energía que contienen, pasando de uno a otro nivel (modelo de Bohr).
(4) En realidad, no existe modelo que nos permita una imagen verdadera del átomo. Todas las representaciones son falsas. No existe analogía física que nos dé esa comprensión, porque en el mundo de lo muy pequeño lo corpuscular y lo ondulatorio se comportan de un modo ininteligible para nuestra experiencia cotidiana. Aquí, las partículas y ondas se muestran, respectivamente, como ondas y partículas, al mismo tiempo.
Estas ideas se ligan desde diversos ángulos. El átomo tiene un proceso interno en donde aparecen tanto los movimientos ondulatorios como los corpusculares. Hasta hoy, los físicos no pueden determinar, de un modo categórico, la predominancia de uno u otro tipo de movimiento. Para sus análisis del mundo atómico, se basan en la teoría de las probabilidades. Aunque Einstein avizoró una fusión entre la teoría ondulatoria y la corpuscular, en la actualidad no existe un modelo que nos permita una representación cabal de lo muy pequeño.
Tales son algunas de las facetas en las que se mueve la mecánica cuántica.





4. Los superadores de Einstein

En general, el objeto sobre el que gira la mecánica cuántica es el átomo. Como toda teoría científica, en la medida en que se basa y trata sobre los procesos y aspectos de la realidad, sus resultados son certeros y encuentran confirmación práctica en el mundo objetivo. Pero en la medida en que se alejan de lo concreto y formulan conclusiones puramente subjetivas, los teóricos de la mecánica cuántica caen en el error.
De los cuatro puntos antes destacados, los tres primeros abordan lo objetivo y el cuarto lo subjetivo. Precisamente, en el modo como abordan esta última cuestión es en donde radica el error garrafal de Gribbin y de los teóricos que, con él, comulgan de las mismas ideas. En último análisis, el problema se plantea en torno de la profundización y validez del conocimiento científico. Este problema se liga con la gnoseología (teoría del conocimiento) que trata la filosofía; pero aquí nos centraremos en el debate que se plantea en el terreno de la Física. Mas, con el fin de complementar el alcance de la polémica, reiteraré los siguientes términos.
(1) Algunos teóricos de la mecánica cuántica afirman que, dado que en ciertos experimentos los átomos se muestran como partículas y en otros como ondas, no podemos saber nada sobre su realidad misma.
(2) Es más, la propia intromisión del observador altera la realidad de lo observado, por lo que no podemos decir nada acerca de qué hacen o qué son los átomos mientras no los observamos.
Estas ideas son fundamentales para calificar a cualquier representación física del átomo como falsa. Es por ello que se puede afirmar que los teóricos de la mecánica cuántica, en estos puntos, “superan” a Einstein de un modo negativo. Vale decir, que no reconocen la profundización de nuestro conocimiento de la realidad atómica, y mucho menos reconocen la validez de este conocimiento.
Sin embargo –cosa paradójica–, estos teóricos de la mecánica cuántica se presentan como científicos de la Física, y plantean “alternativas” para el desarrollo de esta ciencia...
Aunque parezca increíble, el modelo atómico de Rutherford-Bohr nos puede ayudar a comprender las limitaciones que presentan tales teóricos.
Sin llegar a los “seres inteligentes” que crean al universo, y sólo con fines de ilustración, imaginémonos como observadores de un átomo que tiene la forma del sistema solar. En el centro estarán los protones y neutrones y alrededor de este núcleo girarán los electrones. Es decir: al centro está el sol y alrededor del mismo giran los planetas.
Ahora; ¿puede un electrón que está en la órbita de Marte aparecer en la órbita de la Tierra?
Si puede. Y esto de dos maneras.
Una: por el salto que se produce al cambiarse el nivel de energía del electrón. Vale decir: Marte es impulsado por una energía determinada hacia la órbita de la Tierra. Energía subyacente y característica en esta forma peculiar de movimiento; o energía que le hemos proporcionado a través de un “bombardeo” con partículas atómicas.
Dos: por el desplazamiento de órbita que sigue el electrón mismo. Vale decir: por su desplazamiento natural, Marte “pasa” por la órbita de la tierra. Esto puede comprenderse si asumimos que los planetas del sistema solar –y el mismo sistema– no se mueven en círculos cerrados, sino en espiral. Comprendiendo las cosas en un plano, será normal ver, entonces, que la órbita de Marte “pasa”, en puntos definidos, por la órbita de la Tierra.
En otras palabras, el modelo atómico de Rutherford-Bohr puede aún servir para darnos una idea sobre el movimiento interno del átomo, pero no hay que aplicarlo de un modo estático, sino en movimiento, tal y como es, en realidad, el estado natural en que existen las partículas del átomo.
Claro está que las partículas del átomo se mueven a velocidades inconmensurables, que nuestra vista no puede captar. Pero esto debe tomarse como una limitación transitoria y relativa. Con el tiempo, la tecnología nos irá acercando a captar espacios como los de 10-8 cm. (radio aproximado de un átomo típico), o tiempos menores a los de 10-15 segundos (duración de un fotón atómico).
Ahora, imaginemos que la velocidad de la tierra es equivalente a la velocidad de un electrón. Tendremos, entonces, que existirán velocidades mayores a ésta, y otras menores, con lo que el problema de la profundización del conocimiento del átomo se hace más rico.
Se podrá decir, sin embargo, que el modelo de Rutherford-Bohr no puede ser utilizado, a título de ilustración, por haber sido largamente superado por la investigación científica, que ha descubierto, entre muchas cosas, que en el átomo no sólo existen tres partículas, sino más de docientas. Pero esto no hará más que enriquecer nuestra aplicación del modelo de Rutherford-Bohr: no le quitaría validez a su aplicación, sino que lo hará más fecundo, por presentarlo de una forma más compleja.
Si nos aventuramos a ver al átomo, no como un sistema solar en miniatura, sino como una galaxia, el panorama presentará facetas aún más grandes y profundas por develar.
En efecto. Imaginémonos que vamos a estudiar a un átomo que tiene una conformación similar a la de una galaxia = una galaxia –la nuestra– es un átomo.
Antes de iniciar nuestra investigación, debemos partir por reconocer que la galaxia (el átomo) existe independientemente de nuestra observación; que tiene su propia objetividad, que no espera que la observemos para ser real. Esto, desde el punto de vista de la ciencia, es una cuestión elemental y de principio.
Tratándose del estudio del átomo, es cierto que, en las condiciones actuales, nuestra observación influirá sobre la cosa misma y, en esta medida, no lograremos un conocimiento absolutamente exacto de su realidad. Pero esto es una limitación de nuestro proceso de conocer, que de ningún modo debe llevarnos a negar (1) la realidad del propio objeto de conocimiento ni (2) la validez de nuestra aproximación al conocimiento de la cosa misma.
Nosotros, estudiosos de ese átomo, o galaxia, no somos seres capaces de mirarlo directamente. Tendremos que recurrir a procedimientos varios para analizar a ese objeto diminuto. Por lo pronto, desde que le aplicamos una cantidad determinada de luz (de fotones o, incluso, de radiación), alteramos el comportamiento de sus elementos constituyentes: los planetas o partículas tendrán su masa con energía diferente; las mismas órbitas, niveles, u ondas gravitacionales de energía se modificarán; sin contar las alteraciones que ocurrirán en torno de las estrellas y de otros cuerpos estelares.
Pero esto, ¿negará, por principio, la independencia de esa realidad respecto de nuestra observación?
De ningún modo.
Y eso, ¿negará también por principio la validez de nuestro conocimiento de la cosa misma?
Mucho menos.
Estamos ante una limitación de nuestro propio proceso de conocer. Proceso que, en las circunstancias actuales, no puede transcurrir de otra manera. Pero lo que se rescata y se destaca del ejemplo es que avanzamos en el proceso de conocer la cosa misma.
No es que nuestra observación impida, por principio, aprehender la cosa en sí. Sin la observación no seríamos seres humanos ni abriríamos paso al proceso del conocer. Precisamente, gracias a que operamos sobre la realidad es que la vamos reflejando en nuestra mente; y gracias a que podemos llegar a detectar en qué medida nuestra observación puede alterar dicho conocimiento, es que podemos calibrar, perfeccionar y avanzar en el proceso cognoscitivo.
Es muy probable que en el nivel del átomo –a diferencia de la realidad macro– el proceso en que se desarrolla la observación humana altere ciertas facetas o fases de la interioridad. Pero nadie –en su sano juicio– podrá negar que gracias a ese proceso es que se va conociendo partículas o movimientos pertenecientes al mismo átomo, y no pertenecientes a nuestra observación; y que esas partículas y movimientos han existido, existen y existirán independientemente de nuestra observación.
Tal vez los procedimientos con que se realiza nuestra observación alteran dichas partículas u ondas, pero es indiscutible que, gracias a ellos, es que las vamos aprehendiendo. Vamos descubriendo aspectos que tienen su propia realidad, su propio movimiento y transformación, que suceden independientemente de nosotros, y que poco a poco iremos captando con mayor exactitud, en un camino infinito de conocimiento.
En el estudio del átomo, la limitación de hoy puede ser saltada en el futuro, con procedimientos y tecnología superiores. Y ésta es una característica del conocimiento humano. Pero he aquí que vienen los superadores de Einstein y, ante los procedimientos y tecnología limitados del presente, que no les permiten ver, palpar, gustar, saborear y, tal vez, hasta oler un átomo, dan las cosas por resueltas y concluyen con un rotundo: “no existe la realidad que no percibimos; nada podemos decir de ella, si no la observamos; y al observarla, con mi participación, altero su comportamiento, por lo que, al final, no puedo decir nada cierto acerca de ella...”
Tiempo atrás, se creía que la tierra era el centro del universo, que todos los cuerpos celestes giraban alrededor de ella. En comparación con todos los años que tiene la humanidad, hace apenas medio siglo que se comenzó a superar esta falsa idea. Se comprobó que la tierra gira alrededor del sol y se descubrió que nuestro sistema no es más que un punto minúsculo dentro de una grandiosa galaxia. Que existe una infinidad de galaxias; y es muy probable que la nuestra –para seguir con la comparación anterior– no sea más que una minúscula partícula elemental2...
Dejemos el mundo de la imaginación y regresemos a nuestra realidad. En estos últimos años, el hombre recién inicia su proceso de conocimiento concreto de los objetos que existen en nuestro propio sistema solar. Y el conocimiento de lo que existe más allá de nuestro sistema, de un modo práctico, también se encuentra en sus años iniciales, con el envío de naves que surcarán por largos años el espacio...
Pues bien, estamos hablando del conocimiento de una sola partícula, entre los cientos o millones que existen en nuestro átomo o galaxia...
Veamos ahora las cosas desde el otro lado: en el conocimiento de este átomo, o galaxia, apenas estamos en los momentos iniciales; apenas comenzamos a abrirnos campo. Recién arrojamos luz para observarlo.
Es cierto que no podemos observarlo con los órganos de los sentidos y es por esto que tenemos que “bombardearlo” con otras partículas (estrellas, planetas o cometas) para poder descubrir sus elementos constituyentes. Es cierto que con estos procedimientos alteramos la propia realidad del objeto, pero, por el momento, no existe otra manera de adentrarnos en su conocimiento. Y esto es lo verdaderamente importante: que avanzamos en el conocimiento de esa realidad, de sus elementos, de sus movimientos, de sus nexos, transformaciones, etc.
Descubrimos uno, dos, tres, cientos y, quizá, después, miles o millones de elementos y formas que constituyen ese átomo, o galaxia. Y debemos tener la certidumbre de que se trata de un proceso de conocimiento que tiene un alcance ilimitado.
Recién estamos iniciando la observación del átomo (o galaxia). Apenas estamos descubriendo la existencia de los grandes astros, y nos falta descubrir muchas partículas más. Recién estamos comprendiendo que nuestros “bombardeos” a veces tocan órbitas, que denotan el impacto con campos de energía gravitacionales, distintos de los impactos con los entes corpusculares. Estamos comprendiendo que estas partículas se mueven en forma de ondas, pero no de un modo circular sino espiral...
Aún no conocemos el movimiento exacto que realizan estos elementos y es por ello que tenemos que recurrir al cálculo de probabilidades en nuestros experimentos. Pero tenemos la confianza de que, en algún momento, el conocimiento de la humanidad llegará a descubrir las leyes que rigen dichos movimientos, así como llegó el momento –hace poco, con Johann Kepler– en que el hombre conoció las leyes que rigen al movimiento de su propio sistema solar.
En otras palabras, se llegará al conocimiento de las leyes que anunciaba Einstein, al decir que “Dios no juega a los dados”; leyes a las que, por el momento, nos aproxima la teoría de las probabilidades. Mas, descubriendo esas leyes, no necesariamente se dejará de lado al cálculo de las probabilidades, sino que –como en nuestro mundo cotidiano– es muy probable que se plasme una correlación entre ambos términos.
Inclusive, llegando a esos niveles del saber, no puede darse por concluido el conocimiento de la realidad última de la materia. El átomo (el cuerpo sin división) es, en realidad, el objeto más divisible de la materia. Es muy probable que nuestro proceso de conocimiento del mismo no llegue a tener fin; así como no tiene fin el proceso de división de las fracciones que se acercan al cero. Se continuará infinitamente dividiendo, y nunca la división de fracciones llegará al cero... Pero el cero existe, aunque de un modo convencional y relativo...
De un modo semejante irá nuestro proceso de conocer el mundo del átomo: hoy estudiamos una de sus formas, más tarde veremos que hay átomos con sistemas o planetas en formación (y, quizá, estas masas gaseosas sean las que mejor nos pueden dar una idea de la constitución de un átomo), con formas de galaxias distintas, con interacciones galácticas determinadas, etc. Apenas hemos iniciado la marcha por esta vía. Y no debemos permitir que voces del pasado nos impidan o nos limiten la marcha en este camino del conocer.
En resumen, lo que aquí he querido contrastar es la visión negativa de los “superadores” de Einstein –que afirman haber resuelto los problemas fundamentales de la Física, declarándolos irresolutos (“nada es real; nada sé de lo real”)– con la perspectiva positiva que se abre a los seguidores de la línea de Einstein.





5. Una sugerencia, a modo de conclusión

Con la óptica aquí planteada, me permito sugerir al lector un ejercicio de reflexión: analice las siguientes ideas de los físicos que subjetivizan la mecánica cuántica. Ideas a las que Gribbin titula como “la interpretación de Copenhague”, y que, de paso, son tomadas como fundamento teórico de algunos filósofos, naturalistas y hasta sociólogos contemporáneos.
“Muy pocos hechos en física tienen en cuenta la forma en que fluye el tiempo, y éste es uno de los problemas fundamentales del universo que habitamos donde ciertamente hay una distinción entre el pasado y el futuro. Las relaciones de incertidumbre indican que no es posible conocer la posición y el momento simultáneamente, y consiguientemente no es posible predecir el futuro; el futuro es esencialmente impredictible e incierto. Pero es compatible con las reglas de la mecánica cuántica idear un experimento a partir del cual se pueda calcular exactamente cuál era la posición y el momento, de un electrón, por ejemplo, en algún instante del pasado. El futuro es esencialmente incierto; no se sabe con certeza hacia dónde vamos. Pero el pasado está exactamente definido; se sabe exactamente de dónde venimos. Parafraseando a Heinsenberg se podría afirmar que «podemos conocer, por principio, el pasado en todos sus detalles»...
Mientras los filósofos se esforzaban por aclarar las intrigantes implicaciones de las relaciones de incertidumbre, para Bohr representaron algo así como el relámpago que iluminó los conceptos entre los que había caminado a ciegas durante cierto tiempo. La idea de complementariedad, según la cual ambas descripciones, la ondulatoria y la corpuscular, son necesarias para comprender el mundo cuántico (aunque de hecho un electrón no es una onda ni una partícula), encontró una formulación matemática en la relación de incertidumbre que establecía la imposibilidad de un conocimiento simultáneo y preciso de la posición y el momento, presentando ambos aspectos complementarios y, en cierto sentido, mutuamente excluyentes de la realidad. Desde julio de 1925 hasta setiembre de 1927 Bohr no publicó prácticamente nada sobre teoría cuántica, y fue entonces cuando en una conferencia en Como, Italia, presentó la idea de complementariedad y lo que es conocido como la interpretación de Copenhague para una amplia audiencia. Señaló que mientras en la física clásica concebimos que un sistema de partículas en dirección funciona como un aparato de relojería, independientemente de que sean observadas o no, en física cuántica el observador interactúa con el sistema en tal medida que el sistema no puede considerarse con una existencia independiente. Escogiendo medir con precisión la posición se fuerza a una partícula a presentar mayor incertidumbre en su momento, y viceversa; escogiendo un experimento para medir propiedades ondulatorias, se eliminan peculiaridades corpusculares, y ningún experimento puede revelar ambos aspectos, el ondulatorio y el corpuscular, simultáneamente. En física clásica se pueden describir las posiciones de las partículas con precisión en el espacio-tiempo, y prever su comportamiento de forma igualmente precisa; en física cuántica no se puede, y en este sentido incluso la relatividad es una teoría clásica.
Hubo de pasar mucho tiempo para que estas ideas se desarrollaran y para que su profundo significado fuera captado. Hoy las características de la interpretación de Copenhague se pueden explicar y entender más fácilmente en términos de lo que pasa cuando se efectúa una observación experimental. En primer lugar, se ha de aceptar que el mero hecho de observar una cosa la cambia y que el observador forma parte del experimento; es decir, no hay un mecanismo que funcione independientemente de que se le observe o no. En segundo lugar, toda la información la constituyen los resultados de los experimentos. Se puede observar un átomo y ver un electrón en el estado de energía A, después volver a observar y ver un electrón en el estado de energía B. Se supone que el electrón saltó de A a B, quizás a causa de la observación. De hecho, no se puede asegurar siquiera que se trate del mismo electrón y no se puede hacer ninguna hipótesis sobre lo que ocurría cuando no se observaba. Lo que se puede deducir de los experimentos, o de las ecuaciones de la mecánica cuántica, es la probabilidad de que si al observar el sistema se obtiene el resultado A, otra observación posterior proporciona el resultado B. Nada se puede afirmar sobre lo que pasa cuando no se observa, ni de cómo pasa el sistema de A a B, si es que pasa. Los «malditos saltos cuánticos» que tanto incomodaban a Schrödinger son simplemente una interpretación subjetiva de por qué se obtienen dos resultados diferentes para el mismo experimento, y es una falsa interpretación. A veces las cosas se observan en el estado A, a veces en el B, y la cuestión de qué hay en medio o de cómo pasan de un estado a otro carece completamente de sentido.
Esta es la característica esencial del mundo cuántico. Es interesante constatar que hay límites al conocimiento sobre lo que un electrón está haciendo mientras se le observa, pero resulta absolutamente sorprendente descubrir que no se tiene ni idea de lo que está haciendo cuando no lo observamos.
En los años 30 Eddington proporcionó algunos de los mejores ejemplos físicos de lo que esto representa, en su libro The Philosophy of Physical Science. Destacó que lo que se percibe, lo que se aprende de los experimentos, está altamente influido por las expectativas, y proporciona un ejemplo, de extraordinaria sencillez, para destapar lo que se oculta bajo las percepciones. Supongamos, afirma, que un artista asegura que en el interior de cada bloque de mármol yace oculta la figura de una cabeza humana. Absurdo. Pero entonces el artista se dedica a su trabajo en el mármol con algo tan simple como un martillo y un cincel y pone al descubierto la forma oculta. ¿Es quizás ése el modo en que Rutherford descubrió el núcleo? «El descubrimiento no amplía el conocimiento que tenemos del núcleo», afirma Eddington; nadie ha visto nunca un núcleo atómico. Lo que se observa son los resultados de los experimentos, que se interpretan en términos de núcleos. Nadie encontró un positrón hasta que Dirac sugirió que podían existir; hoy los físicos aseguran conocer mayor número de las partículas fundamentales que elementos distintos hay en la tabla periódica. En los años 30, los físicos estaban intrigados a causa de la predicción de otra nueva partícula, el neutrino, que se requería para poder explicar sutilezas de las interacciones entre espines en algunas desintegraciones radiactivas. «No me satisface la teoría del neutrino», afirma Eddington, «no creo en los neutrinos». Pero «¿voy a arriesgarme a decir que los físicos experimentales no tendrán la suficiente ingenuidad como para fabricar neutrinos?»
Desde entonces, se han descubierto neutrinos de tres variedades diferentes (más sus tres diferentes antivariedades) y otras clases de especies han sido postuladas. ¿Pueden tomarse realmente las dudas de Eddington en sentido literal? ¿Es posible que el núcleo, el positrón y el neutrino no existieran hasta que los experimentalistas descubrieron la clase de cincel apropiado para revelar su aspecto? Tales especulaciones afectan a la lógica básica, pero son cuestiones bastantes sensatas para plantearlas en el mundo cuántico. Si se sigue correctamente el recetario cuántico, se puede realizar un experimento que produzca unos resultados susceptibles de interpretarse como indicadores de la existencia de una cierta clase de partícula. Casi siempre que se sigue la misma receta, se obtienen los mismos resultados. Pero su interpretación en términos de partículas se da en nuestra mente, y puede que no sea más que una ilusión coherente. Las ecuaciones no indican nada acerca del comportamiento de las partículas cuando no son observadas, y con anterioridad a Rutherford nadie observó un núcleo, ni antes de Dirac nadie llegó siquiera a imaginar la existencia de un positrón. Si no se puede decir lo que hace una partícula cuando no está siendo observada, tampoco se puede decir si existe en tanto no sea observada, y es razonable sostener que los núcleos y los positrones no existieron con anterioridad al siglo veinte, porque nadie vio uno antes de 1900. En el mundo cuántico se trata sobre lo que se observa, y nada es real; lo más a lo que se puede aspirar es a lograr un conjunto de ilusiones que sean coherentes entre sí. Desafortunadamente, incluso esas esperanzas se desvanecen ante algunos de los experimentos más simples...” (Ob. cit., págs. 138-142.)
Desde mi punto de vista, estas “ilusiones” –impregnadas de un hondo pesimismo por el conocer– revelan claramente el subjetivismo infiltrado en el terreno de la Física.





NOTAS

1. John Gribbin: EN BUSCA DEL GATO DE SCHRÖDINGER. La fascinante historia de la mecánica cuántica. Salvat Editores, S. A. Barcelona, 1986.

2. Imaginémos, en efecto, que nuestra galaxia es un electrón u otra partícula elemental, aún más pequeña, existente dentro de un átomo determinado. Imaginémos, además –siguiendo a Gribbin–, que en algún lugar existe un “observador inteligente” que, teniendo condiciones semejantes a las nuestras, se dedica a investigar a nuestro átomo, que para nosotros es nuestro universo.
Asumamos, de otro lado, que la expresión de la máxima velocidad es relativa: nuestro universo la refiere a la luz; otro sistema la relacionará con alguna forma distinta. O, de otro modo, asumamos que la velocidad de la luz se manifiesta según el conjunto universal en que transcurra.
Así las cosas, para el caso que imaginamos tendremos, entre otras, las siguientes características.
Desde el punto de vista del “observador inteligente”, el movimiento de las cosas que existen al interior del átomo en que nos encontramos puede referirse a la velocidad de la luz. Pero, internamente, nosotros sabemos que no todo se mueve a esa velocidad: que hay movimientos que transcurren a velocidades distintas.
En el universo del “observador” ocurrirán cosas análogas: los objetos tendrán diversas velocidades (quién sabe si su referencia sea mayor, menor o igual a la velocidad de la luz que conocemos) y, por lo tanto, las condiciones de su espacio y tiempo no necesariamente serán iguales a las nuestras.
En otras palabras, aquél “observador” vivirá en un universo distinto al que conocemos... Asumamos, pues, que las formas del espacio, del tiempo y de la velocidad son relativas; por lo tanto, las leyes que rigen a los otros universos no son necesariamente idénticas a las vigentes en el nuestro. Existirán otras leyes físicas. Las teorías de Newton, Einstein y otros científicos tendrán un alcance limitado a nuestra forma de universo... Todo esto se corresponde plenamente con el principio de la relatividad.
En todo caso, imaginemos que, desde nuestro punto de vista, podemos contactarnos con la forma de universo del “observador” a través de un desplazamiento a velocidad luz; bien en su forma luminosa o bien en su forma oscura (¿vía los agujeros negros?).
Sin embargo, en el presente, el “observador” no puede “vernos” directamente...
Acaso, ¿por esto se podrá decir que nuestro átomo (o universo) no existe, no es real? Sólo en eso concluirán los “observadores inteligentes”, teóricos subjetivos de la mecánica cuántica que “superó a Einstein”...
Sin duda, al intentar conocer nuestro universo el “observador” usará iluminación, es decir, hará uso de fotones o empleará, quizá, el bombardeo con partículas sobre nuestro átomo. Con cualquiera de estos procesos, alterará la constitución interna de nuestro universo. Sin embargo, con esos procedimientos llegará a conocer la existencia de galaxias, de estrellas, de planetas, de cometas, de aerolitos, etc. Pero –supongamos– aún no llegará a comprender las leyes internas que se expresan en el movimiento de cada uno de estos objetos...
Machacando sobre esta limitación, ¿tendrán razón los “observadores inteligentes” de la mecánica cuántica que nieguen, por principio, el conocimiento verdadero de toda la realidad estudiada?
De ninguna manera.
Indudablemente, se habrá avanzado en el conocimiento de la realidad...
Es indudable que el conocimiento de la realidad, en principio, ganará en extensión y en profundidad con el desarrollo de las condiciones materiales (digamos, por comparar: sociales y, dentro de éstas, particularmente, las tecnológicas) e intelectuales. Y así siempre se avanzará: infinitamente.
Pero he aquí que vienen los “superadores de Einstein” y exigen que el “observador inteligente” llegue hasta captar alguno de los gatos de Schrödinger para, solamente así, reconocer la realidad de este universo, y la posibilidad de conocerlo... Y, aún así, siempre dirán que no se conoce la realidad misma, sino lo que “crea” o lo que “colapsa” la misma observación...
Cuando el “observador” apenas desenvuelve su estudio basándose en el movimiento de las probabilidades, y lejanamente nos alcanza a estudiar analizando los espectros de los cuerpos estelares, cuando aún no se comprenden plenamente las leyes generales, los movimientos particulares y los procesos especiales con que transcurren internamente los átomos, ¿aquella “exigencia” no suena, acaso, como una burla cruel?...
Teóricamente, nos conduce hacia el subjetivismo vacío. Y, en la práctica, se trata de un despropósito absoluto.





Pricila León Pretel
CRISIS DE LOS PARADIGMAS



La cuestión más grave e importante que tiene hoy en día
la intelectualidad es la llamada “crisis de los
paradigmas”.

No existe pensador que no deje de
verse afectado por esta situación tan peculiar.

Las interrogantes que se plantean son de diverso
orden.

Mas, las respuestas que se alcanzan no
llegan a dar, hasta ahora, una conclusión satisfactoria.

Las líneas que a continuación se plasman procuran
aportar elementos para el análisis y la solución de
tan decisivo problema.




1. El origen de la crisis



Con mayor o menor intensidad, aproximadamente desde hace dos décadas, los pensadores de una u otra especialidad hablan de “la crisis de los paradigmas”. Crisis de las ideas en la economía, en la política, en la sociología, etc. Crisis en los fundamentos y en los cuadros generales de interpretación. Pero debe haber un fondo común que liga a todos los ámbitos de esta crisis. Esto se ubica en el nivel más abstracto del pensamiento; es decir, en la filosofía.
La crisis en las ideas -desde la Física hasta el Arte- puede encontrar asidero común de origen en las cuestiones que giran en torno a los problemas fundamentales de la filosofía. Como sabemos, dos son las principales líneas de pensamiento en este campo: el idealismo y el materialismo.
Las ocho primeras décadas del siglo XX se caracterizaron, prácticamente, por el enfrentamiento, agudo y polar, de las dos grandes tendencias del pensamiento filosófico. “Paradigmas” que marcaron y siguen marcando el curso de la historia contemporánea.
Con diferentes variantes, estas dos grandes tendencias del pensamiento, y de la acción, se enfrentaron en todo el mundo. Las vicisitudes de tal encuentro han formado momentos históricos distintos.
Desde este punto de vista, en una primera etapa fue el idealismo el que ocupó el lugar predominante en la lucha. El materialismo pugnaba por derrocarlo. Bajo las banderas de Marx y Lenin, lo consiguió en el año de 1917, con el triunfo de la Revolución bolchevique. Desde entonces, el materialismo socialista marchó hacia adelante.
La victoria de la Revolución China, dirigida por Mao Tse-tung, infundió nuevos bríos a esta tendencia. El triunfo del materialismo en un gran país, en donde se concentra un gran porcentaje poblacional del mundo, elevó la atención y las expectativas por dicha orientación.
Sobre todo, fue la gran masa popular de los países atrasados –con sus intelectuales– la que se infundió con dicho espíritu. Con esta bandera, los pobres de la ciudad y del campo veían como posible la consecución de sus grandes objetivos políticos y sociales.
Colosales movimientos populares irrumpieron a largo de todo el mundo, alentados, de uno u otro modo, por esa victoriosa tendencia. Los intelectuales de estos movimientos, formulaban sus respectivas ideas y teorías acerca del proceso, pero ninguno logró la atención y el reconocimiento que tuvo Mao Tse-tung.
En América Latina el materialismo socialista y los movimientos populares cobraron fuerza con el triunfo de la Revolución cubana. A partir de entonces, casi todos los países vivieron en un estado de efervescencia en el plano del pensamiento y de la acción. La figura del “che” Guevara, actuando en el campo, acompañó a los grandes movimientos populares que surgieron en la década del ’60.
Derrotados tales movimientos por los gobiernos militares que los enfrentaron, la pugna ideológica y práctica se concentró en las ciudades.
La década del ’70 presenta, sobre todo, la acción del pueblo en las ciudades y, con ello, la participación creciente y activa de sus intelectuales.
La victoria del movimiento sandinista en Nicaragua sería el último hito histórico que marcarían estos movimientos.
Mao fallece en el año 1 976. Los movimientos populares pasan a la cúspide de su ascenso. Pero su afán por la democracia es canalizado por las clases dominantes con la instauración de gobiernos civiles, que invisten al régimen con nuevos ropajes constitucionales.
Finalizando la década, sobrevienen las críticas de Enver Hoxa a las ideas formuladas por Mao Tse-tung. Esto desencadena la gran crisis de los “paradigmas” materialistas y socialistas; crisis planteada en el plano teórico, y también en el terreno práctico.
Los años ’80 presentan un gran reflujo del movimiento de masas, que nutría al materialismo. En el Perú, el pueblo se ve jalonado por los movimientos electoreros y por los movimientos violentistas. En general, el capital pasa a una ofensiva decidida. El régimen del mercado hace mella en los países que habían instaurado el socialismo: socava sus bases y mina todo el edificio social.
El capital –propugnador acérrimo del idealismo– se percata de la situación y arremete con el máximo del liberalismo, con un ultra liberalismo: libertad para que el régimen de la mercancía pueda penetrar en todos los países, y para que las escuelas del idealismo campeen en todo el mundo.
Un liberalismo más audaz y radical que el aplicado en el siglo XIX; ahora, bajo la dirección de los grandes monopolios; y un idealismo que fomenta, sobre todo, la libertad de no pensar nada (positivo), conforman los rasgos típicos que sobresalen en esta época de crisis de los grandes paradigmas.
Pero ni el capitalismo ni el movimiento socialista fueron perfectamente concientes de esta situación desde el primer momento.
En los países del llamado campo socialista existía aún el régimen de la mercancía. Y si agregamos que muchos de ellos desplegaban un estilo de gobierno correspondiente al democratismo burgués, y que tenían aún pendientes problemas inherentes al camino del democratismo y del nacionalismo burgueses, tendremos, en suma, que al interior de esos países se habían desbrozado las condiciones para la caída inminente del socialismo y del materialismo, y para el predominio casi absoluto del capitalismo y del idealismo.
El ambiente democratista y liberal que corre por todo el mundo no hace más que complementar el cuadro requerido para este desenlace.
Los principios del liberalismo y del democratismo corroen todo el campo socialista. La “cortina de hierro” finalmente cae derrumbada. El nacionalismo, que no había sido plenamente satisfecho, rompe los muros del bloque socialista. Los gobiernos de estos países no tienen otra alternativa que plegarse abiertamente a las nuevas condiciones que les dictaba la época. Se impone la llamada Perestroyka. China resiste este período, por la adopción temprana de los principios del régimen de mercado. Mientras que Cuba procura sobrellevar el temporal, manteniendo sus lazos con Rusia.
El capitalismo se extiende a lo largo y a lo ancho del mundo. Ya no existe el mundo socialista como un bloque. El capitalismo, de un momento a otro, se ve imperando en todo el planeta. El neo liberalismo, que le sirvió de bandera en este período, coadyuva perfectamente para la extensión de su régimen. El dominio internacional del capitalismo es prácticamente total. Se vive el período de la “globalización”; en donde el gran capital se sobrepone, pesadamente, sobre el pequeño y el mediano.
Por otro lado, al definirse este contexto, se hace integral la crisis del modelo socialista y de las ideas materialistas.
La intelectualidad que, de uno u otro modo, había girado en torno de estos “paradigmas”, se resiste a las consecuencias de la crisis. Constata la caída integral del socialismo, pero no acepta que se haga tan fácil el ascenso general del capitalismo y del idealismo.
Los principios filosóficos, ideológicos y científicos sobre los que se elevan las dos grandes tendencias del pensamiento y de la sociedad son abiertamente cuestionados.
“No hay claridad”, “revisemos todos los valores”, “la teoría está en crisis”: son algunas de las frases que aparecen en el último año de la década del ’70, y recorren todo el tiempo en adelante, hasta el presente.
Sin embargo, una corriente amorfa destaca, también, en la década del ’80: aquella que “renuncia” a todo “paradigma”; es decir, a toda concepción y práctica definidas.
Dicha corriente sentencia que los dos polos del pensamiento y de la sociedad han fracasado irremediablemente; que aferrarse a principios no es más que un desvarío metafísico. Por esto, no hace más que observar lo inmediato, sin importarle las cuestiones mayores.
Pero es característico, también, en toda la historia del pensamiento humano, que exista esta corriente “intermedia”, que, aparentando no estar con ninguno de los principios polares, no hace más que formular ideas confusionistas alrededor de uno u otro campo.
Es la corriente que señala que hay que “buscar” nuevos principios, nuevas teorías, que quizá no lleguen a ser nuevos “paradigmas”, pero que, por lo menos, ayudarán a sobrellevar las cosas en este momento tan difícil.
El pensamiento humano tiene una trayectoria milenaria, que el quiebre episódico de determinada fase de la historia mundial no puede llegar a eliminar. No se puede borrar siglos de ideas, de principios, de problemas y de respuestas por la angustia de sentirse –como se ven ciertos ideólogos– en un callejón sin salida.
El origen de la “crisis de los paradigmas” que vivimos en la actualidad no está en el pensamiento puro y abstracto. Véanse, sino, a los miles de intelectuales que lamentan esta situación. Ellos no ven a la razón como la causa del momento. Todos miran a la sociedad, al régimen socialista, al régimen capitalista, a la contradicción entre las sociedades, a la crisis económica, política y social que ni siquiera el régimen burgués triunfante puede llegar a solucionar.
La “crisis de los paradigmas” tiene un origen económico y social. Es la propia historia que vivimos la que lo engendra. A partir de esto, las teorías y los intelectuales se han desplomado. No porque las teorías hayan muerto en sí, sino porque sus intelectuales no han sabido ponerlas al nivel de las nuevas condiciones de la época.
Se deduce, de aquí, una gran tarea: la de elevar la teoría a la altura de los avances científicos y tecnológicos que viene logrando la humanidad, por un lado; y, por otro, en función de las condiciones que el avance de la sociedad muestra.
En este proceso, lógicamente, no dejarán de presentarse muchas controversias ideológicas, por lo que es conveniente, desde una primera etapa, señalar los elementos y fundamentos, los métodos y concepciones sobre los que parte todo pensamiento teórico. El materialismo y el idealismo definidos no pueden tener otro tipo de comportamiento.
Y es que los “paradigmas” definidos que ha formado la humanidad siguen vigentes, como siguen vigentes también las corrientes intermedias, que no hacen más que enredar en confusión a una y otra de las dos grandes tendencias del pensamiento histórico-mundial.
Estas corrientes confusionistas actúan sobre todo en países como el nuestro. Mejor dicho, en los lugares del mundo en donde aún no están resueltos los problemas políticos de las naciones, y en donde siguen presentes las grandes cuestiones sociales, las corrientes intermedias campean en torno a la tendencia del materialismo, para envolverlo, adocenarlo o desvirtuarlo de su significado preciso.
En última instancia, esa –en apariencia– imparcial e inofensiva corriente intermedia no es más que un ropaje sofisticado de la vieja tendencia del idealismo. Existen muchas pruebas al respecto, como las que luego pasaremos a exponer.
Por lo pronto, ha de subrayarse que el origen de la crisis del pensamiento que vivimos en la actualidad, así como las características que la envuelven, son, más que nada, resultado de determinadas condiciones sociales, por las que ha transitado la humanidad en las décadas finales del siglo XX.





2. El centro de la crisis teórica

En esencia, el concepto “crisis de los paradigmas” está referido a los elementos principistas sobre los que se eleva un “modelo” teórico. Por lo tanto, el efecto de esta crisis se traduce en toda la concepción que se formule y en la práctica social que se despliegue. La crisis, en tal sentido, resulta integral.
La intelectualidad joven que en los ’80 ve caer el socialismo, y que no quiere aceptar el capitalismo, se siente en un contexto en donde no hay ideas ni principios firmes a qué aferrarse. Se siente huérfana de una línea definida en el intelecto. Por reacción, muchos de ellos preferirán no hacerse mayores problemas sobre las grandes cuestiones de la teoría y de la práctica; simple y llanamente “vivirán la vida”, con la ideología más inmediata y cómoda que la realidad les presente.
Hasta la década del ’70 los intelectuales de uno y otro campo tenían una concepción perfectamente definida, que deslindaban de un modo preciso. Eran los años en que se desencadenaba una gran crisis en el mundo del capitalismo, y en la que se resolvían por la vía de los hechos grandes conflictos sociales.
En la década del ’80, sin embargo, la ideología del capitalismo no se hunde en la crisis del sistema. Ingresa a una fase de vigoroso e inusitado ascenso. Desde entonces, la crisis más aguda pasó al otro campo. Es entre la variopinta intelectualidad socialista y materialista que encontramos la mención sobre la “crisis de los paradigmas”. Esta preocupación, sin embargo, repercute sobre la atención de todos los hombres de ciencia.
Crisis en la concepción y en la práctica; en las ciencias del pensamiento, en las ciencias naturales y en las ciencias sociales. Todos los “modelos” teóricos se ven cuestionados, partiendo del tiempo en que se originaron. Mas, el problema de todas las ciencias debe tener un asidero común. En esencia, éste no puede ser otro más que el de los fundamentos sobre los que parte toda ciencia: la ontología, la gnoseología, la metodología, la lógica. En una palabra: la filosofía; “la ciencia de las ciencias”.
En principio, hablar de la filosofía es tratar sobre los elementos y los fundamentos teóricos sobre los que se eleva toda ciencia. La solución a estos aspectos no puede darse más que en el orden mismo. Vale decir, en el momento actual –quizá como nunca antes– se colocan en el primer plano de la atención teórica las bases y los pilares sobre los que se construye toda la ciencia. En otras palabras, debemos de retornar a los aspectos elementales y fundamentales de la filosofía.
Esta circunstancia puede revertir favorablemente para la intelectualidad contemporánea, en la medida de que se trata de abordar los grandes temas desde el principio y, sobre todo, en la medida que se pueda dar una solución efectivamente científica a esos grandes problemas.
En general, la ciencia no es cosa de otro mundo. Al contrario, es lo más apegado a la realidad. Su carácter fundamental reside en ser un reflejo fiel de ésta. La ciencia tiene por misión brindar una exposición que se correlacione de una manera viva con la realidad, que la comprenda desde sus elementos más decisivos, que aborde los nexos habidos entre éstos, así como el conjunto de las relaciones entre las diferentes partes de un todo; el movimiento de las cosas, el devenir de éstas, las diferentes fases de la evolución y de la transformación que pasan los objetos. En otras palabras, ha de procurar una visión “móvil” y “tridimensional” de la realidad. Para lograr ésto, ha de tenerse claro que la ciencia debe ser correcta desde su punto de partida; es decir, debe tener una visión teórica igualmente científica.
Para la crisis del pensamiento en que vivimos, esto significa que toda ciencia debe revisar sus fundamentos teóricos más abstractos. De un modo más general, esto quiere decir que todos los intelectuales de esta época deben revisar y abordar los elementos y los fundamentos de la filosofía. Ésta se convierte en el centro del esclarecimiento y deslinde teórico en la actualidad.
La intelectualidad peruana ha de afrontar de un modo más riguroso esta situación. Hasta el presente, quizá nuestra debilidad mayor es la falta de constancia teórica. La intelectualidad de vanguardia ha de mostrar su condición asimilando los avances científicos que desarrolla la humanidad, concretándolos en nuestra realidad, a la par de marchar al día en el conocimiento y manejo de los avances tecnológicos. Sólo así dejaremos atrás la debilidad y la crisis ideológica que reina hoy en día.





3. Problemas y soluciones fundamentales

Con la finalidad de ilustrar lo apuntado, me permitiré confrontar conceptos e ideas con uno de los intelectuales más connotados de las ciencias sociales en nuestro país, el Sociólogo Aníbal Quijano, quien a comienzos de 1 988 exponía lo siguiente:
“El paradigma básico del conocimiento científico producido con la modernidad europea, fue elaborado sobre la relación «sujeto»-«objeto».” (Notas sobre los problemas de la investigación social en América Latina.)
Esto es cierto. Los elementos básicos sobre los que se eleva todo el saber científico son “el ser” y “el pensar”, “el sujeto” y “el objeto”, “la naturaleza” y “la conciencia”, “el cerebro” y “el pensamiento”; en pocas palabras: “la materia” y “el espíritu”.
De la manera como se aborde estos elementos fundamentales, y del modo como se conciban sus nexos, se desprenderá una visión científica, o no científica, de la realidad.
Estos elementos constituyen el viejo y característico “problema fundamental de toda la filosofía”.
Pero no se crea que esta cuestión es recién “producida” en la “modernidad europea”, como apunta el profesor sanmarquino. En realidad, es un dilema que, de una manera explícita o implícita, ha sido planteada en todo el curso de la historia del pensamiento.
Desde la antigüedad hasta el presente los filósofos y los hombres de saber –quiéranlo o no; créanlo o no– han tratado sobre este problema crucial. Problema que, a su vez, sirve para valorar y deslindar el carácter y el alcance de sus pensamientos.
La “modernidad europea” volvió a colocar en la orden del día esta importante cuestión, que había sido relegada por el inerte pensamiento del feudalismo.
Todo intelectual marca el valor de su pensamiento según la manera como aborda y resuelve el problema fundamental de la filosofía. No hay pensamiento que eluda a esta prueba. Ni los abjuradores de los “paradigmas” pueden rehuirla; pues la filosofía es, sobre todo, fuente de esclarecimiento y de deslinde entre las maneras de pensar.
“En ella –continúa Aníbal Quijano, refiriéndose a la relación entre los elementos fundamentales de la filosofía–, el «sujeto» es el individuo y es constituido también, en definitiva, como «objeto» puesto que es despojado de su conexión de sede y de actor de múltiples relaciones sociales y pensado independientemente de ellas.”
Un momento aquí. Veamos las cosas con cuidado.
Al plantear los elementos “objeto” y “sujeto” estamos señalando a dos categorías que tienen conceptos perfectamente definidos. En este vínculo, el objeto representa al lado objetivo, a la materialidad, mientras que el sujeto representa al lado subjetivo, a la espiritualidad. No hay otra manera de plantear la relación; a menos que se procure eliminarla, fomentando una confusión rotunda.
Vale decir, en este nexo, en la relación fundamental de la filosofía, el sujeto representa a la subjetividad, y no a la objetividad. Plantearlo de otro modo –como lo hace el profesor Quijano– es alterar el significado y el sentido de la diferenciación y de la relación entre estos dos aspectos fundamentales de la teoría, es trastocar el problema fundamental de la filosofía.
Si se toma al sujeto como objeto –como lo hace el profesor Quijano– se eliminaría al problema fundamental de la filosofía, pues, “en definitiva”, se estaría replanteando la relación primaria como la habida entre el “objeto” y el objeto... ¿Qué punto de partida sería éste para la filosofía?
No es correcto señalar que “el sujeto es, en definitiva, objeto”. Esto, elimina la diferencia entre los dos elementos pilares de la filosofía, y elimina, también, la necesidad de plantear la relación entre estos dos elementos como problema fundamental de la filosofía. Es más, por este camino se lleva a eliminar la diferencia entre las dos grandes tendencias del pensar; pues, sobre la base de la relación “objeto”-“objeto”, nada claro ni definifo puede resultar.
El viejo sofisma que procura eliminar los “tediosos y enormes problemas” de la teoría: ni más ni menos que esto es lo que nos trae la alegre e inofensiva cita del profesor Aníbal Quijano.
“El hombre despojado de sus relaciones sociales...”
¿Qué es esto?
El hombre es tal, precisamente, por sus “múltiples relaciones sociales”. Gracias a las relaciones entabladas para la producción y para la pervivencia en la sociedad es que el hombre se hizo hombre. Esto es lo que nos distingue de los animales. Por esto es que nos hicimos concientes, y es por ello que aparecemos como el lado subjetivo en el problema fundamental de la filosofía.
Un hombre sin relaciones sociales no es un hombre: es un animal o es “una cosa”, es “un objeto despojado de...”
Según el profesor Aníbal Quijano, es una cosa....
Pero “una cosa” no ve, no siente, no piensa y, por lo tanto, no se hace problemas con ninguna cuestión crucial de la filosofía... ¿A qué terrenos pretende llevarnos, entonces, el profesor Quijano con su “filosofía”?
No existe hombre sin relaciones sociales. Todo ser humano es tal por las relaciones sociales de las que es producto y reflejo; éstas lo conforman y caracterizan socialmente. Los hombres, el pensamiento y el conocimiento no pueden ser ni existir sin las relaciones sociales de las que son producto y reflejo. Ni en la peor de las robinsonadas puede haber hombres independientes de estas relaciones.
Un hombre independiente de sus relaciones sociales sería cualquier cosa, menos un sujeto. Sería, verdaderamente, “un objeto”. Pero no un objeto cualquiera. Sería un objeto muy especial: independiente y, por lo tanto, jamás tocado por las relaciones humanas... ¡Un hombre sin humanidad! ... ¿Qué bárbaro “sujeto = objeto” será éste, que crea el profesor Aníbal Quijano?
Decir “hombre sin relaciones sociales” es casi como hablar de un hombre sin pensamiento o de un cerebro y sin conciencia... ¿Qué teoría del conocimiento, qué concepción se puede edificar con tan desnaturalizado punto de partida? ¿Para quién o para qué (“cosa”) estaría hecha esta filosofía?
Es preferible que nos quedemos con los contenidos clásicos de los conceptos del ser y del pensar, del sujeto y del objeto, antes de entrar por los caminos tan escabrosos, a los que nos invitan las ideas de Aníbal Quijano.
En el mejor de los casos, la identificación del sujeto con el objeto nos lleva a considerar, pura y llanamente, sólo la existencia de la materialidad: el sujeto es objeto; la espiritualidad no existe; sólo existe “el objeto”.
Quizá con esto el profesor Quijano ha querido mostrar un materialismo a ultranza. Pero se ha equivocado de medio a medio.
Si sólo existe el objeto, si no existe el sujeto, entonces no existe el hombre ni, mucho menos, quien plantee el problema fundamental de la filosofía. Entonces, ¿de qué filosofía estamos tratando? ¿Quienes, o qué “cosas” estarían planteando todos los problemas de la teoría?
Por el lado que se les mire, las ideas del profesor Quijano nos conducen a los peores desbarrancaderos.
Objeto y sujeto son dos categorías que, planteadas en el nivel del problema fundamental de la filosofía, constituyen elementos diferentes y polares.
El objeto es la materialidad existente al margen e independientemente del sujeto. Mientras que el sujeto es el producto subjetivo de esa materialidad.
Dichas categorías se plantean, precisamente, para deslindar las concepciones materialista e idealista en filosofía. Su confusión, o “identificación”, no hacen más que favorecer –en el peor de los casos– el surgimiento de las corrientes eclécticas en el terreno de la concepción del mundo.
“El «objeto» –agrega Aníbal Quijano– fue conceptualmente constituido no sólo como una entidad independiente del «sujeto-individuo», sino también por medio de «propiedades» o atributos privativos e intransferibles que lo hacían distinto e identificable por una definición sustentada en tales «propiedades». Es decir, también como independiente de las mallas de relaciones de las que todo fenómeno emerge y forma parte.”
Traduzcamos esto al cristiano: el objeto fue definido como algo independiente del sujeto, e independiente de las relaciones sociales de los sujetos.
¿Es que esta definición ya no es válida? ¿Es que el objeto ya no es independiente del sujeto sino que existe en dependencia de éste? ¿Por qué Quijano se duele de que el objeto se conciba como una “entidad” independiente del sujeto? ¿Preferiría, acaso, un objeto “idéntico” y “dependiente” del sujeto?
Dejemos que todo esto lo resuelva tranquilamente el mismo profesor. Por lo pronto, prestemos atención a la secuencia de sus pensamientos: el objeto fue definido como distinto e independiente de las “relaciones” de los hombres. Pero, y aquí viene lo más precioso:
“Estos supuestos son, precisamente, los que han entrado en cuestión”. (Ibídem).
Lo dijo claramente: cuestiona la no identificación y la no dependencia del objeto respecto a las relaciones que desarrolla el sujeto. En otras palabras: el objeto es y depende del sujeto... El subjetivismo más puro y viejo...
“De una parte –sigue Quijano–, las «propiedades» de los «objetos» han revelado ser, en definitiva, momentos y modos de un campo de relaciones. En consecuencia, el «objeto» es constituido en y por esas relaciones, no antes, «en sí» o «por sí» o «para sí», ni después; es decir, no existe fuera de los modos y momentos de un campo de relaciones. No es una entidad «en sí» o «para sí». No es, no puede ser, una entidad sino como un modo y un momento en un dado campo de relaciones.
Por lo mismo, la separación entre «sujeto» y «objeto» en la producción del conocimiento no tiene sustento tan firme como parecía. Por el contrario, si son confirmados los hallazgos que llevan a admitir una «comunicación» entre todos los elementos y fenómenos, la «observación» –origen del conocimiento– es un momento y una manera de esa relación.
La «objetividad» del conocimiento, que suponía que el conocimiento es una relación entre el «sujeto» y el «objeto», implica la cuestión de la validación del conocimiento. Esta cuestión lleva hoy al debate de la intersubjetividad del conocimiento. Esto es, a la propuesta de que el conocimiento es un elemento de la estructura de las relaciones intersubjetivas de la sociedad y se valida en ella. El conocimiento es un modo de relación entre individuo y realidad sólo en tanto y en cuanto el individuo es sede y agente de una estructura de relaciones materiales e intersubjetivas. Las categorías y conceptos no tendrían, así, carácter de identificaciones de las «propiedades» de los «objetos», sino de significación de los modos y momentos que en un dado campo de relaciones constituyen y disuelven los fenómenos que hemos llamado «objetos»”.
Evaluemos esto por partes.
(1) “El objeto no es un conjunto de propiedades, no es un antes ni un después, no es en sí ni para sí; es un modo y un momento en un campo dado de las relaciones”.
Si entendemos por “relaciones” al conjunto de los nexos –internos y externos– con los que transcurre todo objeto, entonces el sociólogo Aníbal Quijano no está diciendo nada nuevo. Al contrario, está confundiendo el concepto completo de objeto, al separar las relaciones de las propiedades, de la trayectoria y de la propia materialidad del objeto. Un objeto sin estas características no es objeto; es un ente fantasmal.
Resulta, pues, que el materialismo a ultranza que presentó el profesor Quijano no era más que pura apariencia. En realidad, él formula un idealismo fantasmal, al complementar con una enrevesada subjetividad su “conceptualización” del objeto.
Pero, en verdad, cuando habla de las “relaciones” el profesor Quijano se está refiriendo a las que entablan los hombres en la sociedad. Tenemos, entonces, exacta su definición del objeto: es todo aquello que aparece como modo o momento de las relaciones sociales de los hombres.
Según este concepto, el universo fue creado por el hombre. No es que el universo exista “en sí” o “por sí”; estas palabras son odiadas por Quijano. El universo sólo es tal en la medida en que es “un momento” o “un modo” de las relaciones humanas. Sin el hombre no hay universo.
El concepto de objeto queda, así, desnaturalizado por completo: es llevado a los cauces del reducido subjetivismo individualista.
Es probable que esta forma de pensar sea reflejo del avance grandioso del dominio humano sobre la naturaleza: los hombres la re-crean y, además, crean productos que no se dan en ésta, sino en la sociedad y entre las relaciones humanas. Es tan colosal este avance que ahora algunos hombres –entre ellos, Aníbal Quijano– creen que todo existe gracias a las “relaciones” sociales... El producto más elevado de la naturaleza (el hombre) se levanta, así, contra su fuente nutricia.
Pero constatamos, también, que el materialismo científico subraya el papel de las relaciones (sociales y de producción) en los fundamentos de su edificio teórico. Aníbal Quijano –y, con él, muchos semejantes– se presenta(n) al lado de esta corriente científica. Es por ello que resaltan el uso de sus categorías. Pero, en realidad, se acercan al materialismo con el fin de entregarlo a los brazos del idealismo. Las “relaciones” que maneja Quijano son, en verdad, de ese carácter.
En efecto, si los objetos existen solamente en la medida en que son resultado de las relaciones sociales, entonces no hay objetos independientes de los hombres. Los objetos que existen en el universo, por ejemplo, y en donde el hombre jamás ha plasmado un ápice de sus relaciones sociales, –según Quijano– no son objetos; ¡ni siquiera existen!...
La teoría de Quijano termina, pues, frente a la pared del absurdo.
Es evidente que todo objeto que ha sido procesado por el hombre existe, invariablemente, como materialización de un conjunto determinado de relaciones sociales. Esto equivale tanto como decir que una mesa no es tal sin la participación del hombre en su producción. Pero, una vez hecha la mesa, ésta existe en sí, al margen e independientemente de la consciencia humana. He aquí la cuestión fundamental.
En general, existen, han existido y existirán objetos que no han sido procesados por el hombre; es decir, que no son resultado ni –mucho menos– “modos” ni “momentos” de las relaciones sociales. ¿Por esto, acaso, dejan de ser objetos en sí, existentes antes o después del hombre, y con sus correspondientes propiedades inherentes?
Para la ciencia, esto es una cuestión de principio.
El concepto científico del objeto hace abstracción de la presencia humana. Se plantea, en principio, la clásica pregunta: ¿puede existir el objeto al margen del hombre y de su “campo dado de relaciones”?
La ciencia responde: si; en principio, el objeto existe al margen e independientemente de las relaciones sociales del sujeto. La naturaleza es la prueba más evidente de esto: existió antes, existirá después y existe en sí como un término independiente de las relaciones sociales de los hombres.
Afirmar que el objeto es “un modo y un momento de las relaciones” (sociales) de los hombres, y que no se puede separar de éstas, equivale a decir que la naturaleza no ha existido, no existe ni puede existir sin los mismos hombres. De este modo se trastoca la realidad, se elimina la verdad y se anula a la verdadera ciencia.
Una característica o un momento particular (el del vínculo social de los hombres entre sí y con los objetos de la realidad) ha sido exagerado por Aníbal Quijano, para enturbiar y eliminar los elementos y las cuestiones más esenciales de la filosofía.
(2) “La separación de sujeto y objeto no tiene asidero firme. Ambos están comunicados. La observación es una manera de la relación que comunica al sujeto con el objeto. El conocimiento no capta las propiedades de los objetos, sino los modos y momentos de la relación, que constituyen, a la vez, al objeto”.
En humano: el sujeto y el objeto son inseparables. La observación es un momento de esta unión. Y lo que conocemos no es la cosa en sí, sino lo que nos muestra esa comunicación.
Teniendo en cuenta lo antes evaluado, no se podrá esperar validez científica en las ideas desarrolladas por el profesor Aníbal Quijano.
En la primera piedra de los cimientos de la filosofía están inscritas las siguientes preguntas: ¿son inseparables el sujeto y el objeto? En caso afirmativo, ¿cuál de los dos es primario?
El materialismo y el idealismo definidos contestan afirmativamente la primera pregunta. Sólo el confusionismo o el idealismo indefinido responden de un modo negativo.
Para el 99.99% de la humanidad es evidente que el objeto y el sujeto no son inseparables. Esta separación, en principio, es el concepto básico con el que vive la mayoría de la humanidad.
Sólo pocos filósofos afirman que el sujeto y el objeto no son separables; que todo depende de que existan las relaciones de la humanidad; de que el objeto no puede existir sin el sujeto...
Pero esta concepción se da de bruces cuando se le pone al frente la prueba sencilla del desarrollo de la realidad. Simplemente, tal teoría, en la práctica, en el movimiento real, no puede ser comprobada; y es por ello que se queda como pieza de misterio en la sesuda cabeza de sus propugnadores.
Ante la segunda pregunta, el materialismo y el idealismo definidos tienen, igualmente, una respuesta meridiana.
El primero afirma que, antes que el sujeto existió el objeto; es decir: la materia es lo primario. Mientras que el segundo sostiene que, antes que el objeto existió algún sujeto; es decir: el espíritu es lo primario. El confusionismo ecléctico da una tercera respuesta: no sabe cuál de los dos elementos fue el primario, sólo sabe que no pueden existir separados.
Pero si consideramos que esta última respuesta afirma que no podemos llegar hasta la cosa misma, que sólo llegamos a la “observación”, es decir, a lo subjetivo, entonces tendremos, al final de cuentas, que esta tercera respuesta es una manera vergonzante de introducir el idealismo bajo cuerda. Ante el problema primero de la filosofía no hay, pues, tercera posición.
Subrayemos. El objeto y el sujeto son diferentes, no son idénticos ni inseparables. El planteamiento de esta diferencia y de esta separación es fundamental en las bases y en el desarrollo de toda concepción del mundo. A partir de ello se deslindan, también, las tendencias del pensar. Hasta aquí hemos estado en el campo de la ontología.
Pero la “comunicación” entre uno y otro elemento es, igualmente, fundamental. Sobre ella es que se eleva la teoría del conocimiento, la gnoseología. Teoría que, en última cuenta, tampoco dejará de pertenecer a alguna de las dos grandes tendencias del pensar.
Sobre tales fundamentos es que se elevan los principios de los hombres de ciencia.
Tales son los “paradigmas” que –según algunos– han pasado de moda o han perdido validez. Nada más lejano de la verdad y de la ciencia...
“Las consecuencias epistemológicas de este debate –concluye el profesor Quijano– son, sin duda, devastadoras para los paradigmas vigentes del conocimiento científico, en general, y para el conocimiento científico-social en particular. Implicarán profundas rupturas y mutaciones epistemológicas y conceptuales, mientras vayan constituyéndose los nuevos paradigmas del conocimiento. ¿Y saben una cosa?. En un profundo sentido, implicarán también, sin ninguna duda, una reivindicación de las presiones y opciones que sobre el paradigma europeo, sobre su específica modernidad en crisis, se viene planteando hace rato desde la experiencia cognoscitiva del «tercer mundo» y en primer término desde América Latina.”
Sin duda; de seguir la tendencia filosófica del profesor Quijano nos veremos expuestos a profundas rupturas con la realidad, a mutaciones absolutas de la verdad y a consecuencias teóricas devastadoras...
Es muy fácil rezarle un responso a los paradigmas o principios que, desde siempre, han alumbrado todo el pensamiento definido de la humanidad. Pero, lo que vivimos ahora no es más que un recodo de la historia; tan sólo un momento, que es aprovechado por el fácil y ligero pensamiento confusionista. Período que, sin duda, no tardará en pasar. Y, tras el cual, seguirá nuevamente el desarrollo del pensamiento filosófico, en función de los avances que en la sociedad, en la ciencia y en la tecnología logre la humanidad.
Estamos en un momento cuando las aguas se enturbian; cuando el pantano campea. Pero la grandeza de esta dificultad hará resurgir, con mayor dimensión, al desarrollo científico que la superará.
Así es como trabaja la historia. Y en ésta debemos ocupar un lugar.
La formulación “tercermundista y, en primer término, latinoamericana” del profesor Aníbal Quijano no tendrá un decoroso futuro.
En realidad, el pensamiento de Quijano no representa una tendencia local y particular. Es, más bien, parte integrante de una corriente mundial contemporánea, que, hoy por hoy, goza de su hora triunfo: la corriente del idealismo confusionista.
Pero la ciencia y la verdad –con sus principios y paradigmas, que se desarrollarán– no pueden ser fácilmente sepultadas.
La filosofía y la ciencia –es cierto– sufren, hoy, más que nada de concreción. El avance de la naturaleza y de la sociedad no alcanza a ser adecuadamente interpretado por las teorías. Se formula ideas, se aprehende importantes procesos y se descubre nuevos objetos, pero el fundamento esencial desde donde parte la ciencia, para comprender dichas realidades, no se encuentra debidamente delineado.
En realidad, estamos ante una situación en donde los problemas giran en torno de los viejos aspectos fundamentales de la filosofía y de la ciencia... Viejos problemas que, de una u otra forma, son continuamente planteados. Aunque a muchos no les agrada esta antigüedad y, por ello, se dedican más bien a elucubrar fórmulas mutantes y devastadoras de todos los principios y paradigmas del pensar.
La filosofía y la ciencia no tienen más camino que el que siempre han tenido: el de seguir siendo reflejos certeros de la realidad.
Para mantener esta condición, los intelectuales no tienen más alternativa que aferrarse a los principios fundamentales de la filosofía, solucionándolos de una manera correcta, verdadera, objetiva.
Hay que retomar, pues, de un modo positivo, los principios; restaurándolos en conformidad con las condiciones que nos presenta cada período del movimiento de la sociedad.
De persistirse en el camino confusionista y subjetivista no se hará más que prolongar los efectos negativos con los que hoy viven la filosofía y las ciencias, y que ambientan el actual período de “crisis de los paradigmas”.





Isabel Vega Cosío
SANMARQUINOS EN ACCIÓN


Desde que apareció la Universidad de San Marcos ha dejado una huella
imborrable en la vida del país.
Los trabajadores, los docentes, los estudiantes y los egresados de San Marcos viven con su época, y muchas veces han marcado el camino por el que transcurre la vida política, social y cultural del Perú.
La década del ‘70 representó un momento muy especial en la vida de esta institución. La actividad política de los estudiantes destacó de un modo muy notorio. Los sanmarquinos eran conocidos más que nada como “revoltosos”, por el ciudadano común y corriente. Pero algo sucedía dentro de la Universidad.
San Marcos, en cierta forma, es un eco, un reflejo de lo que se desarrolla en la sociedad. ¿Cómo es que se plasmaba esta conexión? La actitud y la actividad de los sanmarquinos debían tener una explicación de fondo.
De un modo sencillo, y recurriendo a personajes “de base”, más que a dirigentes, Isabel Vega Cosío nos irá internando, a través de su novela, en ese peculiar mundo sanmarquino de los ‘70. Derrotero del que ahora se presenta sólo el primer apartado, y que seguramente seguiremos en sus números sucesivos.
Un apunte final: solicitamos a los sanmarquinos de aquellas épocas, así como a los demás estudiantes y trabajadores que vivieron con ellos, por favor, si pudieran hacernos llegar documentos, fotos, filmes u otras fuentes que nos permitan rememorar y recrear, en literatura, aquellos tiempos.





1. El ingreso

Finalizaba agosto. La atmósfera de Lima vestía con una tibia mañana de invierno.
Para José Urvina todo había sucedido de un modo vertiginoso. De un día para otro, había dejado de ser una persona común y corriente, para convertirse en un sanmarquino dichoso.
En el Perú, la aspiración más grande de un intelectual es forjarse en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Aquí no sólo fluyen cerca de cinco siglos de experiencia académica, además existe una tradición que liga la vida de sus intelectuales con los acontecimientos que transcurren en el seno de la sociedad.
A José Urvina no le había costado poco esfuerzo ingresar a San Marcos. Días y noches de tesonero estudio se veían recompensados con su merecido ingreso.
El primer año en que postuló, no tuvo la suerte de ingresar. Ex alumno del colegio estatal Túpac Amaru, de los Barrios Altos, su preparación pre-universitaria la había llevado de un modo muy irregular.
Con mucho sacrificio, sus padres lo habían matriculado en una pequeña academia del centro de Lima. Pagaron la matrícula y la primera mensualidad. Dos, tres meses pudieron mantener el pago. Pero, después, la economía no les dio para más. El único sostén de la casa era el padre, quien oficiaba de policía; y su sueldo mal alcanzaba para el sustento diario.
Los siguientes días de la Academia, José los había llevado burlando la entrada al local; hasta que lo descubrieron y no lo dejaron entrar más. Desde entonces, vivía a la expectativa de los ciclos o seminarios gratuitos que implementaban las academias de Lima, para captar postulantes. Ahí se podía encontrar a Urvina Polo, sentado en primera fila, escuchando ávidamente y con alegría todas las clases; hasta que terminaba el ciclo gratuito y pasaba a esperar otro similar. Entretanto, complementaba su preparación estudiando por su propia cuenta.
En el año 1 975 postuló por primera vez a San Marcos; y no ingresó.
Cuando vio que, en el papel pegado en lo alto de la pared del colegio en que rindió su primer Examen de Admisión, no figuraba su nombre con el agregado de “Ingresante”, sintió como si, a partir de ese muro, todo el mundo se le viniera encima. Pero esto apenas duró un breve instante. Antes de que el mundo lo aplastara, recobró conciencia y, acumulando fuerzas internas, en un torrente pétreo de llanto y sangre, se hizo el firme propósito de que eso no le volvería a pasar más, de que en el siguiente Examen de Admisión de todas maneras ingresaría.
En adelante, José literalmente se comía los libros. No había lugar en donde no se le viera estudiando. La biblioteca del Parque Cánepa, aledaña a su casa, prácticamente se convirtió en su nuevo hogar. Hasta soñaba resolviendo problemas matemáticos y recordando diversos temas de letras. Estudiaba con un apasionamiento sin igual. Revisaba los exámenes de admisión de todas las Universidades. No se preocupó más por las academias de preparación, sino por incrementar su propio esfuerzo.
Al año siguiente postuló a San Marcos y a otra Universidad. A las dos ingresó. Le entró la duda de en dónde seguir. Se dirigió a su querido colegio. Aquí ubicó a su profesor de Educación Cívica, quien siempre había alentado a los alumnos a seguir lo que ellos quisieran. Le interrogó sobre qué Universidad era la mejor para seguir la carrera de Sociología. El profesor le respondió que San Marcos; sin desmerecer lo que pudiera brindar la otra Universidad. De este modo, José decidió su trayectoria de formación profesional.
Siendo adolescente, se había preguntado el por qué de la pobreza en que vivía:
— Por qué a mí, precisamente a mí, tenía que sucederme esto. Muchos días, no tener qué comer. Estar en la calle, con mamá y los hermanos, a la espera de que se caigan los frutos, los cereales o verduras de la carga de algún carretillero, de algún triciclo o de algún carro que viniera de La Parada, para con eso hacer la comida... Haberme visto obligado a actuar como “pájaro frutero”: desaparecerle algún vívere al comerciante que pasara por mi lado... Por qué mierda yo...
Su hermano mayor, por parte de padre, le había explicado, alguna vez, que esto se debía a que un grupo minoritario de gente se apoderaba de la mayor parte de la riqueza, y que si él quería saber más de todo esto debía realizar estudios de Sociología. José quería encontrar la verdad. Fue por ello que postuló a esa carrera en la Universidad de San Marcos.
Sus pies pisaban ya el suelo sanmarquino. Todo su cuerpo moreno no ocultaba su contento, al caminar por los caminos y calles de su Universidad.
Desde muy temprano se había alistado para ir a San Marcos. Su orgulloso padre lo había saludado con su característica coraza impenetrable; mientras que su solícita madre atendía con mucho amor al primero de sus hijos que alcanzaba los estudios superiores.
Padre y madre veían triunfante al querido objetivo de toda su vida. Su hijo mayor, el ser a quien habían dedicado tantos desvelos y esfuerzos, se enrumbaba por el camino de la formación profesional.
El padre había querido que José fuera militar. La mamá se contentaba con lo que el hijo quisiera seguir. Ahora, los dos eran felices, viendo a su querido hijo ingresado a San Marcos. No sabían qué significaba Sociología ni si era ésta una carrera lucrativa. Tan sólo entendían que su hijo había ingresado a la Universidad, y que dentro de algunos años sería un profesional. Caros anhelos que hasta entonces no habían logrado ninguno de los miembros de sus familias provincianas.
No muy lejos de la casa de los Urvina Polo, en el Jirón Obreros, quedaba el paradero inicial de los burros de la Universidad: los ómnibus que transportaban a los sanmarquinos desde el centro de Lima hasta la Ciudad Universitaria. José, desde su primer día de clases, quería saborear todas las experiencias que le presentara la vida sanmarquina. Fue por esto que, muy contento, se dirigió al paradero de los ómnibus celestes de la Universidad.
Para subir al burro, en el paradero inicial, se respetaba el orden de llegada a una larga cola... hasta que se ocupaban todos los asientos del ómnibus. Una vez que todos éstos estaban llenos, una multitud acechante –entre ansiosa y desesperada– se abalanzaba sobre las anchas puertas de la movilidad, para poder viajar en su interior. Y es que, en dirección opuesta a la cola principal, también hacían una cola los que iban a viajar de pie. Y si agregamos a los estudiantes que venían de otros lados, tendremos, en suma, a un numeroso grupo de jóvenes que pugnaban afanosos por subir a la unidad.
Había que tener fuerza y habilidad para subir al burro (después de todo, la fuerza y la habilidad son las características de la aptitud y de la vida de los sanmarquinos). Fuerza, más que nada, para avanzar y no caerse; como la que impuso el fornido cuerpo de Urvina Polo. Y habilidad para poder maniobrar en el tumulto, como lo hacía la menudita Victoria Quimper, quien nunca llegó a saber cómo es que subía al burro: impulsada y llevada siempre por la vigorosa corriente humana.
Había en este acto, quizá, un inusitado brote del instinto salvaje, primario y tumultuoso, de este –contradictoriamente– culto conjunto humano. Mas, a pesar de todo, la acción nunca era llevada por los jovenes sanmarquinos con una violencia de mala fe...
En el trayecto, subía al burro más gente en los paraderos intermedios; hasta cerrársele todo espacio hábil de contener pasajeros... Habían sanmarquinos que llegaban a la Ciudad colgando de las puertas o de las últimas ventanas del gran ómnibus, o –en las últimas escalinatas– viajaban tomados del brazo o del cuerpo de algún desconocido compañero solidario.
La destreza de los choferes y la audacia de los estudiantes recorrían varias veces, a diario, las transitadas calles limeñas.
Marcelo Rioja también había sido uno de los entusiastas cachimbos que tomaron el burro para dirigirse a la Universidad.
Muchacho alegre, aunque de apariencia siempre seria, había visto cómo el burro terminaba de llenarse frente a él, en Breña, último paradero tras el cual el ómnibus se dirigía sin parar a la Universidad.
Marcelo, en el instante en que el burro comenzaba a partir, corrió junto al ómnibus. Vio que entre los zapatos que bordeaban la última escalinata había un espacio pequeño. Incrustró fuertemente su zapato en ese lugar, mientras su mano derecha se asía fuertemente de un fierro, que sus ojos no llegaban a divisar.
De este modo fue como Marcelo Rioja viajó a San Marcos. Y, al llegar, lanzándose “a la voladita” en la cerrada curva final que siempre daba el ómnibus, fue el primero en bajar y en tocar el piso del Campus de la Universidad.
Entre tanto, por la esquina de Letras, en la Avenida Venezuela, bajaba de un microbús Santiago Gutiérrez.
Era un momento tan especial en la vida de Santiago que todo el tiempo anterior parecía no existir.
No se dio cuenta cómo cruzó la pista, pero se encontraba ingresando ya al terreno de la Universidad. Sus ojos eran el primer receptáculo de todo el conjunto de sensaciones que en esos momentos lo invadían. Nada de lo habido en el amplio panorama dejaba de estar contenido en su mirada, siempre serena.
De pronto, sintió que los dientes gruesos de sus “chancabuques” mordían la tierra seca y pedregosa que la Ciudad Universitaria, en primera instancia, le extendía. Paso a paso, la tierra eriaza lo saludaba con polvorientos gestos.
Unas rústicas losetas, tendidas en la tierra, le advirtieron que pasaba al lado del local de la Administración de la Ciudad, local bordeado con flores de maltrechas plantas.
Enseguida, una límpida y solitaria pista negra se le presentó, marcando un raro contraste con su vecina, la Avenida Venezuela, siempre abundantemente concurrida.
Cruzando la curvilínea pista se levantaba una vereda, igualmente solitaria. Y tras ésta, se tendía un camino en diagonal, que surcaba fijamente un extenso jardín de pocas yerbas, que luchaban por sobrevivir entre el cúmulo de piedras y de tierra seca que las asfixiaban.
Mas, al colocar su primera pisada en tal camino, Santiago sintió un inesperado vértigo. Tal era la sensación violenta con que la vereda lo despedía y el camino lo recibía...
No es que la vereda fuera alta, en relación al nivel del trayecto; baja era la primera caída por la que se entraba al pedregoso camino. Camino lleno de piedras que, a diario, recibían el peso y los pasos de millares de sanmarquinos, que andaban por el lugar. De tanto recibir pisadas, aquellas piedras –de cabellos polvorientos, siempre desordenados– llegaron a adquirir una connotación peculiar: con el sol, miraban con un alegre brillo a la gente y, con la luna, decían presente con un resplandor de pétrea suavidad.
Santiago caminaba quedo por el terral, sintiendo cómo las piedras lo recibían y cómo dificultaban el caminar de cualquiera que por allí ingresara a la Universidad. La gente caminaba por ahí casi como si pasara por el medio de una tormenta marina; tal era el vaivén que ocasionaban las constantes y desniveladas piedras.
Eran los signos de una vida dura y sufrida; tremendamente descuidada, pero llena, en el fondo, de nobles ideales y de grandes esperanzas.
Santiago llegó, al final del camino, a un piso de concreto. Avizoró, de inmediato, una extensa y solitaria pared, de ropaje blanco, que en su seno contenía desiguales letras rojas: al costado, en forma vertical, las letras más pintorescas decían FUSM, mientras que las otras, horizontalmente, anunciaban una gran movilización estudiantil.
Era el mural en donde los sanmarquinos anunciaban sus eventos más importantes: el famoso muro de la vergüenza.
Este muro había sido proyectado con un objetivo distinto. En años anteriores, un Rector había querido perennizar en dicha pared los nombres y bustos de todos los Rectores que había tenido la cuatricentenaria Universidad.
Los estudiantes se opusieron a esto. Con su clásico espíritu de lucha, impidieron que tal objetivo se concretara. Permitieron, sí, el levantamiento del muro, pero no permitieron su utilización para guardar la memoria de alguna autoridad.
Los sanmarquinos concebían que sus autoridades eran representantes de los poderes en el Gobierno. Poderes que, por lo general, no concordaban con los intereses de los más necesitados. Y, para los sanmarquinos, estos intereses estaban primero que nada.
Eso había sido San Marcos toda su historia: identificación con las necesidades más profundas y con las aspiraciones más elevadas de las mayorías populares. Y la generación presente no quería renegar de esta valiosa tradición. Al contrario, quería mantenerse entre las primeras filas de los que luchaban contra las clases dominantes, y contra sus representantes. Es por ello que no podían permitir un monumento a sus autoridades. Lo tomaban como una vergüenza...
El muro de la vergüenza no podía así vivir. Y los estudiantes lo transformaron en un objeto distinto, positivo para ellos. Nunca las autoridades lo llegaron a usar. Sólo los estudiantes, los trabajadores y los docentes lo utilizaban para propagandizar toda jornada popular. Así, el muro de la vergüenza –aunque mantenía su nombre primario– pasó a cumplir un papel enaltecido y digno para la óptica popular...
En su andar, Santiago Gutiérrez seguía descubriendo los varios lugares de su Universidad.
A la izquierda del camino se le presentaron los pabellones de Ingeniería Industrial, de Ciencias y de Ingeniería Química. Al frente de éstos se veían el gran Comedor y el Gimnasio de la Universidad. Tras de todo ello, el Estadio de San Marcos; el más grande del Perú y, quizá, también, el más pobre en atuendos e implementos; pero el más vivo por su práctica cotidiana. Todos los días los sanmarquinos –especialmente, muy temprano– hacían uso de su pobre Estadio, enriqueciéndolo con sus entusiastas prácticas deportivas.
Por el otro lado, tras el muro de la vergüenza, Santiago observó que se levantaban el pabellón de Derecho –con la recia estatua del “Che” Guevara, al centro–, el pabellón de Economía, un bosquecito con enormes árboles y, cerrando el camino, al fondo, el pabellón de Letras.
Caminando, a su izquierda, Santiago halló también el local de la piscina de la Universidad. Local de un solo piso, y con su reja siempre cubierta por una frondosa enredadera verde. En el techo, se levantaba un letrero del club de karate y, más hacia la derecha de éste, reclinado en forma transversal, resaltaba un blanco cartel con gruesas iniciales rojas: el letrero de la Federación Universitaria de San Marcos.
Santiago sintió que bajo este cartel –situado en un pequeño local, rodeado por inmensas moles– estaba el espíritu de la vida sanmarquina. Una simpatía entusiasta invadió su ser.
En ese momento notó que la atmósfera de San Marcos contenía un tipo peculiar de vida. Se percibía un ambiente distinto: lleno de agitación, de polémica, de constante crítica.
En los pabellones, no había pared que no estuviera pintada con siglas, lemas, condenas o arengas a propósito de la vida política en San Marcos y en el país. Todos los espacios hábiles de las paredes tenían una u otra inscripción, colocadas muchas de ellas en forma desordenada.
En el pabellón de Economía eran notorios un sinnúmero de vidrios rotos. Cosa igual se avizoraba en el resto de los pabellones. Algunas ventanas no tenían ya lunas, mientras que otras poseían aún cristales que mostraban y denunciaban el destrozo que les ocasionara alguna que otra piedra, lanzadas por iracundas manos...
Todas estas cosas tenían que ser el reflejo de una forma de vida y de lucha especiales, muy apasionadas, llevadas al extremo.
A Santiago no le aturdió esta característica de vida. Al contrario, sopesó y saludó su fondo, al mismo tiempo que comprendía sus exageradas expresiones.
Calibrando estos pensamientos, llegó a las gradas del Pabellón de Letras.
El Patio de Letras, el histórico Patio de Letras yacía aún en la penumbra. La luz solar se encontraba mediatizada por el típico manto de neblina que a esas horas envolvía Lima.
Santiago, sin embargo, encontró una viva animación, al percibir el transitar entrecruzado de numerosas siluetas humanas.
Santiago acostumbraba caminar guiado por un instinto inconsciente. No se daba cuenta cómo, pero algo siempre lo guiaba a su objetivo buscado. Nunca había estado en la Ciudad Universitaria de San Marcos, pero había llegado directa y exactamente al Pabellón que le correspondía. Con ese mismo sentido intuitivo, se encaminó hacia la derecha del Patio de Letras, en busca de su salón de clases. Una puerta con marcos de aluminio –otrora con grandes vidrios– le invitaba a pasar, abriendo de par en par sus largos brazos.
Al estar frente al pasaje que tras la puerta seguía, Santiago sufrió el impacto del cambio de luz con que esa entrada a todos recibía.
Sobre una gran oscuridad, se notaba muchas cabezas andando. Al fondo, una ventana alta permitía ingresar un poco de luz de la calle, que rápidamente destellaba en la luna o en el marco de los anteojos que poseía alguna que otra cabeza andante.
Poco a poco, las figuras se hicieron completamente humanas. Algunos jóvenes, recostados sobre las paredes, conversaban animadamente. Otros, concentrados en pequeños grupos, discutían acaloradamente. Y los menos, simplemente, caminaban saboreando algún problema latente.
En el pasaje, el bullicio era sostenido. Santiago percibía –pero no retenía– alguna que otra palabra entrecortada, de las muchas conversaciones que a su paso se iban dando. No se detuvo hasta llegar al último salón del lado derecho.
Una puerta abierta, marrón, de madera, que tenía un pequeño visor, enfrentó su caminar. Santiago la bordeó, sintiendo que, tras ella, estaba su salón de clases...
Era “el 3 A”; el salón destinado a los cachimbos de Ciencias Histórico-Sociales.
El 3 A, ¡grandioso salón! Tres columnas –con sus correspondientes filas de carpetas– constituían el cuerpo principal del aula. La columna central era la más ancha, y las otras dos menores eran de igual dimensión. En el flanco izquierdo, sólo ventanas miraban hacia el bosquecito de Letras; varias de ellas con sus cristales intactos; otras, sin lunas, y las demás con trozos de cristales rotos. En todas las paredes habían inscritas consignas. Hasta los diferentes niveles que presentaba el techo habían sido utilizados para la propaganda política. De hecho, no había lugar para más pintas...
Cuando Santiago apareció ante la puerta del salón, se levantó ante sus ojos, como una ola de más de dos metros de altura, una grandiosa masa humana. En el acto, toda ésta hizo un silencio completo; contempló rápidamente a Santiago Gutiérrez y, casi al mismo instante, reanudó su incontrolado bullicio. Santiago no era la persona a quien esperaban.
Abrumado por los contrastes, Santiago entró casi por inercia al salón, subiendo por las primeras escalinatas que halló. Más de 200 jóvenes ocupaban casi todas las carpetas del salón. Delante no había sitio. Al medio tampoco. A poco más de tres cuartas partes de la altura del salón, Santiago ubicó un asiento en la columna central de carpetas. Aquí se ubicó; y desde allí se puso a contemplar los distintos rostros, los distintos trajes, los distintos caracteres que las personas transmitían. Observó, reiteradamente, el silencio instantáneo y el bullicio inmediato que seguían a toda persona que se asomaba por la entrada del salón...
Ingresó de frente; directamente hacia la larga mesa que había en la parte baja del salón. Su perfil hacía recordar nítidamente al de José Carlos Mariátegui. Pero no podía ser José Carlos Mariátegui. El Amauta había fallecido hacían varias décadas. Tampoco podía haber resucitado. Mucho menos podía tratarse de una reencarnación. Pero el gran parecido con el Amauta, de la persona que había ingresado al salón, produjo en la mayoría de los cachimbos un efecto insondable.
San Marcos: cuna de tantos pensadores y luchadores peruanos. José Carlos Mariátegui: el más grande intelectual que ha nacido en el Perú. San Marcos y Mariátegui: identificados en el espíritu de la generación de esta era... Ingresar a San Marcos y, de primera impresión, encontrarse con la figura viva del Amauta, adentrándose en el salón de clases para impartir sus enseñanzas... Más de un cachimbo sintió en su alma una algazara pasmada.
Al entrar el hombre en el salón de clases, los alumnos de Ciencias Histórico-Sociales hicieron un silencio absoluto. El sujeto se paró tras la parte central de la mesa, depositó encima de ésta el maletín marrón que llevaba, y se dirigió al compacto auditorio:
— Muy buenos días, compañeros estudiantes. Mi nombre es Edmundo Cáceres, y estaré a cargo del curso de Materialismo Dialéctico I...
Su voz era ponderada. No hacía más esfuerzo del que acostumbraba en su hablar normal. Pero tal era el silencio cautivado de los estudiantes que su disertación la oía hasta el último alumno del gran salón.
Había tratado a los estudiantes como “compañeros”: tal era la categoría con la que –exceptuando a las autoridades– se trataban los estamentos de San Marcos. Compañero profesor, compañero trabajador, compañero Fulano de Tal, compañero Zutano de Cual. En San Marcos todos eran compañeros: en un sentido fraternal, en un sentido de igualdad de condición, en el sentido de ser compañeros en la lucha por un ideal...
Entre los estudiantes había, además, un detalle curioso. Casi todos se llamaban por su primer nombre. Pero cuando habían dos o más homónimos recurrían a un artificio sencillo: se “apellidaban” por su año de ingreso o por el Programa Académico en el que estudiaban. Así, teníamos a “Malena 76” y a “Malena 73”, a “Julio de Geografía” y a “Julio de Electrónica”.
— ¿Te acuerdas del compañero Jorge de Letras?
— ¿Cuál Jorge?
— Jorge 74, de Sociología.
En San Marcos, estudiantes, profesores y trabajadores eran mutuamente compañeros. Las diferencias de antaño estaban borradas. No se las recordaban, porque se vivía de un modo distinto.
El Catedrático de ostentosas vestimentas había sido sustituido por el compañero profesor, vestido de sport. Los estudiantes de terno y corbata no existían ya. La gente iba hasta con su ropa de diario. Todos siempre limpios, en sus atuendos daban de notar su procedencia social y hasta local. Los provincianos del ande, de la costa o de la selva presentaban en sus vestidos algún rasgo especial: en sus chompas, en sus camisas, además de su forma de hablar y de tratar. En las relaciones generales, sin embargo, no mediaban diferencias entre los estudiantes sanmarquinos. Cosa similar ocurría entre los trabajadores y entre los docentes.
San Marcos estaba verdaderamente copado por un espacio de igualdad, de confianza, de solidaridad, pero también de fragor, por un combate que mantenía vinculados a los tres sectores luchadores de la Universidad. Lucha externa y también interna, que inundaba de flama a la agitada vida sanmarquina...
Edmundo Cáceres decía a sus alumnos:
— Como bien saben ustedes, son ingresantes a las carreras de Ciencias Histórico-Sociales. En esta aula se encuentran compañeros de Sociología, de Trabajo Social, de Historia y de Antropología. Sólo vuestros compañeros de Arqueología están en lugar aparte, en el Pabellón de Derecho. Durante tres años consecutivos estudiarán juntos, en el Integrado de Ciencias Histórico-Sociales, después del cual cada uno pasará a estudiar los cursos de su especialidad.
Sin esforzarse, por la propia atención que le fijaba su auditorio, Cáceres dominaba plenamente al salón. Después de todo, era también uno de los profesores más experimentados de San Marcos. Sencillo y, a la vez, sustancial, pasó a desarrollar una didáctica y amena introducción a su curso. Lo ubicó como parte integrante de una concepción determinada. Trató sobre sus elementos y fundamentos, sobre sus conexiones internas y sobre los vínculos que tenía con el Materialismo Histórico y con la Dialéctica de la Naturaleza; cursos que –con Economía Política y Matemática Descriptiva– complementaban el plan de estudios de los dos primeros semestres de los cachimbos.
Cáceres subrayó el papel práctico que puede cumplir la teoría, para el cambio de la sociedad, y concluyó afirmando:
— En sus Tesis sobre Feuerbach, Marx apunta que la lucha de clases conduce a la dictadura del proletariado. Pero yo creo que esta idea puede ser redondeada con un pensamiento más amplio. Vemos que a las tribus primitivas les sucedieron las sociedades esclavistas; a éstas, los señoríos feudales, que fueron finalmente derrotados por el capitalismo. Entonces, bien podríamos decir que, en general, la lucha de clases conduce a la dictadura de clase.
Hasta allí, el alumnado había sido un océano pacífico. De pronto, se levantó una mano. Pedro Paredes pedía autorización para hablar. Cáceres se la concedió.
— Usted, estimado profesor, comete un grave error, un craso y rotundo error. Lo que Marx señala claramente, meridianamente, es que la suma de toda la lucha de clases desarrollada por la humanidad conduce finalmente, directa e ineluctablemente, a la dictadura del proletariado. A estas alturas del tiempo, esta tesis no puede ser encubierta por el enunciado general que usted hace. Enunciado peligroso, querido profesor, porque por ese camino nos lleva del oscurantismo al revisionismo burgués.
Mientras hablaba, Pedro gesticulaba de un modo patético, blandiendo sus manos con movimientos rápidos y cortos. La mayoría de los cachimbos observaban perplejos.
Era el primer día de clases, eran los primeros minutos de la primera clase, y ya había un estudiante que hablaba con mucho conocimiento de la teoría, enfrentando al profesor.
— ¿De dónde la aprendería? –se preguntaba José Urvina, entusiasmado por la primera polémica.
— ¿De dónde salió ese estudiante, con tal nivel de conocimiento teórico? –se interrogaba Marcelo Rioja, preocupado por alcanzar pronto la misma altura teórica.
— Materialismo... Idealismo... Dialéctica... Metafísica... Empirismo... Racionalismo... Marx... Hegel... Engels... Feuerbach... –fluyendo entre el torrente de categorías, conceptos e ideas que por primera vez se le desarrollaban, Santiago Gutiérrez iba sumergido en el curso de las exposiciones.
Muchos escuchaban por primera vez una extensa disertación sobre la teoría materialista. Tal era el caso de Victoria Quimper, quien había egresado, ocupando el primer puesto, de un colegio de monjas... ¡Pero en el aula había ya un estudiante con un amplio conocimiento de esa concepción!
De manera inconciente, Cáceres dio un paso hacia atrás. Iba a responder al estudiante, pero otra mano levantada solicitaba intervenir. Hábilmente, Cáceres concedió la palabra.
— Compañero profesor –comenzó a hablar Pablo Villareal, con voz sonora y gruesa, que contrastaba con su apariencia casi infantil–, comete usted, además, otra peligrosa confusión. En sus Tesis sobre Feuerbach, y a lo largo de su teoría, Marx sostiene la idea de que la lucha de clases, al final, desaparecerá, con la misma extinción del Estado y la desaparición de las clases sociales, en el comunismo. Por lo tanto, compañero profesor, la idea que usted ha formulado vela por completo esta importante conclusión, pues se queda detenida en una gaseosa e indefinida “dictadura de clase”...
Habían, seguramente, otros estudiantes con uno u otro nivel de conocimiento teórico. Cáceres no quiso arriesgar más en sus ideas y, con un tono complaciente y conciliador, rápidamente argumentó:
— Lo que ustedes han dicho, compañeros estudiantes, es la completa verdad. Lo que yo afirmé era solamente una idea aplicable a las sociedades de clase, pero que de ningún modo pretendía sustituir a las ideas de Marx...
Pero el pecado teórico estaba ya cometido. Todo el salón lo vio, y así lo comprendió. No se podía burlar ni birlar alegremente a la inteligencia joven. Los cachimbos del 3-A comprendieron cabalmente la situación. Habían contemplado una breve pero viva polémica, y avizoraron que toda la enseñanza que seguiría –en los cinco años de carrera– estaría plagada de similares choques de ideas, en donde el centro principal de la lucha giraría en torno a las ideas de Carlos Marx. Choques del profesor con los alumnos, y también entre los mismos alumnos.
Así eran las cosas en San Marcos. No existía salón que no hubiera visto la polémica entre sus personajes concurrentes. No sólo en Ciencias Sociales, también en las carreras Médicas y hasta en las Ingenierías. Los sanmarquinos siempre pugnaban por encontrar las mejores vetas de la verdad, en el área del saber en donde se encontraran. La ciencia, la verdad ante todo. Y con este norte ponían su mejor empeño en el estudio... y para la discusión.
El profesor no era un dios iluminado ni, mucho menos, un ser infalible. Los alumnos buscaban en su exposición alguna idea incorrecta, alguna falta a los principios de las teorías, algún desliz o algún matiz que trastocara los contenidos de la verdad, para arremeter en una decidida polémica. Comprendieran o no comprendieran todos los términos de la discusión, la masa estudiantil sabía que, con esta dialéctica, se estaba contribuyendo al esclarecimiento y a la profundización de su propio conocimiento.
Pero, en sus efectos prácticos, este ambiente no plasmaba resultados similares en todo el conjunto estudiantil. Todos veían y vivían las polémicas, pero no todos las asumían en sus consecuencias integrales. Había quienes se situaban entre las últimas órbitas de este sistema, mientras que otros se dirigían hacia el centro. Pero todos, al fin y al cabo, estaban inscritos en el sistema...
— ¿Cómo es posible que esos alumnos, que apenas acaban de salir del colegio, se atrevan a criticar al profesor, que tiene tantos años de experiencia enseñando? –se preguntaba María Trelles, incomodada por el debate... Pero más tarde veríamos a la misma María, discutiendo y criticando a otras personas y comportamientos negativos, ya en sus quehaceres fuera de la Universidad, empleando las mismas ideas que escuchaba en su salón...
A pesar de las controversias, Cáceres fue tomado, por los alumnos, como un buen profesor. La impresión que dejó el dictado de su clase fue redonda. Había hecho palpable el estilo de la vida académica de San Marcos.
Después de la clase, los cachimbos de Ciencias Histórico-Sociales volvieron más alegres a sus conversaciones, sintiendo un enaltecimiento superior.
Al rato, Arnaldo Morales ingresó raudamente al centro del salón. No bien había hecho su aparición, comenzaron a sonar unos extraños aplausos. Comenzaban lentos y espaciados, luego, progresivamente, adquirían velocidad y continuidad, hasta hacerse muy seguidos, para volver, de un momento a otro, a su ritmo inicial. Esta secuencia se repetía una y otra vez. Eran las palmas revolucionarias.
¿Quién las inició?
Nunca se supo.
¿Y cómo es que los cachimbos supieron realizarlas, si la mayoría de ellos jamás las habían escuchado?
Este misterio tampoco tuvo respuesta.
El caso es que la entrada de Arnaldo Morales fue largamente ovacionada.
... ¿Y cómo es que los cachimbos supieron que él era el representante del organismo gremial?
— Compañeros ingresantes 1 976, el Centro Federado de Letras les hace llegar sus más sinceros y fraternos saludos. A la vez, los felicita por haber podido superar el Examen de Admisión que restringe el acceso a la Universidad a la mayoría de nuestra población trabajadora. Duras pruebas tendrán aún que afrontar, no sólo como estudiantes dedicados a sus labores académicas, sino también como luchadores en favor de los intereses y necesidades populares...
Arnaldo desarrolló una visión sobre la realidad económica, política y social del país, y cómo esto se reflejaba en la vida institucional de la Universidad. Hablaba como si todo el mundo lo entendiera y, en verdad, a fuerza de la sencillez con que discurría su exposición, la masa de cachimbos captaba sus ideas.
Arnaldo señaló la necesidad de marchar, en un frente unido, con el organismo gremial, representante de las necesidades y de los intereses estudiantiles. Anunció, además, que en breves minutos llegaría el Secretario General del Centro Federado de Letras, el compañero José María Noblecilla, quien había asistido –con la delegación sanmarquina– al Congreso Nacional de la Federación de Estudiantes del Perú, realizado en el Cuzco.
Arnaldo pasó a indicar las tareas inmediatas que tenían que afrontar los cachimbos, entre las que destacó las luchas por el carnet universitario y por la vigencia de la gratuidad de la enseñanza. Ilustró las formas de lucha que esto acarreaba, y los convocó a estar alertas y dispuestos a los llamamientos que, con dichos objetivos, el gremio haría...
La masa de estudiantes aglomerada en la puerta se abrió ante el paso de José María Noblecilla. Una fuerte voz rompió el equilibrio del momento:
— ¡Paaaasenme la C...!
— ¡C...!
— ¡Paaaasenme la F...!
— ¡F...!
— ¡Paaaasenme la L...!
— ¡L...!
— ¡Qué dice!
— ¡Cen-tro Fe-de-ra-do de Le-tras!
— ¡Más fuerte!
— ¡Cen-tro Fe-de-ra-do de Le-tras!
— ¡No se escucha!
— ¡Cen-tro Fe-de-ra-do de Le-tras!
— ¡Para que lo escuche la dictadura militar!
— ¡Cen-tro Fe-de-ra-do de Le-tras!
— ¡Para que lo escuchen el fascismo y el oportunismo!
— ¡Cen-tro Fe-de-ra-do de Le-tras!
Se estableció un diálogo portentoso entre el arengador y la masa estudiantil. Varios puños golpeaban, rítmicamente, su espacio alto. Los cachimbos, en gran número, se plegaron a esta armonía.
— ¡Cen-tro Fe-de-ra-do de Le-tras! ¡Cen-tro Fe-de-ra-do de Le-tras! ¡Cen-tro Fe-de-ra-do de Le-tras!...
El griterío se hizo constante; hasta que algún personaje exclamó:
— ¡Palmas revolucionarias, compañeros!
Estruendosas y persistentes palmas rubricaron el griterío. El salón, agitado, palpitaba de emoción. José María Noblecilla, colorado y contento por las consignas enarboladas, comenzó a intervenir:
— ¡Bienvenidos, compañeros cachimbos, a la primera Universidad de América! ¡La cuatricentenaria Universidad de San Marcos espera que ustedes sepan, también, mantener la más valiosa de sus tradiciones: la de servir al pueblo de todo corazón! ¡Grandes pruebas y grandes jornadas de lucha nos aguardan en lontananza; pero unidos podremos lograr el sitial que nos corresponda entre los mejores hijos del pueblo!...
Los músculos y las arterias de Noblecilla se hinchaban al máximo. Sus ojos se volvían enormes, como queriendo remarcar toda la grandeza de la situación. José María Noblecilla, el joven alto y delgado, de apariencia alegre y apacible, se había transformado en un titán, encendiendo con su verbo a la masa estudiantil.
Hablaba con una fuerza y convicción rotundas. Su prosa muchas veces se convertía en verso. Lo que decía de la realidad mundial, de la situación del país y de la universidad, se percibía con una transparencia encantadora. Advertía, también, sobre la presencia de enemigos en el mismo seno del movimiento estudiantil y popular.
Los cachimbos nunca habían visto una realidad así plasmada. La sociedad, en verdad, es un organismo vivo, del cual somos parte integrante. Pero no es un todo amorfo, casual ni espontáneo; tiene facetas definidas y aristas que marcan el sentido de sus partes...
Al terminar, Noblecilla parafraseó las palabras de uno de sus maestros:
— Marchamos en pequeño grupo unido por un camino escarpado y difícil, fuertemente cogidos de las manos. Estamos rodeados por todas partes de enemigos, y tenemos que marchar casi siempre bajo su fuego. Nos hemos unido en virtud de una decisión libremente adoptada, precisamente para luchar contra los enemigos y no caer, dando un traspiés, al pantano vecino, cuyos moradores nos reprochan desde un principio el que nos hayamos separado en un grupo aparte y el que hayamos escogido el camino de la lucha y no el de la conciliación. Y de pronto algunos de entre nosotros comienzan a gritar: “¡Vayamos al pantano!” Y cuando se intenta avergonzarlos, replican: “¡Qué gente tan atrasada sois! ¡Cómo no os avergonzáis de negarnos la libertad de invitaros a seguir un camino mejor!” ¡Ah, sí, señores, libres sois no sólo de invitarnos, sino de ir adonde mejor os plazca, incluso al pantano; hasta consideramos que vuestro verdadero puesto está precisamente en él, y nos sentimos dispuestos a prestaros toda la colaboración que esté a nuestro alcance para trasladaros allí a vosotros! ¡Pero en tal caso soltad nuestras manos, no os agarréis a nosotros, ni ensuciéis la gran palabra libertad, porque nosotros también somos “libres” para ir adonde nos parezca, libres para luchar no sólo contra el pantano, sino incluso contra los que se desvían hacia él!
Las palmas renacieron con gran fuerza; las consignas inmediatas, también.
Los cachimbos ‘76 de Ciencias Histórico-Sociales tenían un apoteósico primer día.